_
_
_
_
GUERRA EN LOS BALCANES

El avión que nunca llega a Tuzla

Los rumores sobre la inminente apertura del aeropuerto de la ciudad bosnia arruinan a los estraperlistas

Ramón Lobo

ENVIADO ESPECIALEl alto el fuego en Bosnia central, entre croatas y musulmanes, y la inminente apertura del aeropuerto de Tuzla ha obligado a los estraperlistas de la ciudad a sacar gran parte de sus existencias a la venta. Los precios han comenzado a bajar. Como tocados por un milagro. Ahora es posible encontrar un litro de gasolina, de escasa calidad y metido en una botella de plástico, por 40 marcos alemanes (unas 3.200 pesetas), en vez de los 60 del domingo, o un kilo de azúcar por 10 marcos, frente a los 30 de hace un mes. La radio anuncia casi todos los días la llegada del primer avión. No se sabe si como parte de una inteligente estrategia destinada a romper el mercado negro o por mera estupidez. Los rumores se propagan como un reguero.

Más información
Serbios y croatas negociaran la semana próxima la paz en el enclave de Krajina

Los aviones de la OTAN sobrevuelan casi todos los días el cielo de Tuzla. Pasan como una exhalación. Bien visibles. Les siguen desde tierra un montón de ojos atónitos, con la mano puesta por visera. Algunos niños lloriquean por el ruido y se agarran tambaleantes a las faldas de sus madres.

Tenderetes

En los alrededores del mercado central de Tuzla, cerrado -por motivos de seguridad desde la matanza del 5 de febrero en Sarajevo, han nacido decenas de tenderetes al aire libre. Pero este mercado es mucho más peligroso si cabe que el anterior, expuesto al capricho de la artillería serbia, situada a tan sólo ocho kilómetros. En un día soleado como el de ayer, la gente queda atrapada como abejas a un panel de miel rededor de los puestos callejeos. La mayoría no pueden adquirir nada. Pero vagan, soñándose compradores de cualquier baratija. Y las hay a cientos: desde descoloridas insignias de Tito a gallinas flacas enseñadas a hinchar las plumas ante el candidato a comprador.Azema es musulmana y Marija es serbia. Son amigas y confiesan los 65 años. Tienen un escaparate colocado sobre una mesa endeble, en el que venden sus casas poco a poco, para poder sobrevivir. "No cobramos pensión desde junio de l993", dice Azema. Se alimentan de la ayuda humanitaria de la Cruz Roja.

Tienen, sin embargo, algo más de suerte que media docena de locos de mirada inquieta que pululan menesterosos, zascandileando por la plaza del Ayuntamiento. Son algunos de los 250 enfermos del psiquiátrico de Jakes, en Bosnia central, del que fueron brutalmente expulsados por los radicales serbios.

Las calles están repletas de transeúntes que cruzan sin mirar y de bicicletas con las gomas lisas y el timbre gastado. Los escasísimos automóviles deben sortear a golpe de claxon a los más despistados. "Ahora hay casi más atropellos que antes", asegura Alex, un médico anestesista que ejerce de intérprete. El principal medio de transporte en Tuzla son los pies. Algunos caminan 10 y 20 kilómetros todos los días. Tan sólo funcionan dos o tres autobuses azules en las horas punta, que viajan rebosantes. De los pueblos de alrededor, asentados en colinas, bajan carretas fabricadas en madera tiradas por un solo caballo o mulo, cargadas siempre con nueve o diez pasajeros.

La mayoría de la gente de Tuzla, como la de Sarajevo, no tiene trabajo. Muchos lo perdieron definitivamente. Apenas funcionan las empresas relacionadas con el Ejército bosnio, es decir, las encargadas de abastecerle. Las pagas son simbólicas: un marco en el caso de un minero y cinco en el de un médico. Cobran con papelote que es un simple vale. Lo cambian después en el banco, de forma obligatoria, por dinero bosnio, que se asemeja al del palé.

Con esos billetes rosáceos sólo se pueden comprar velas, cerillas y cigarrillos sueltos. Los campesinos que venden directamente en el mercado sus gallinas o la leche de sus cabras ya no aceptan dinero bosnio. Desde enero sólo quieren marcos alemanes. La verdadera moneda local.

Por las noches apenas hay luz. Los apagones se reparten con cierta equidad: cuatro horas de electricidad, 24 sin ella. El deterioro de la seguridad en Tuzla tiene mucho que ver con esto. En los carteles, a modo de esquelas, que se colocan por tradición en el barrio del muerto, para dar a conocer la mala nueva a los conocidos del finado, se utiliza siempre el eufemismo del "falledo por accidente. La ausencia de información real y de estadísticas fiables ha disparado la fantasía popular, que novela las más fantásticas historias delictivas. En el batallón nórdico (Nordbat), estacionado en Tuzla, no constan denuncias de asaltos a ciudadanos extranjeros, sean cascos azules, observadores militares, monitores de la Unión Europea o periodistas. "De todos modos, lo mejor es no salir de noche", recomienda, precavido, el capitán Pearson, de la oficina de prensa de Nordbat.

En Tuzla no hay cines. Antes de la guerra tan sólo existían dos para una ciudad de 135.000 habitantes (en 1991). La afición al vídeo doméstico había sustituido por completo al hábito de acudir a las salas de proyección. Un teatro estable, el de la compañía Tuzlansko Narodno Poloriste (Teatro Popular de Tuzla) y varios aficionados que trabajan por las aldeas haciendo representaciones patrióticas, sobreviven al olvido cultural. La gente joven, sin embargo, se inclina por las dos discotecas abiertas. En ellas se baila y se bebe con generosidad, como en otras europeas. Sólo que aquí algunos borrachos van armados con fusil. Y disparan al aire.

La disco del hotel de Tuzla, el único que cuenta con agua caliente y luz, está repleta de jovencitos y jovencitas que han logrado hacerse con unos marcos. Unos, trapicheando en el mercado negro, haciendo de pequeños camellos de gasolina o robando pequeñeces. Otras, vendiendo su cuerpo a soldados y extranjeros por un centenar de marcos. La prostitución empieza a ser un problema serio en la ciudad. A ella acuden, de espaldas a sus padres, niñas con cuerpo de mujer y carné de 14 años. Son los hijos de la guerra. Sus otras víctimas. Ésas que desprecian entre risotadas a los locos de Jakes, sin sospechar ni un instante que éstos sólo son su propio espejo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_