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La tabla de salvación de San Juan tiene motor

Vicente González Olaya

Centenares de familias que viven del pantano de San Juan están con el agua al cuello. Esperaban ansiosamente la vuelta, a partir de este mes, de las barcas de motor, prohibidas durante dos años a causa de la sequía. Sin embargo, no todos están de acuerdo. Las asociaciones ecologistas consideran que los motores de estas embarcaciones contaminan las aguas con plomo. Los clubes náuticos y los usuarios de sus instalaciones rechazan tajantemente estas consideraciones: "Somos los primeros en interesamos por la limpieza del agua. Nadie mejor que nosotros conoce este pantano", argumentan.

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El pantano de San Juan y su entorno es una jungla compuesta por pinares, cámpings ilegales, chiringuitos, urbanizaciones, embarcaderos y clubes náuticos. Cada uno de ellos se ha establecido en uno de los cinco imaginarios anillos concéntricos que rodean las aguas. Los pescadores y los embarcaderos se sitúan a pie de playa, los chiringuitos se alzan en primera línea de monte, los campistas levantan sus tiendas entre los pinares circundantes, los chalés se acumulan junto a la carretera y los intereses económicos y sociales abrazan toda la zona.El embalse de San Juan fue construido en 1955 para suministrar energía eléctrica a Madrid. Para crearlo se inundaron unas 900 hectáreas de monte. Al no necesitarse sus aguas para el consumo humano, se permitió pronto el uso de embarcaciones de motor. En pocos años, cientos de motoras y barcos de vela y remo poblaron sus orillas. Se construyeron cuatro clubes náuticos y un embarcadero privado con licencia para 50 años.

Sin embargo, en 1992, a causa de la fuerte sequía que asoló la Comunidad, el Canal de Isabel II tuvo que echar mano de sus reservas estratégicas. Madrid necesitaba toda el agua disponible. Se invirtieron enormes cantidades para canalizar el agua hasta el embalse de las Picadas y, de allí, a los grifos de los madrileños. Se prohibió, como medida preventiva, el uso de embarcaciones motorizadas. Sólo veleros y barcas de remos podían surcar sus aguas.

Esta prohibición puso contra las cuerdas toda la infraestructura turística y comercial que había surgido en torno al embalse. El único embarcadero privado existente en el pantano, El Ancla, estuvo a punto de desaparecer. Hoy día, sin personal contratado para mantenerlo, sobrevive con el trabajo de sus propietarios, los hermanos Miguel Angel y Pedro Rodríguez. "Cuando prohibieron la navegación de motor tuvimos que despedir a los cuatro trabajadores que teníamos. Aguantamos pérdidas hasta el límite de nuestra economía", afirma Miguel Ángel Rodríguez. En 1991, estas instalaciones llegaron a tener 345 barcos. A finales de febrero, el número de embarcaciones amarradas no llegaba a las 140.

"Nadie paga el amarre de una barca cuando no puede utilizarla. Casi dos tercios de nuestros clientes se han marchado", explica el empresario.

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Le quedan aún los veleros. ¿No son negocio?

"Las personas que pilotan veleros pasan varios días en el agua sin tocar tierra y, por tanto, sin gastar".

En las aguas del pantano de San Juan viven numerosas especies de peces, entre otras, barbos, black-bass, carpas y percasoles. Estos últimos, introducidos hace escasos años en el embalse, son el terror de los pescadores. Antonio, un hombre que lleva casi dos décadas probando suerte con el anzuelo, se queja: "Son unos peces muy bonitos, de color rojo, amarillo y azul. Sin embargo, engañan. Son como pirañas. Se comen las huevas de todas las demás especies. Dentro de unos años serán los únicos dueños del pantano. Proceden de América".

Calidad del agua

¿Y la calidad del agua? "No sé por qué, pero antes no había peces muertos, y ahora... ¡Fíjese en ese barbo que flota en la orilla!".

En el merendero La Playa, uno de los 15 chiringuitos establecidos en la zona con permiso, nadie ocupaba hace dos semanas una mesa. Los dueños, la familia Somoza, pasaba el tiempo charlando entre sí y esperando mejores tiempos. "La prohibición de navegar en barca de motor ha sido nuestra ruina. El negocio va tan mal que estamos pensando en abrir sólo algunos meses".

María no tiene chalé, pero sí una tienda de campaña con cocina, trastero, antena de televisión, jardín, valla y generador eléctrico de gasóleo. Comparte parcela con otro medio centenar de campistas ilegales. Ocupan las laderas de los montes arbolados. Los pinos igualan un panorama compuesto por caravanas, telas multicolores, casetas de madera y piscinas portátiles.

"Hace 22 años que vinimos aquí. Aplanamos el terreno y nos instalamos. Nunca hemos molestado a nadie". La Guardia Civil les va a echar pronto. Les obligarán a ir a un cámping. "De aquí no nos echa nadie. No nos gustan los lugares cerrados".

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Sobre la firma

Vicente González Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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