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XXXIII CONGRESO PSOE

Ni contigo sin ti

La fractura entre Felipe González y Alfonso Guerra ha determinado la vida del PSOE en los últimos años

Javier Rivas

Han pasado ya 20 años, aunque aquí, al revés que en el tango, sí lo han sido todo. El próximo octubre hará dos décadas redondas que Felipe González se hizo en Suresnes con las riendas del PSOE y comenzó el camino de la clandestinidad al Boletín Oficial. Ahora queda poco más de una semana para que el secretario general socialista afronte un nuevo pulso en la conducción del que cada vez es más su partido. Sólo que esta vez no tendrá enfrente al histórico Rodolfo Llopis, sino al histórico Alfonso Guerra, alguien con quien ha venido haciendo política desde 1966.El transcurrir de esas dos décadas del partido socialista es ininteligible sin tener en cuenta la relación personal y política de ambos sevillanos. Pero sus últimos años y la actual fragmentación del PSOE tampoco se entienden sin apreciar su lento pero imparable alejamiento.

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González y Guerra, y los socialistas que han usado a uno y otro como estandartes, se han explicado cada vez más en función del otro, de sus cercanías o distancias, de sus respuestas a las preguntas del contrario. Máxime desde que dejaron de hablarse en privado y comenzaron a lanzarse mensajes como pelotazos con sus compañeros o el público de intermediarios. El propio Guerra ha reconocido que hace nueve meses que no pisa La Moncloa.

En los últimos años, enero ha sido para Guerra el mes más cruel. El pasado enero perdía de forma inesperada en su feudo andaluz las primarias para la elección de delegados al 33º congreso, merced, en buena medida, al sistema de representación que él mismo pensé años atrás para controlar férreamente el, PSOE. En un comité federal de enero de 1993, González anunció que tomaba las riendas del partido, entre la euforia renovadora. En enero de 1991, Guerra dimitía como vicepresidente del Gobierno tras ocho años de poder omnipresente. Justo un año antes, había comenzado su calvario al salir a la luz las turbias actividades de su hermano y asistente Juan.

Hay anécdotas apócrifas que, si no son ciertas, merecerían serlo. Una es la que atribuye a un dirigente del PSOE la especie siguiente: "Lo que hubiera dado Alfonso por ser hijo único". El caso de su hermano es puesto por muchos como primer mojón de la historia del divorcio entre Guerra y González. Pero, junto a la peripecia personal del vicesecretario, se halla, con mucha mayor fuerza, el pulso de dos concepciones distintas por cuál ha de ser la política de un partido que se reclama de izquierdas en este fin de siglo. Y, evidentemente, la lucha por el predominio.

Lo que se jugará en el Palacio de Congresos de la Castellana no serán tanto los nombres de la nueva ejecutiva cuanto conceptos como utopía, pragmatismo, liberalismo, socialdemocracia, clase trabajadora... Y, si algo palmario hay, es que González no hará ahora una división como en el 320 congreso de noviembre de 1990: para vosotros, la ejecutiva; para mí, el Gobierno.

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La historia de la ruptura corre a la vez que la del desprestigio del PSOE por las sospechas de corrupción. Guerra siempre ha visto tras sus desgracias la conspirativa mano de la derecha política y económica, "probablemente la más reaccionaria del mundo", según él. El paradigma fue Filesa, que transformó para los socialistas la pasada Semana Santa en una semana de pasión. Txiki Benegas hizo pública su carta a González acusando a "Ios renovadores de la nada", el partido parecía al borde de la fractura final y se salió camino de unas legislativas ganadas de nuevo, pero por los pelos. Unas elecciones en que cada facción atribuyó el éxito a un factor distinto sólo Felipe, o Felipe y el aparato. La fractura del modelo de dos cabezas ha hecho también que a un partido enorgullecido de su unidad de legión romana le hayan crecido parcelas, grupos, denominaciones y sectores, divididos y subdivididos. Primero eran sólo guerristas y renovadores; luego, turborrenovadores, renoguerristas, renovadores de la base... El punto de no retorno se produjo cuando, hecho impensable, la ejecutiva votó el nombramiento de Carlos Solchaga como presidente del grupo parlamentario. Guerra perdió el pulso y, según muchos, buena parte de la batalla que dentro de ocho días verá el telón casi final.

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Sobre la firma

Javier Rivas
Forma parte del equipo de Opinión, tras ser Redactor Jefe de la Unidad de Edición y responsable de Cierre. Ha desarrollado toda su carrera profesional en EL PAÍS, donde ha trabajado en las secciones de Nacional y Mesa de Cierre y en las delegaciones de Andalucía y País Vasco.

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