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Reportaje:

Calle de la Reina de la Basura

Última radiografia del kilómetro cuadrado que sirvió para laurear a Madrid como la ciudad más sucia

Alguien entretuvo ayer su paseo por la calle de la Magdalena comiendo pipas. La bolsa se la dejó olvidada en el suelo de la esquina con la calle del Olivar. Que no vaya a por ella: estaba empapada en un charco inmundo, una sopa espumosa de colillas y papeles. La rodaja de chorizo se encontraba un poco más adelante, en el bordillo. Cuatro redactoras de El País Madrid recorrieron ayer palmo a palmo el kilómetro cuadrado del centro que los ingleses del Tidy Britain Group juzgaron el más sucio de Europa. Y volvieron asqueadas.Las colillas alfombran esas calles, como todas las que se cruzan con Atocha y Huertas. Los amos de los perros se encargan de que sus mascotas saturen las aceras de estas callejuelas. Y lo consiguen. La pincelada de color está servida con el cartón de zumo de manzana y el paquete vacío de arroz frente al número 4 de la calle de Cañizares, la naranja espachurrada que decora la acera de la parroquia del San to Cristo o el mocho amarillo que dejó de limpiar el suelo para ensuciar la calle de Luis Vélez de Guevara. Frente al 63 de la calle de las Huertas hay una barra de neón en el suelo, pero si se anda un poco también se puede optar por una lata de leche o un paquete de café. Más colillas, más cagadas, hasta conseguir un olor putrefacto en ciertos tramos de la calle de los Desamparados, que francamente lo está: por los vecinos y por los servicios municipales de limpieza.

La porquería tapiza las calles del centro y ejerce un poder hipnótico sobre el viandante que no deja de alimentarla, mientras las papeleras mueren de inanición. El uso que se da a estas calles justificaría un cambio de nombre: la Gran Colilla, calle de la Reina (de la Basura) o Virgen de los Detritos, en vez de Peligros. En todas ellas los bordillos se han convertido en papeleras de sesión continua y los alcorques y jardincillos en escatológicos oasis perrunos.

Restos de comida, pañales, palomas muertas, zapatos, papeles y todo tipo de vestigios de los vicios más variados campan por las aceras. Un repartidor de frutas en un acto reflejo arrojaba bajo un coche las cajas vacías, en la calle de la Reina.

Las estrechas calles que conducen a la plaza de Chueca se ahogan en la suciedad. Los carritos de los barrenderos apenas las visitan porque no caben. Las calles más anchas, como la Gran Vía, Hortaleza, Fuencarral, Montera y Alcalá están mucho más limpias. El Ayuntamiento, además, riega la zona de las Cortes y el paseo del Prado a diario pata que reluzcan el Parlamento, el Banco de España o el hotel Ritz.

Cruzando la frontera de la carrera de San Jerónimo, el panorama se emponzoña. Los bordillos de Huertas son una auténtica mina para buscadores de tesoros perdidos: un bote de liquido ara frenos vacío en la plaza del Ángel es pieza única que brilla entre la vasta colección de cacas de perro. Y más de 20 desengañados arrojaron sus cupones de la ONCE en la plaza del Ángel y en la calle de León, la suerte estaba echada. Información elaborada por

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