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Monárquico, sabio y leal

Antonio de Senillosa fue para mí un amigo, un compañero entrañable, un trozo de mi vida política, con el que compartí lecturas, lealtades y diálogos en profundidad sobre todo lo que nos era común. Conocí a su padre cuando yo era director general de Industria en el Gobierno de Burgos y él se ocupaba en restaurar las presas y saltos de aguas destruidos, al final de la guerra civil. Fue él, también, quien me habló de su hijo, estudiante, monárquico, y que tenía dificultades debido a esa condición.Antonio era un personaje complejo, rico en pensamiento, independiente en lecturas, enamorado de su familia, activo en política. Recuerdo su paso por las Cortes, fulgurante y ameno, breve en sus intervenciones, intencionado en sus ataques y capaz de analizar, en un instante, los términos de una. situación. Ello ocurrió, por ejemplo, en la noche del 23 de febrero. Inmutable en su escaño, junto al mío, levantó la liebre de la trampa que al día de hoy nos sigue pareciendo la clave del arco del falso episodio. Su salida, al término de la noche, con guardias civiles escalonados en los pasillos, tuvo un diálogo final con Armada, que nos saludó cortésmente al dejarnos en libertad. Recuerdo el buen humor del que hizo gala cuando entró en el ámbito del hotel Palace, donde nos acogió el equipo de rescate. Las declaraciones de Antonio esa madrugada fueron épicas, y se hizo un corro de periodistas en tomo suyo, delicioso de burlas y de verdades. "¿Querrá usted descansar en su dormicilio?", le espetó uno de los interrogantes. "Prefiero tomar unas copas aquí, con ustedes. Hemos presenciado una escena kafkiana, protagonizada por un golpe de Estado tercermundista, del mundo suramericano".

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El últímo artículo de Senillosa se titulaba "Morir en febrero"

Antonio era un hombre de riquísima cultura interior, curioso de novedades literarias que repescaba en breves visitas a los libreros de Perpiñán que le nutrían con las piezas últimas del repertorio parisiense. Pero su acervo intelectual era variado, y para muchos desconcertante. Tenía riqueza notable de originalidad. Fervor patriótico hacia Cataluña, a la que consideraba como su segunda madre. Recuerdo cuando me pidió que hablara en público en un gran local barcelonés, convencido de que el monarquismo mío se debía unir al respeto hacia el catalanismo como piezas de engarce coherente. Fueron los tiempos del motor del cambio, que apareció en la prensa catalana como eslogan inventado por mí, de lo que sería el papel relevante de la dinastía y del Rey.

Antonio era hombre rico en iniciativas, que iban apareciendo en su vida una tras otra. La Compañía de Jesús llevó a cabo una actualización de su Universidad Complutense, de notable rango y prestigio. Senillosa juzgó conveniente actuar en ese terreno, y sus propósitos tuvieron éxito notorio. Su mujer, personaje admirable, enamorada profunda de Antonio, lo animó hacia lograr una concesión de ese signo que se reflejó en numerosas iniciativas. Quizás la que más me impresionó a mí fue la que logró en la adquisición y reforma de un palacete abandonado, situado en lo alto de una colina y que. ambos esposos llenaron de vida, de originalidad y de elementos vitales, hasta convertir el ámbito en una pieza de magistral diseño. Yo he pasado muchas horas felices en ese precioso recinto, y descubrí el secreto de su entusiasmo por la familia, que mantenía unas reglas de conducta que, por ejemplo, consistían en que yo les mantuviera su curiosidad y su vivo deseo de hacerme preguntas, interminables, sin interrupción. Su mujer participaba del espectáculo, que, en definitiva, consistía en que yo aceptara que ellos me hicieran preguntas al término de la sesión, cosa que revelaba la participación mía en la fiesta de la adivinanza.

Fue Antonio miembro del Consejo de don Juan de Borbón y participaba activamente en los avatares de aquel largo periodo con una muy eficaz información que nos hacía llegar a las reuniones periódicas de Estoril. Su monarquismo era admirable y prudente. En ocasión de que se desplazara don Juan por vía marítima a lo largo de las costas mediterráneas, hubo de protagonizar numerosos encuentros de los que permitieron hacer contactos y visitas a lugares clave del riquísimo acervo catalán. Siempre, participó Antonio en cuantas oportunidades hubo para ello. Fue un monárquico activo, prudente, rico de contenido, en su discurso interior. Y hubo de padecer destierro en Fuerteventura por haber acudido al conturbernio de Múnich, atroz incidente debido a las estupideces de un grupo de fanáticos que hicieron notorio daño a la evolución inevitable de los acontecimientos. Antonio de Senillosa era un hombre de inmensa cultura, de riqueza de verbo, de patriotismo innegable, de servicio al Estado en todas las ocasiones. Su fallecimiento nos llena de pena y de amargura.

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es embajador de España y ex ministro de Asuntos Exteriores.

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