Todas las penas caben en una silla
La desgracia se ensaña con Carmen, pero ella resiste dando ayuda a los marginados
Un banquete de bodas en 1981 fue el primer paso de Carmen Picazo, de 33 años, hacia la des gracia: hija de emigrantes, vivía en Francia y vino a España ex presamente para la celebración. No pudo regresar; los manjares escondían la colza desnaturalizada, causante del síndrome tóxico. Sólo quedan vivos tres de sus 14 hermanos. Después, tres abortos. Quedó postrada en una silla de ruedas de por vida y luego sufrió una hepatitis B a causa de una transfusión de sangre, denunciada y archivada en los tribunales. Su marido es esquizofrénico.Como si no tuviese suficiente con su infortunio, Carmen consuela el de los demás: en su propio piso, en el barrio de Palomeras sur (Vallecas), tiene su oficina, desde la que atiende a los marginados que acuden en busca de ayuda. En 1984 creó la Asociación de Personas Necesitadas y Marginadas, legalizada en 1992. Por allí pasa "de todo: alcohólicos, drogadictos, parados y transexuales", explica Carmen.
Extraños en casa
Llamar al timbre de su casa -un bajo sin teléfono- y pasar es sencillo. No se necesita tarjeta de presentación. Que alguien no come desde hace días ella le hace un guiso, o le da comida cuando la tiene. Que a uno le han echado de todas partes y no encuentra dónde caerse muerto esa noche, Carmen le da cobijo sin hacer preguntas. "Sólo hay una norma: que respeten el cuarto de mi hijo", dice Carmen con pasión Y él, Mario, de 10 años, tiene un buen despabilo y parece ajeno a la desgracia que le rodea. Inventa dibujos preciosos con su padre, Jesús.
A Carmen se la ve voluntariosa y decidida. Pero últimamente está algo más baja de tono. "Me siento dopada", comenta. Abre el bolso y comienza a enseñar los "chismes" que debe tomar. Ya está harta y asegura que va a dejar todas las medicinas. Abomina de los médicos, que según ella son la causa de muchas de sus dolencias. El último aborto que ha sufrido, hace tres meses, la ha dejado aturdida. Carmen explica que estaba embarazada de siete meses. Una cesárea mal practicada, según ella, acabó con la vida del bebé, al que no vio.
En esto entra un tipo al piso. Se sienta enfrente de la, tele y observa los montones de cintas de vídeo y de música que se agolpan en el aparador. Carmen le pasa un paquete de lentejas. "Tu padre era demasiao, Carmen". Moreno, y visiblemente alcohólico, el visitante sólo abre la boca para decir esa frase. El padre de Carmen la ayudó en su labor hasta que él falleció. Carmen lo recuerda sin tristreza. Porque ella explica sus desgracias con toda suerte de detalles, pero no se queja. De ahí le viene la fuerza. No se fía demasiado de los que llegan "con el mono", por si le hacen alguna picia. En esos casos les da cobijo, pero pasa la noche en vela para que no le roben lo poco que posee.
Con una pensión de 42.000 pesetas saca adelante a su familia, a tres sobrinos que viven con ella temporadas largas, y paga los gastos de la asociación, que cuenta con 1.700 famillas asociadas. "Todo sale del bolsillo de la menda, explica con desparpajo". Su marido no trabaja. Las Misioneras de la Caridad le dan provisiones dos veces al mes. Y tal como le llega, ella se las pasa a quienes. se la requieren. Debe 18 meses de piso, por el que tendría que pagar una renta de 16.000 pesetas. "Pero el agua y todos los gastos los pago siempre, que conste", explica.
La preocupación por la desgracia ajena le llegó cuando resultó afectada por el síndrome tóxico. Aunque en Francia ya trabajaba de enfermera en un hospital. Enferma, pero todavía capaz de andar con muletas, empezó a acudir periódicamente a reuniones de Fraternidad Cristiana, una asociación q ue atiende a disminuidos físicos y psíquicos. Allí conoció a Jesús, el amor de su vida. "Yo me casé con él sabiendo que tenia esquizofrenia, pero no me importa". Después, Carmen continuó con su labor de solidaridad y segura que estuvo trabajando con Teresa de Calcuta. Anduvo un tiempo en la asociación Prodiecu, desmantelada porque vendía boletos de lotería ilegales utilizando como gancho a los minusválidos. "Yo sabía que era ilegal, pero el dinero llegaba a buenas manos", explica con orgullo.
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