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Los "muros" de Sarajevo

La frágil tregua en la capital bosnia permite a sus 300.000 habitantes salir de sus madrigueras

ENVIADO ESPECIAL Rasim, 62 años, y Stjepan, 66, se han visto cara a cara esta semana por primera vez desde hace muchos meses. Viven en Sarajevo a menos de un kilómetro. Otros como ellos, sobre todo de cierta edad, han coincidido en la calle, fuera de sus madrigueras. La novedad es excepcional. Vecinos separados por algunos centenares de metros se comunicaban por teléfono en el mejor de los casos. Las granadas de mortero y los francotiradores habían vaciado las calles de la ciudad. Las mujeres especialmente, si tenían un hombre en casa, han aprendido a vivir enclaustradas. La tregua impuesta por la OTAN a los sitiadores nacionalistas serbios, bajo amenaza de bombardeo, ha sacado por fin a los habitantes de Sarajevo de sus escondites.Desde mayo de 1992 había muchas personas separadas por los muros de Sarajevo. La explosión de odio les sorprendió en zonas diferentes, y en ellas siguen. Entre áreas serbias y musulmanas no vuelan ni los pájaros. Por eso han aprendido a comunicarse, si se puede llamar así, a través de la Cruz Roja, que edita un periódico de mensajes. Con un poco de suerte, el aviso de Bemir para su novia en zona enemiga podrá publicarse el mes próximo. Los que tienen dinero y sentido del riesgo llegan a concertar citas en las orillas opuestas del río Miljacka, desde las que se hablan de noche a través de una emisora de radiotaxi. Alrededor del 25% de los habitantes de la ciudad viven separados de alguien, según organizaciones humanitarias.

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Sueño de libertad

Con el alto el fuego mantenido desde hace más de dos semanas, un balbuceante sentimiento de seguridad se abre paso entre "los 300.000 de Sarajevo". Los comercios están abiertos, aun que no tengan casi nada que ofrecer, los taxis van circulando, incluso esperando de noche con su luz amarilla encendida, unos cafetines más de un año cerrados prueban fortuna y abren las puertas esperando clientela. La gente pasea de noche entre la nieve, sobre todo en la zona musulmana del centro de la ciudad.

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En esta semana loca es corriente encontrar parroquianos en un bar a las diez de la noche, hora en que comienza un atenuado toque de queda, escuchando música a la luz de las velas, o a la de la luna. En torno a una cerveza, 600 pesetas, o a un vaso de aguardiente, la gente disfruta a raudales con la novedad que supone poderse contar cara a cara las peripecias pasadas y especular sobre el futuro inmediato. Muchas veces, bajo una fotografía de Tito.

Lo que todos anhelan para ese futuro inmediato, y por lo que muchos darían una parte de su vida, es poderse mover libremente por su ciudad. Ése es el sueño de Sarajevo, isla dividida y cerrada en el corazón de Europa. Y no sólo por un muro. Por tantos como las barreras que separan en la capital bosnia las laberínticas líneas del frente entre los combatientes serbios y sus enemigos musulmanes.

En términos muy generales, Sarajevo está controlada por los bosnios al norte del río Miljacka, que la parte horizontalmente, y por los serbios al sur. Pero los sitiadores dominan toda la ciudad desde las montañas y colinas vecinas, a la que abrazan férreamente con su artillería. Dentro de la misma urbe hay barrios divididos entre los dos contenientes o puntas de lanza serbias que penetran en el corazón de zonas croatas o musulmanas.

Otra parte crucial del sueño de Sarajevo es tener escuelas, agua, gas, alumbrado o gasolina, comida suficiente o transporte público. 0 tener trabajo, algo de lo que ahora disfruta aproximadamente el 2% de la población en edad de hacerlo. Los hombres entre 18 y 45 años pertenecen al Ejército bosnio. La cascada de miserias que se abate sobre los vecinos de Sarajevo castiga especialmente a los musulmanes, dos tercios de la población de la ciudad. El tercio restante se reparte entre 70.000 serbios y 30.000 croatas. En las zonas controladas por las tropas serbias, las mismas que asedian desde las montañas, los precios de los alimentos son aproximadamente 10 veces menos, y sus vecinos se benefician con regularidad de bienes escasos como el agua, el gas o la electricidad.

Levantar el sitio de Sarajevo, desmilitarizarla completamente, abrir sus calles y comunicaciones, lo que Naciones Unidas promete ahora, será una labor de titanes. Consiste -después de dos años de guerra sin leyes entre familias, vecinos, amigos, y un océano de odio acumulado- también en abastecer a la ciudad de alimentos, en hacer que funcionen sus escuelas, que caigan las barreras levantadas y sostenidas por la fuerza de las armas, que la gente vaya a donde quiera y que tenga en sus casas aquellas comodidades de que gozaron sus antepasados: agua corriente, luz, calor.

No hay escuelas en Sarajevo. Funcionan aulas en alrededor de una veintena de sótanos relativamente seguros. Unos mil niños asisten a ellas cuando hay profesores suficientes para impartir las clases. Los programas son tan pobres como es posible imaginarse. Los institutos para muchachos entre 14 y 18 años están cerrados. A partir de los 18 los hombres pertenecen a la Armija, el Ejército bosnio.

Sarajevo no tiene agua, a pesar de estar asentada sobre un gran acuífero a 200 metros de profundidad. Sólo la fábrica de cerveza cuenta con pozos e instalaciones para sacarla del subsuelo. Por tanto, y salvo unos depósitos en Mojmilo, no lejos del aeropuerto y controlados por los bosnios, también en esto sus habitantes, mayoritariamente musulmanes, dependen de la voluntad de los sitiadores que controlan las llaves de distribución. Cualquier agravio o represalia se sustancia primero con un corte de agua, gas o energía.

Sarajevo tampoco tiene gas. El gas llega a Bosnia desde Hungría, y la planta principal que abastece a la capital sitiada está en Rajlovac, cerca de Ilidza, también bajo control de los nacionalistas serbios.Laberíntico recorrido

Como en la zona musulmana de Sarajevo no se produce nada, salvo tabaco, pan y cerveza, es corriente el envío de paquetes desde áreas bajo dominio serbio. El mismo azúcar que en la ciudad vieja cuesta 65 marcos (por encima de las 5.000 pesetas) el kilo, vale seis en Grbavica, un par de kilómetros al suroeste.

El último paquete que Dubravko, que vive en la ciudad vieja, recibió de su hermana a través de una de las múltiples organizaciones de ayuda que aquí trabajaban, le llegó tras dos meses de espera. Enviado desde un barrio de Sarajevo, había hecho antes un recorrido de varios centenares de kilómetros, vía Belgrado, antes de volver de nuevo a la capital bosnia, a menos de dos kilómetros de donde partió.

El reino de la vela

No hay electricidad en la mayor parte de la ciudad de Sarajevo. Las centrales eléctricas y de distribución no están en manos de las fuerzas bosnias. Se localizan en tramos de los ríos Drina, bajo control serbio, o Neretva, dominado por los croatas.La energía, que llega por condescendencia serbia, está reservada para las prioridades de la capital bosnia, aunque cualquier ciudadano que puede saca un cable de la extensión más próxima.

La cantidad de energía que permiten pasar los croatas se destina a bombear agua hacia la ciudad desde los depósitos de Ilidza, una población del suroeste en manos serbias. Bosnios y croatas, que llevan un año en guerra, han firmado esta semana en Zagreb un compromiso de alto el fuego global. Si se cumple, también en Sarajevo se notará en este capítulo.

Muchos de los transformadores, por añadidura, están inservibles. El aceite que se utiliza para enfriarlos es sistemáticamente robado, porque sirve también para los automóviles; un escaso, pero compacto, parte de Volkswagen Golf, que se ensamblaban en Sarajevo.

Como sólo por la noche hay algo de gas para calentarse, los ciudadanos intentan de día tirar de la luz. La consecuencia es que el precario sistema se derrumba un día sí y otro también. Sarajevo es el reino de la vela.

Los sitiadores serbios, que permiten ahora la entrada de 27 megawatios diarios, han prometido dejar pasar otros 100 suplementarios a partir de la semana próxima.

Con ellos podrían tener ocho horas diarias de electricidad los habitantes de una ciudad en la que no queda prácticamente ninguna industria de gran consumo.

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