¿Por que un precio fijo para el libro?
La iniciativa comercial de una determinada sociedad francesa dedicada al comercio de productos de ocio recién implantada en Madrid ha desencadenado una polémica sobre la ley que regula el precio fijo del libro en España. ¿Por qué, en una época de libre competencia y de liberalización de precios, a un producto, por muy cultural que sea, se le restringe a un precio oficial, fijo, marcado por el fabricante (editor), sin posibilidad de grandes oscilaciones (5%)? Hay razones sobradas para ello.La liberalización del precio en el libro conduciría, inevitablemente, a campañas agresivas centradas en los libros de impacto y novedades, que son los únicos con una rotación de ventas suficiente para interesar a las grandes superficies (hipermercados incluidos). Pero no crea el lector que esto implicaría una bajada de precios a medio plazo. La importancia que adquirirían estas grandes superficies y cadenas haría que monopolizaran este tipo de mercado, exigiendo al editor mayor margen comercial para poder hacer frente a esa guerra de precios. El editor, forzado a realizar mayores descuentos a sus canales de venta, tendría que repercutirlo en el precio de venta al público, para poder rentabilizar así su inversión. Es decir, un libro, por ejemplo, cuyo precio fuera de 2.000 pesetas, pasaría a costar 2.500, pero, eso sí, lo podría usted adquirir hasta con un 20% menos. Además, ¿qué ocurriría con las librerías? El margen comercial medio de una librería es el 30%. Este margen no permite la competencia con los precios de las novedades y best sellers ofertados por las grandes cadenas. Dada la importancia económica que la venta de este tipo de libros tiene en el balance final de cualquier librería, éstas se verían estranguladas y muchas de ellas tendrían que cerrar sus puertas. La experiencia en los países europeos con liberalización de precios así lo ha demostrado. La ley Lang del ministro de Cultura francés que aprobó la regulación del precio fijo ha sido la respuesta más contundente y efectiva a los nefastos efectos provocados por la guerra comercial.
Sin embargo, ante esto podríamos preguntarnos: ¿interesa que sigan abiertas las librerías de fondo? La respuesta sólo es una: son el reflejo de la pluralidad y heterogeneidad que enriquece la cultura de un país. ¿Podría usted, lector, adquirir, junto a sus productos de primera necesidad, con su carrito, El ciudadano, de Hobbes; El capital, de Marx, o El origen de las especies, de Darwin?
¿Los editores se arriesgarían a publicar las últimas tendencias en arte, ciencia, literatura o pensamiento estando anegados los canales para su venta?
¿Tendría confianza el autor en las liquidaciones de sus derechos por la propiedad intelectual de su obra, al no saber a qué precio real se está vendiendo? ¿No debería ser el Ministeriode Cultura el que, en una campaña de información sin tantas alharacas y monos difundiera las bondades de un decreto-ley redactado y aprobado por el mismo que defiende, en último término, los intereses de la cultura y, en definitiva, los derechos del lector?-
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