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No es un brujo

Juan Arias

Conocí al arzobispo Milingo en Roma. Siempre pensé que debía de ser un genio porque el Vaticano no pudo con él. En su ex diócesis africana de Lusaka, en Zambia, era como un dios. La gente aseguraba que hacía milagros con sólo imponer las manos y rezar por el enfermo. Él, sin embargo, decía que aquéllo era normal, que lo podía hacer cualquier cristiano con fe. Y añadía que también los hechiceros paganos curaban con hierbas.No le sirvió de nada. El Papa le convocó al Vaticano, le quitó la diócesis y le encargó de la pastoral del turismo. Pero Milingo no se dejó contagiar por la burocracia de la Curia Romana, como otros obispos africanos que han acabado siendo más occidentales que nosotros. Y siguió imponiendo las manos sobre los enfermos de Roma y de otras partes, que acuden a él para verlo y, si es posible, tocarlo.

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Misas carismáticas

Poco a poco el Vaticano se fue dando por rendido. Y le permitió hacer sus misas carismáticas, en las que enfermos físicos y psíquicos dan rienda suelta a sus sentimientos y descargan sus histerias y sus dramas más personales. A los ojos del profano las Misas de Milingo pueden parecer un aquelarre esotérico, una sesión espiritista o una terapia de grupo. Pero lo cierto es que son una válvula de escape para esa humanidad sin nada y sin nadie, arrinconada en la cuneta del consumismo, de la que volvemos la cabeza si se nos cruza en el camino, como los leprosos de las calles de Calcuta, que afean el panorama.

Difícil juzgar a un obispo católico que en vez de vivir bien en su diócesis se dedica a enjugar miserias por otros despreciadas. Lo que sí es verdad es que Roma se ha visto obligada a soportarlo porque su lógica es férrea. Cuando le dicen que la gente le puede cambiar por un hechicero, responde que el carisma de la curación pertenece al alma africana y añade: "¿Qué quieren, que abjure de mi cultura?".

Y a los incrédulos monseñores de la Curia Romana, que soportan mal que un pobre obispo africano haga milagros a las puertas del Vaticano, él les responde con el Evangelio en la mano: Marcos, 16,15-18, donde Jesús dice que se reconocerá a los suyos por una cosa bien concreta: "Porque impondrán las manos sobre los enfermos y éstos se curarán". Difícil, hasta para un Papa, decirle que no lleva razón. Sobre todo porque esa caravana de lisiados y marginados que se acerca a él, aun cuando no se curen en sus carnes, juran que se sienten menos infelices por dentro.

En, cuanto a quienes puedan aprovecharse de él explotándolo, quizá incluso para fines bastardos, eso ya es harina de otro costal.

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