Ingrávida luz
Pese a la diversidad aparente de los motivos que orientan las familias que se forman en la pintura de Ross Bleckner (Nueva York, 1949) -como son aquí, junto a las imponentes cúpulas, los espacios de floraciones, los jarrones clasicistas, el orden del brocado, las acumulaciones globulares y el colibrí suspendido en su vuelo; o como era también, en sus obras más op, la cadencia de las bandas paralelas-, todo ello remite a una metáfora esencial, en la primacía de la luz.O, mejor aún, en ese canto de la luz que destella entre tinieblas, ingrávida, lechosa, como un combate inmemorial, Ilusorio e irónico.
Luz y oscuridad, en la dualidad espectral del blanco y el negro, dan forma a uno de esos ejes básicos de contradicción que, a decir de Edmund White, tensan el trabajo de Bleckner, y entre los que el escritor señala ante todo, como un modo de lo mismo, esa desconcertante ambivalencia que se genera entre la etérea espiritualidad de sus visiones y una ejecución que tiende a acentuar, con el uso de ceras y pigmentos metálicos, la densidad pastosa de la materia.
Ross Bleckner
Galería Soledad Lorenzo. Orfila, 5.Madrid. Hasta el 30 de marzo.
A menudo se hace hoy mención al papel que juegan en el trabajo de Bleckner las referencias solidarias a los afectados por el síndrome de inmunodependencia adquirida, esa plaga que ha quebrado tantos vínculos entrañables.
Dos fuerzas
Elegías de la fragilidad y la ausencia, se insertan en la obra del pintor en una contraposición bipolar de significación más extensa que enfrenta, como temas esenciales a toda poética, dos fuerzas que mantienen entre sí una química ambivalente.
Son el amor y la muerte, energías virtualmente opuestas que, como tinieblas y luz, a un tiempo se repelen y atraen y, en su combate especular, mutuamente se vencen.
Esta es la segunda ocasión -la primera fue en 1990- en que la obra de Bleckner se presenta en este mismo espacio. Y, a mi juicio, esta nueva muestra en la Soledad Lorenzo madrileña del artista neoyorquino nos brinda una selección de trabajos mucho mas sólida y sugerente que su antecesora.
Destacaré, entre ellos, el emocionante Brocade, con la luz abisal desdoblada que arrastra nuestra visión hacia el espacio profundo, Microscopic red flowers, que es el más contenido e inquietante entre los campos florales aquí reunidos, y, de un modo muy particular, el magnetismo visual de Specimen y esa soberbia cúpula reticular Invisible heaven 3, cuya suntuosa cadencia ornamental se distancia un tanto, hacia terrenos más equívocos, de la romántica teatralidad tan característica de otros trabajos anteriores sobre la bóveda celeste.
Babelia
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