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Por culpa de cuatro votos

El 26 de abril de 1966 la incógnita se despejó con una decepción. Pese a las apuestas de la prensa nacional, que adjudicaban el 80% de las papeletas, la llama olímpica no brilló en Madrid por apenas cuatro o cinco votos. Un cronista se intentaba consolar: "Lo que de verdad importa es que esa llama se mantenga con fe y con la generosidad de nuestra juventud hasta que se alce bajo el sol español en el brasero de nuestro propio estadio olímpico". Otros culpaban al eterno mito de la desorganización española o señalaban con el dedo acusador a la prensa internacional.Pero la verdad para el coronel, que se llevó un disgusto terrible, es más simple: en toda competición alguien tiene que perder. Además, "muchos países europeos optaron por Munich porque era más fácil y barato trasladar allí a sus deportistas que a Madrid. Perdimos honrosamente". No obstante, reconoce, la suerte no les acompañó mucho, "hasta la capitalidad cultural del 92 quedó desdibujada por Barcelona o Sevilla. Quizá en un futuro no muy lejano, podamos resarcirnos", aventura esperanzado.

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