_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El Límbo

Julio Llamazares

El portero de El Limbo, que ahora se llama Lui (o algo por el estilo), no sabe siquiera ya cómo se llamaba el bar para el que trabaja ahora. El portero de El Limbo, o como se llame ahora, gasta arreos militares y patillas, y lo único que sabe del bar que arites estuvo en el mismo lugar que el que él ahora vigila es que era un sitio "de intelectuales y gente así; gente mayor y aburrida".El Limbo lo cerraron hará cuatro o cinco años. Estaba en la calle de Santa Teresa, junto a la plaza de Santa Bárbara, en pleno corazón de Alonso Martínez, y durante más de una década -la que llevó a los madrileños de la transición política al final de la movida fue un centro de reunión de artistas y diletantes, de periodistas y de escritores; pero sobre todo, y fundamentalmente, de noctámbulos empedernidos.

Junto con el pub Santa Bárbara y El Junco, primero, y El Capote y El Sol, después, fue un punto de referencia para una generación -o, mejor, para una parte de ésta- que s pasó las noches de los ochenta fumando y tomando copas mientras el resto se preocupaba de escalar posi onomiciones políticas y/o económicas en los escalafones de la España socialista.

Lo bueno que tenía El Limbo es que nadie tenía prisa. Ni los tres camareros de aspecto sampekimpiano que lo atendían (Berto, Lorenzo y Arturo) ni los clientes, que eran casi todos fijos. Hasta había perros que le eran fieles y que tenían bajo las mesas sus propios sitios. Cada noche se repetían las mismas caras, o parecidas, pero ninguna noche se repetía. Todas eran una página distinta de la novela que se escribía en cada rincón entre el humo de los porros, el reflejo de las copas y el sonido de la música. Aunque siempre acabasen con la misma: Toda una vida...

Toda una vida, no, pero parte de ella se nos fue a muchos entre las mesas de El Limbo. Cuando cerró, sus clientes nos quedamos un poco huérfanos y algunos ya no nos volvimos a encontrar nunca. La ciudad nos había dispersado para siempre.

Por eso, la otra noche, mientras el portero quedó vigilando la calle, bajo las luces de Alonso Martínez, yo me alejé pensando adónde irían los bares cuando los cierran, adónde las historias que se quedaron entre sus mesas. Es decir, a qué limbo van las noches cuando se las lleva el tiempo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_