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La España deseable

Es para mí la España deseable -la única España verdaderamente deseable- aquella en la cual, precisamente por haberse integrado entre sí las diversas formas de vida existentes en su ámbito geográfico e histórico, haya logrado un nivel decoroso su contribución a la cultura universal. A tal empeño deben cooperar todas las culturas . que componen esa diversidad. La parte concerniente a la cultura en lengua catalana, tal como yo la veo, ha sido esbozada por mí en estas mismas paginas, y pienso que mi reflexión podría aplicarse a las otras dos autonomías no castellanohablantes. Falta exponer lo no poco que en la empresa toca a la España castellanohablante -en principio, la totalidad de España-, y muy en especial a su regimiento cultural desde Madrid.Ante todo, una meta de. carácter ético: lograr que haya perdido su validez un juicio de Unamuno, enunciado por él hace tantos años y por mí con frecuencia repetido: "Nos trae a mal traer la sobra de codicia unida a la falta de ambición". Codicia: el desmesurado afán de lucro o mando inmediatos. Ambición: el propósito de que sea importante -modesta o egregiamente importante- aquello que se hace. Así entendidas una y otra, no parece muy erróneo afirmar que ese juicio tiene hoy más actualidad que cuando por vez primera fue formulado.

Sobre tal fundamento ético tendría que elevarse la meta de la España deseable; meta que en todos los órdenes y en todos los niveles de la vida social debe ser, en el caso que ahora me ocupa, el conocimiento suficiente, la estimación cordial y la sincera admiración de la realidad de Cataluña. Las torpes agresiones contra el idioma catalán cometidas por las dos recientes dictaduras y la no menos torpe y agresiva caracterización tópica de la conducta social de los catalanes -la cantilena de su constante preocupación por el lucro económico, como si en Valladolid y en Zaragoza no la hubiese- deben ser objeto de arrepentimiento y olvido. El alicorto y ofensivo centralismo de los que hasta hace poco, acaso hasta hoy mismo, han venido hablando de universidades, notarías y juzgados "de provincias", sobre ser anacrónico por obra de la realidad misma de España, debe ser radicalmente eliminado del lenguaje. Así tantos usos verbales de la miope España de ayer.

Pero vengamos a lo nuestro, y preguntémonos: sin cierto conocimiento de la cultura catalana, con mayor pormenor en los españoles más cultos, con menor en los menos cultos, ¿puede ser deseable una España futura para quienes como yo la queremos realmente integradora de su diversidad cultural? Mientras los nombres de Jacinto Verdaguer y Joan Maragall no sean sino los de dos lejanos poetas para tantos españoles cultos, y todavía menos que eso para tantos otros menos cultos, ¿podemos los castellanohablantes exigir que Galdós y Unamuno sean para los lectores catalanes algo más que nombres de dos escriptors castellans? No sólo el 15% del IRPF deben pedir los políticos de Barcelona para que Cataluña sea todo lo que puede y debe ser.

Con varios ejemplos de carácter literario -extensibles, por supuesto, a otros órdenes de la vida-, mostraré lo que pueden ser la complementariedad y la integración de la cultura castellana sensu stricto y la cultura catalana.

La vivencia de la naturaleza. La ascética del cristianismo castellano ha tendido a la contraposición, en cierto modo puritana, entre la alabanza de "lo eterno" y el menosprecio de "lo temporal". Los leves toques de deleite ante el espectáculo de la naturaleza en Los nombres de Cristo y el verso "Vestidos los dejó de su hermosura", de san Juan de la Cruz, no invalidan mi tesis. Supuesto lo cual, dígase si no es integrable y complementaria la ascética del cristianismo catalán, tan autorizadamente representada por Maragall, cuando el poeta no quiere una gloria que no asuma toda la belleza del mundo, y menesterosamente dice a Dios: "Home so y és humana ma mesura / per tot quant puga creure i esperar. / Si ma fe i ma esperança aquí s'atura. / ¿Me'n fareu una culpa més enllá?".

El tardío paisajismo de los escritores del 98 -Unamuno, Azorín, Valle-Inclán-, ¿no será más periférico que castellano, y no es, por otra parte, más estético e historicista que ascético?

Los ríos y el mar. Para el sentir castellano del mundo y de la vida, el mar es una metáfora de la muerte: Jorge Manrique ("Nuestras vidas son los ríos..."), Antonio Machado ("Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar"; "Acaso como tú y por siempre, Duero, / irá corriendo hacia la mar Castilla?") así lo demuestran. Para el sentir catalán, en cambio, el mar es vida y alegría (Maragall alentando a los pueblos periféricos de España ante la sola y ancha Castilla: "Parleu-li del mar, germáns!", o humanamente conmovido por el verso "Connovi el tremolar della marina", de La divina comedia).La ironía catalana -a la vez que ella, la gallega y la andaluza- como contrapunto de la tradicional gravedad castellana. Menos acre que la de más acá del Ebro -compárese a Larra con Rusiñol y con Pla-, ¿no es cierto que puede y debe ser complemento integrable de la básica gravedad castellana y aragonesa, si es que ésta perdura en Castilla y Aragón? Algo catalán conviene a lo castellano y algo castellano conviene a lo catalán para que España entera sea lo que puede y debe ser. Dígase otro tanto de las restantes formas de vida vigentes sobre la piel de toro.

Las vías hacia la meta. Básicamente respecto de todas ellas, es preciso elaborar con urgencia una concepción de la realidad cultural de España acorde con lo que jurídicamente -sólo jurídicamente- viene siendo desde la Constitución de 1978, y fomentar con obras y acciones la fe en la viabilidad y la excelencia de esa España todavía ideal. Mejorando la conocida definición de Renan, Ortega propuso entender la nación, el hecho de la nación, como "un sugestivo proyecto de vida en común"; y, trasladando ese concepto a la España de nuestros días, la invención y el ofrecimiento de una vida colectiva capaz de hacer sólida y duraderamente real algo que los redactores de la Constitución quisieron decirnos con su letra: el establecimiento de una relación entre las comunidades autónomas que -volveré a Ortega- sea más "convivencia" que "conllevancia". En lo tocante a la cultura, algo diré acerca de lo que a mi modo de ver debe hacerse y no se ha hecho. Y puesto que en este caso todos pueden ser buenos entendedores, emplearé pocas palabras.

Por parte de la Administración central, esto veo necesario y urgente:

1. Invención y ejecución de una política cultural -y como parte de ella, de una política idiomática-, en la cual, pensando en la perfección de la total cultura española y en su eficacia más allá de sus fronteras,

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convenientemente se articulen "lo central" y "lo autonómico". ¿Qué partido político ha formulado algo concerniente a este aspecto del posible y necesario "sugestivo proyecto de vida en común"?

2. Consiguientemente, ordenación jurídica de la difusión mundial de la cultura española, concebida ésta según su deseable unidad y su real diversidad. ¿Responden a este no utópico ideal la estructura y la función de nuestras representaciones diplomáticas?

3. En definitiva, metódica superación del "nosaltres sols", acaso tácito, pero vigente en no pocos catalanes, y del "vosotros solos", resignado en algunos, irresponsable en otros, de tantos españoles castellanohablantes.

En la práctica de la enseñanza:

1. Por parte de la Administración catalana, compatibilizar del mejor modo posible la enseñanza en catalán y la enseñanza en castellano, procurando que éste sea para los catalanohablantes 9engua también suya", y no simple lengua de uso". No soy sociolingüista ni pedagogo, pero nadie me quitará de la cabeza que esto es factible, si en la ordenación de la enseñanza hay buena voluntad y no pasiones soterradas. Me estremece la posibilidad de que los catalanes cultos de la segunda mitad del siglo XXI no consideren a Cervantes, san Juan de la Cruz, Lope de Vega, Unamuno, Valle-Inclán, Juan Ramón y Ortega "más suyos" que a Shakespeare, Goethe y Víctor Hugo. Porque a esto se llegará si los jóvenes de Cataluña tienen que aprender el castellano como ahora lo hacen.

2. Por parte de la Administración central, muchas cosas: lograr que en los centros de enseñanza media de la España castellanohablante sea conocida y estimada la cultura catalana como valiosa parte integral de la cultura española; procurar que la historia de España sea enseñada como el camino, con sus indudables altibajos, hacia la deseable integración de las diversas formas de vida existentes en el territorio español; hacer que en las universidades a su cargo, cada vez van siendo menos, haya departamentos de lengua y cultura catalanas; conseguir que Madrid sea constante escenario de todo lo que en Cataluña ha sido y es local y universalmente valioso... Cuando Joaquín Ruiz-Giménez era ministro de Educación Nacional y yo rector de la Universidad de Madrid, Rubió, Carles Riba y Sagarra enseñaron en ella. ¿Dónde ha quedado aquel modesto y fracasado germen?

Quiero hablar a los barceloneses. Entre tantas cosas importantes, a todos los españoles nos han obsequiado ellos con el grande y merecido éxito mundial que alcanzaron los Juegos Olímpicos de 1992. Pero, por su parte, la España global ha hecho de Barcelona sede o ápice de sus tres más altas hazañas.

La más alta hazaña histórica de España, el descubrimiento de América, fue oficialmente comunicada al mundo en el Tinell barcelonés, cuando en uno de los días finales de abril de 1493 los Reyes Católicos y el príncipe don Juan, "en gran man era alegres" dice Las Casas, con toda pompa recibieron a Cristóbal Colón y le nombraron almirante del mar océano, acompañados de muchos grandes señores, castellanos. catalanes, valencianos y aragoneses", todos deseosos de ver "aquel que tan grande hazaña, y que a toda la cristiandad era causa de alegría, había hecho". El acta de nacimiento de América a la historia universal en Barcelona se firmó.

La más alta hazaña literaria de España, la creación del Quijote, en Barcelona tuvo su culminación. Porque Cervantes, además de elogiar a la ciudad en términos bien conocidos, quiso que Don Quijote y Sancho vieran el mar no como muerte, sino como vida: "Vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera, que en La Mancha habían visto; ... el mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro"; y que Don Quijote descubriese en Barcelona la imprenta, y así accediese a la cultura moderna por el más importante de los caminos de su difusión universal; y que, en fin, el Ingenioso Hidalgo, derrotado por el de la Blanca Luna en la playa barcelonesa, viviese por vez primera el sentimiento que iba a dar pleno sentido humano a su locura, la melancolía, porque sólo con una vena de ella en el corazón es enteramente hombre el hombre. Todos los barceloneses, todos los catalanes están moralmente obligados a leer como "también suyo" el idioma en que Don Quijote les habló.

En fin: la más alta hazaña científica de España, la teoría de la neurona, en Barcelona tuvo su cuna. Muy hondamente me complace haber contribuido a que una lápida lo recuerde sobre el muro de la modesta casa en que el cerebro de Cajal la concibió.

Así y sólo así veo yo la ascensión, no sé si ya iniciada, hacia la España y la Cataluña deseables. ¿Utopía de un soñador ingenuo? ¿Voz clamante no en el desierto, sino en medio de unos que no quieren hablar como "también suya" la lengua castellana y de otros que a disgusto o con indiferencia se resignan a que eso suceda? Tal vez. En cualquier caso, no dejaré de ver estas propuestas mías -o las que técnicamente las mejoren- como vías hacia la común perfección de España y de Cataluña. Y si en el tiempo de español viviente que me quede no veo avanzar hacia esa meta, me refugiaré en Antonio Machado y, recordando lo que para España he querido, diré con él: "De toda la memoria, sólo vale / el don preclaro de evocar los sueños".

Aunque la evocación, en este caso, lleve consigo melancolía.

Pedro Laín Entralgo es miembro de la Real Academia Española.

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