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El fanal

La Sala Primera del Tribunal Supremo decidió hacer llegar al Rey un memorándum sobre una cuestión de delimitación de funciones con el Constitucional. Fue como un resorte para poner en marcha el tablado de marionetas en la escena política española.En este asunto hay, en realidad, muchos asuntos de gran trascendencia política y humana: problemas de reconocimiento de paternidad, derecho a alimentos de un niño, pruebas biológicas forzosas o no forzosas, derechos fundamentales, rapidez y eficacia del sistema judicial, problemas constitucionales que afectan a la división de poderes y asignación de funciones de los órganos del Estado. Al opinar, todo se mezcla; todo está realmente mezclado.

Sin embargo, no me voy a referir en este momento a todas esas, cuestiones, sino a una sola de ellas. Las reacciones rápidas tienen la ventaja de que desnudan más a sus autores, y se les conoce mejor. Y lo primero que observo es que en España, en cuanto el Rey anda por medio, hay mucho personal que se. pone muy nervioso. No precisamente el Rey, que al menos no manifiesta inquietud alguna; menos mal.

Y es que entre políticos y opinantes los hay que, republicanos de corazón y monárquicos de leal o interesada resignación, se intranquilizan si ven que el Rey puede servir para algo que no sea el mínimo inevitable. Y entre los monárquicos de corazón, los hay que no quieren que el rey intervenga para que no se moje, y así pueda permanecer conservado en alcanfor. Unos quieren que no tenga poder; otros, que no tenga responsabilidad. Unos y otros, coinciden en este maternal afán protector del monarca. Ya se sabe que hay madres castradoras o, dicho en términos menos modernos, cariños que matan. Entre unos y otros acabarían metiendo al Rey en un fanal. Algunos, con la secreta ensoñación de que el tiempo demuestre la inanidad de la institución; otros, con la de que alcance la perennidad de los incorruptible.

Uno y otros demuestran, entre otras cosas, poca seguridad en lo que es una monarquía constitucional; en lo que es la irresponsabilidad política del Rey, y la función arbitral y moderadora que le encomienda la Constitución. La sala primera del Tribunal Supremo, estimulada por su explicable (aunque no necesariamente justo) cabreo (llamemos a las cosas por su nombre) pudo hacer lo que hizo, u otra cosa, que las leyes dan muchas vías para manifestar enojo o deseo de que los problemas se arreglen. Pero a mí no me parece en modo alguno descabellado que, agarrándose a un artículo de la Constitución, y en una cuestión política entre grandes, acudan al Rey, ni como el demiurgo que no es ni como el fetiche mudo que tampoco es; quiero decir, según la Constitución (por cierto, y con todos los respetos, la cuestión sólo es técnica en la medida en que ha de resolverse técnicamente y no chapuceramente, pero no en cuanto que no se trate de un asunto político, de poder, que la técnica resuelve como si se tratara de la medición de la distancia entre dos puntos). Y hay procedimientos sencillos para que el Rey actúe, como Rey constitucional, adecuadamente refrendado, promoviendo la solución de la cuestión institucional, y sin que tenga que decidir, por supuesto, quién es el padre del niño en cuestión, que eso está ya decidido por sentencia inamovible. A lo mejor es conveniente que las altas instituciones del Estado, que no son precisamente un modelo de diligencia y escrupulosidad en el cumplimiento de sus funciones, reciban el aliento de un poder moderador cuya intervención efectiva o sugerida quizá haya que agradecer, en este caso, a la sala primera del Tribunal Supremo.

En realidad, el efecto ya se ha producido. Al fin, parece que el memorándum no se va a tramitar al Rey. El Tribunal Supremo o su presidente se pondrá en marcha *para, sin tener que molestar al Rey, arreglar la discrepancia. Tampoco es mala cosa. Pero sin la amenaza del memorándum, quizá no se hubiera actuado con tanta premura y celo.

Una sugerencia para quien corresponda. Si alguien amaga con chivarse al Rey, a lo mejor se consigue que se nombre en plazo el defensor del pueblo y se cubran las vacantes del Consejo General del Poder Judicial y que evitemos el bochorno de los retrasos en designación de miembros del Tribunal Constitucional,y tantas y tantas faltas, de seriedad en el funcionamiento de ciertas altas instituciones. Sería, por lo demás, la prueba de oro de la eficacia de la monarquía constitucional. El Rey modera sin moderar. Una especie de ensalmo, regio: se invoca el nombre del Rey, y sólo con eso los grandes se ponen en orden. Como el silencio que se producía cuando el profesor se presentaba en el aula, en los buenos viejos tiempos en que había un respeto. Y hasta puede funcionar. Con lo importantes que son, a lo mejor es que son como, niños, y basta decir que vas a papá.

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