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Sábado tarde, en el supermercado

Las economías escuálidas son las que más sufren en los supermercados. Los solitarios pobres son agredidos cada día por los precios y también por la obligación de comprar grandes cantidades de cualquier cosa que han de perderse sin remedio en sus alacenas vacías. No es posible comprar un limón solo ni una sola cabeza de ajos, y casi es imposible ya una única manzana: todo lo han de comprar los solitarios en paquetes que luego descansarán hasta pudrirse en la tierra de nadie de la gente sin espejos.Los sábados, a las siete de la tarde, los solitarios pobres que viven la obligación de subsistir así soportan el drama mayor de la semana, porque a esa hora ya no hay tantas pequeñas tiendas, y, además, han cerrado los viejos mercados donde todavía era posible comprar una nuez, medio pan o una pera pequeña para esta noche.

Estas escenas las viví en uno de esos supermercados implacables que están abiertos a esa hora final del día no fronterizo de la semana.

En una de ellas, una mujer con el aspecto que da el pasado estable rebusca entre las peras y halla piezas enormes que aparentemente superan el tamaño que ella necesita; los ajos no se venden separados en virtud de una normativa legal, y tampoco tienen un limón suelto". Es que yo no necesito tanto", le dice a la dependienta. "Así son las cosas, señora, lo toma o lo deja". ¡Trescientas cuarenta y ocho pesetas!", exclama la vieja dama. "¿Y por qué todo tan caro?".

En la larga cola que se organiza ante la desganada caja que nos atiende, un anciano con el aire cansado de la oscuridad de la calle reclama pasar delante: "Sólo llevo arroz con leche". Dudan los parroquianos antes de hacerle semejante favor, pero al fin acceden, y el viejo se va, reconfortado acaso con esa casual solidaridad que le han dispensado.

En el supermercado hay sólo un dependiente para cada departamento, y en esa única cola veo a personajes que esperan minutos lentísimos para pagar una chocolatina de almendras, una lata de sardinas o un bisté de ternera. En la misma caja, algunos se han dejado asimismo artículos sueltos a los que no ha podido llegar su presupuesto. Una chica barre sin entusiasmo los residuos del día y se sorprende cuando se le pregunta si en este sitio hay servicio de caballeros. "¿En este supermercado?". La calle está llena de luz, y acaso eso sea lo más amable que hayan visto los que aquí compran materiales para seguir viviendo en soledad su inevitable e intenso viaje solitario.

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