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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Indiferencia

El pasado día 4 de enero fuimos testigos de un grave accidente ocurrido en las dependencias de la Jefatura Provincial de Tráfico de Madrid, en la calle de Arturo Soria, donde nos encontrábamos, como varios cientos de personas que allí había, para gestionar ciertos papeles. Sobre las 10.40, minuto más, minuto menos, escuchamos un gran estruendo de cristales rotos y, tras unos segundos, vimos cómo un chico joven salía de entre la gente cojeando y sangrando abundantísimamente por su pierna derecha. Enseguida intentamos ayudarle unas seis o siete personas. Le tendimos en un banco y, ante la aparente gravedad del corte que los cristales le habían producido a la altura de la ingle, le hicimos un torniquete con su propio jersey. Al poco empezó a palidecer y a perder el conocimiento. Rápidamente, mientras varios le atendían, otros fuimos desesperados a buscar un policía, un médico de la jefatura, alguien que llamase a una ambulancia y que nos echara una mano. Fue imposible. En la jefatura no encontramos respuesta de ningún policía. A la ambulancia la llamó una persona desde un teléfono público. El guardia de seguridad privada desapareció. Pasaron los minutos y nadie de la Jefatura Provincial nos ayudaba. Por fin introdujimos al herido en un coche particular, cuyo conductor, a la vista de lo sucedido, ya había tenido la previsión, de situarlo a la puerta de la jefatura, con las puertas abiertas y el asiento del acompañante abatido. Del coche sólo sabemos que era un Corsa blanco con, matrícula de Guadalajara y conducido por un joven.

Subieron al coche el conductor y un conocido del herido y le trasladaron al sanatorio de Nuestra Señora de América, en cuyo servicio de urgencias le atendieron. A los pocos minutos llegaron la Policía Municipal y dos ambulancias. Pero ya era tarde: se habían llevado al herido. De la Jefatura Provincial seguía sin aparecer nadie; ni un solo agente, ni un solo médico. Tan sólo unos operarios colocaron una valla de protección junto al cristal roto y una señora de la limpieza limpió el enorme charco de sangre.

Queremos poner en su conocimiento y en el de sus lectores este grave hecho. El joven que resultó herido parece que atravesó involuntariamente un gran cristal -de los que van de techo a suelo- que carecía de todo tipo de señalización indicadora de que allí había un cristal. Cristal peligrosamente frágil, pues no resistió el golpe de una persona (cristal junto al que diariamente pasan cientos de personas) y que se rompió en decenas de trozos cortantes como navajas. Pero lo más grave es que, repetimos, nadie de la jefatura ayudó al herido, cuya vida se nos iba de las manos. Algo extraordinariamente grave si tenemos en cuenta que nos encontrábamos en la Jefatura Provincial de Tráfico de Mádrid.-

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