¿Mejor que la otra vez?
Felipe González solo se inmutó cuando le mentaron a Redondo
Llegó 45 minutos antes con seis vehículos de escolta y un viejo perro policía al que pusieron inmediatamente a olfatear el plató, la mesa, las cámaras, los camareros (que también había) y las azafatas minifalderas. Luego retiraron al perro y despegaron guardaespaldas sordos modelo FBI, mientras una maquilladora luchaba en vano contra las ojeras del presidente, huellas tenebrosas de su longevidad en el poder. A las 23.35 se sentó ante sus entrevistadores. La desigualdad no era sólo de fondo (tres contra uno) sino de forma, ya que las posaderas de los periodistas reposaban sobre cojines suplementarios de color naranja, un trato de favor de que no se benefició el trasero del invitado. Momentos antes de entrar en directo, a Mariñas le propinaron la última descarga de spray en el cogote, tal vez para evitar que se desmelenara a la hora de las preguntas. Jáuregui y Fernández se conformaron con polvos en la nariz. "Bueno, no estemos tan serios", comentó, Mariñas, de cuyos ojos salían verdaderas chispas miráse o no al presidente del Gobierno.
Lamesa, del tamaño última cena, parecía alejar todavía más a los apóstoles del maestro en virtud del truco empleado por González, quien inmovilizó sus gafas a modo de barricada delante de una carpeta con folios sobre la que jugueteó con el bolígrafo, la única herramienta que le sirvió para señalar las llamadas "tres patas del sistema de pensiones" sin cortar la que metió el ministro Solbes.
Hablé demasiado deprisa al referirse a las previsiones del año 2025, como si ya estuviera encima, pero cuando empezó a sudarle copiosamente, el bigotillo fue al oír el nombre de Nicolás Redondo. Aquí echó el cuerpo atrás un par de veces.
Tele 5 linda con un cuartel de Artillería, y a las doce en punto de la noche del 24-F, qué horror, oírnos el rugido de tanques a pocos metros del plató. "No hay que alarmarse", cortó un empleado de la casa.
Un sinfín de veces repitió su latiguillo "y por tanto" para hacer ver que lo que pasa en otros países de Europa, sobre todo en Alemania, acabará pasando aquí. A las 0.35, Lazarov le regaló un plano frontal, más propio de un discurso de campana que de una entrevista poshuelga.
González pidió cigarrillos rubios. Fumaba con ansiedad. Pero mantuvo siempre los pies cruzados, cargando el peso en el derecho. Parpadeaba insistentemente tras las pausas. Al final desplazó las gafas a un lado, y entonces, visto de perfil no sólo sus patillas, sino también sus gestos recordaban al presidente Menem. Él mismo se arrancó el micrófono como si fuera un doloroso dardo, y siguió a sus anfitriones a una sala donde, en torno a bandejas de jamón, le esperaban el ministro Rubalcaba y Miguel Durán, con la expresión feliz del cuponazo. "¿Ha salido mejor que la última vez?", preguntó. Eran las 0.20. "Ahora sí que me sentaría bien un güisquito" dijo. Y se lo bebió.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.