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Reportaje:

"Marinero en tierra"

Juan de la Cosa, navegante y cartógrafo cántabro, compañero de Colón y autor del primer mapamundi en el que aparecieron las costas de América, ha sido galardonado a título póstumo y quintocentenario con un jardín esquinero del barrio de Chamartín, conato de zona verde, caricatura de parque entre las calles de Potosí, Cochabamba y Víctor Andrés Belaúnde, a la que los viejos del lugar siguen llamando calle de La Menta.Nadie, casi nadie en el barrio sabe, ni tiene por qué saber, quién fue este prócer peruano, diplomático y ensayista al que el diccionario enciclopédico Grijalbo adjudica una profunda preocupación metafísica, plasmada en sus libros, Inquietud, serenidad, plenitud y Cristo da fe y los cristos literarios.

Una vez derribadas las últimas casas bajas que albergaron tabernas y talleres, res¡duos de Las Cuarenta Fanegas, antigua denominación de esta zona periférica de Madrid, la calle de Víctor Andrés Belaúnde, que enlaza las postrimerías de Serrano con el cogollo de Alberto Alcocer, ha perdido su traza menestral y casi bucólica, aunque siempre fue más descampado que campo propiamente dicho.

El rectángulo verde y en declive, que una placa clemente designa como plaza de Juan de la Cosa, sufre desde su fundación las secuelas de la sequía contumaz que azota a la ciudad, es un, ejemplo vivo de la desertización que aflige al planeta, aunque, eso sí, cuatro gotas son suficientes para que se convierta en barrizal impracticable.

Un surco seco cruza como una cicatriz su territorio, arroyo mínimo que se desborda los días de lluvia para regodeo de la grey infantil que lo frecuenta y lamentación de madres y niñeras. El parque es raquítico, sí, pero cosmopolita; en sus bancos se asientan niñeras dominicanas y filipinas que guardan niños rubios y mimados; algunos balbucean en lenguas extrañas y arman la de Babel alrededor del tobogán.

A prueba de cualquier incipiente vandalismo, el tobogán y los restantes artefactos lúdicos son de hierro y tienen un remoto parecido con ciertos instrumentos de tortura de la Inquisición. Una prueba algo brutal, pero efectiva, para comprobar la dureza y resistencia de los huesos infantiles. Estos artilugios no son precisamente ergonómicos, pero sí económicos, apenas necesitan mantenimiento, y son educativos, pues con ellos los infantes aprenden lo dura que es la vida. Entre los sauces llorosos y los pinos pigmeos retozan saludables cachorros, rebozados en arena escarban felices.

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También escarban ajenos a las voces de "Nene, caca", que surgen de los bancos cuando tropiezan con los omnipresentes excrementos caninos.

El navegante cántabro Juan de la Cosa, también cartógrafo y autor del primer mapamundi en el que se dibujaron las costas de América, es recordado en una historiada lápida adosada a un pedrusco de granito, estela funeraria donde, con letra gótica y florida prosa, se rememoran sus hazañas, monumento humildísimo, vandalizado y cutre.

Tan cutre como el jardín que lo circunda.

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