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"Bastonkán" en el imperio de la caca

Un diseñador ofrece al Ayuntamiento un artilugio antiheces y un parado quiere comercializar su invento para limpiar los excrementos caninos

Ana Alfageme

Ni los bandos del alcalde, José María Álvarez del Manzano, ni 280 máquinas que escupen bolsas-guante para recoger mierdas, ni perros dibujados bien claritos, en amarillo, junto a las alcantarillas. Nada parece interesar a los dueños de los 100.000 perros con carné de identidad madrileño cuando se trata de aliviar las calles del tormento de las heces caninas. Ni los cursillos municipales que se están celebrando estos días. Ni siquiera la carta en la que el alcalde se estiró, en noviembre pasado, dando consejos en verso: "Otra cosa conveniente es que el perro haga el recado junto al alcantarillado: se limpia más fácilmente". Madrid ha revalidado, gracias a las cacas de perro, el título europeo de la suciedad.Aunque hay algún dueño de perro que se estruja el cerebro para solucionar los recados de sus chuchos.

Como Manolo Kórdoba, con K, un licenciado en derecho que se gana la vida diseñando muebles y a quien un buen día, hace casi dos años, se le ocurrió un invento para limpiar de cacas caninas la calle: el bastonkán -"con ka, igual que mi apellido"-, que funcionaría de la siguiente manera: cójase la correa del perro eh una mano, el bastonkán en la otra y salga de paseo. Cuando el can deposite sus cacas en la acera, aplíquese el invento: colóquese su base -una superficie cuadrangular forrada de papel- sobre la boñiga y acciónese el mando del bastón: la base se contrae y encierra la deposición en el papel. Búsquese la papelera más cercana y libérese la clavija.

Papel y caca se quedan en el recipiente y la acera, libre de peligros para el peatón.

Manolo Kórdoba, que tiene 41 años, no necesita en realidad el invento para Keeper, Cuca y Kika, sus tres fox terrier. Vive en Perales del Río y su gran jardín es un sitio muy adecuado para que los tres perros, que son familia, ensucien sin incordiar al prójimo.

Fábrica para minusválidos

Pero cree que en la ciudad las cacas caninas son un auténtico engorro. Por eso inventó el bastonkán y lo patentó en septiembre de 1992. Luego acudió a la Comunidad de Madrid -"no dan ninguna ayuda a los diseñadores, póngalo", dice- y al Ayuntamiento de Madrid. "Estuve hablando con un ayudante de Esperanza Aguirre, y le ofrecí el sistema, me dijeron que estaban probando los, que ahora hay por la calle, esas bolsas, y guantes, y que no les interesaba".

Manolo dice que él no piensa comercializar su invento, que no tiene infraestructura, ni le interesa, y por eso ofrece públicamente al Ayuntamiento de nuevo su bastonkán. "Pero con una condición: que quienes lo fabriquen sean minusválidos".

Lo de Leonardo Juzgado es una historia muy diferente. Tiene 44 años y una familia de seis personas que mantener allí en Fuenlabrada. Es soldador, pero hace ya 13 meses que no ejerce. El único que trae dinero a casa es un hijo que trabaja en una discoteca y por eso se ha empeñado con su invento.

En el largo año de inactividad se fijó en el peligro que corren los críos en el parque que hay al lado de su casa y como él también tiene un perro, Rocky, un pastor alemán, empezó a devanarse la cabeza. En tres días fabricó su dispositivo y hace sólo medio mes que lo ha patentado. Acaba de pedir un crédito de un millón de pesetas al banco para comercializar el chisme anticacas.

El hombre saca de un saco de tela negro un cepillo color de rosa con un mango amarillo, un tubo negro metálico que se alarga a voluntad y que termina en un rectángulo doble que él ha fabricado, también de hierro. Allí, con sus manos toscas, instala una bolsita de plástico transparente.

El artilugio parece un cazamariposas, pero de plástico. Su prototipo artesanal está hecho de retales y lo maneja con cuidado. Cuando empieza a explicar en qué consiste su creación, se transforma en un buen vendedor de su invento, aunque un poco tímido:

-Mire usted, aquí hay una válvula -señala el mango- que permite echar agua para mojar el cepillo. Eso es por si las cacas son blandas, se puede limpiar muy bien la acera sin dejar rastro. Si son duras, como ésta, simplemente se coloca la bolsita aquí y con el cepillo se empuja, así..

Una caja en la cintura

La mierda alargada que algún perro dejó en la plaza del Biombo -una de tantas que ensuciaba el viernes pasado esta pequeña plaza del Centro- ingresa en la bolsita de plástico transparente.

Leonardo suelta el cepillito rosa y libera la bolsita del hierro. Tira de la cinta que la cierra con las dos manos: "Queda cerrado herméticamente". La bolsita y su contenido desaparecen en una papelera. Leonardo Cuenta luego que el invento, que será todo de plástico, una vez desmontado, cabe en una caja del tamaño de una cinta de vídeo que se puede colgar de la cintura.

Cuando se le explica en que consiste el artilugio de Kórdoba, aparentemente más sencillo, insiste: "Con el mío tampoco se ensucia la papelera"

-¿Y cómo se llamará?

-Hecero, que viene de heces o hecero star.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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