Los virreyes
Hace unos 15 años fui a visitar las ruinas de la fascinante ciudad maya de Palenque, en la selva de Chiapas. Me aconsejaron que me alojase en Villahermosa, del vecino Estado de Tabasco, mejor que en TuxIa Gutiérrez. Llegué en el vuelo, de la tarde a Villahermosa y deambulé sin encontrar alojamiento por la ciudad saturada de técnicos petrolíferos.El clima era tan benigno que me dispuse a pasar la noche al raso en un banco de la placita ajardinada. Un amable compañero de banco, que me recordó al don Juan de Castaneda, me indicó una pensión familiar en la que quizá pudiera encontrar cobijo. La dueña me confirmó que lo había, si no me importaba compartir la habitación con otro huésped que llegaría más tarde. "Conozco esta situación", pensé. "Se trata de un arponero que lleva todo el cuerpo tatuado y quiere vender una cabeza humana jibarizada. Nos haremos amigos y dentro de mucho, muy lejos de aquí, me salvará la vida". Acepté gustoso. La habitación estaba en la planta alta y daba a un balcón corrido donde se oían músicas lejanas y era fragante la humedad de la noche.
Mi compañero de hospedaje no era arponero, sino estudiante de alguna modalidad de ingeniería. Y nada de bárbaros tatuajes: un indio alto, de rostro aguzado y vivo, discretamente amable, guapo. Vivía en algún pueblito remoto y de vez en cuando pasaba la noche en Villahermosa, para marchar de mañana a su escuela: no dormía, me dijo, estudiaba hasta el amanecer. ¿Me molestaba a mí dormir con la luz encendida? Charlamos. Siendo yo extranjero, ¿cómo es que nos entendíamos? Le dije que era español y me repuso con cautela que en ' España se habla catalán: luego se felicitó porque- yo fuese una excepción a esa regla.
Tras una serie de precisiones geográficas acerca de la ubicación exacta de España, mi compañero de hospedaje se interesó por nuestro régimen político. ¡Una monarquía, un rey! Y de pronto comentó, con cierta ansiedad: "En México ya no hay virrey español, ¿verdad?".
Le tranquilicé al respecto y concluyó aliviado: "¡Ahora tenemos el capitalismo!". Cuando me desperté, muy temprano, ya se había ido a sus clases. Yo marché a la cita de Palenque, los templos anegados por la jungla, el súbito aguacero místico...
La insurrección zapatista ha venido a recordarnos que en México sigue habiendo virreyes. Perdura el colonialismo interno, la oligarquía que pretende disociar modernización económica -que le resulta rentable- de modernización política, que puede serle peligrosa.
Con el pretexto de autonomizar identidades tradicionales (y con la complicidad involuntaria de algunos indigenistas) intentan mantener a los indios en la miseria del pasado, padeciendo la pérdida de sus viejos lazos, pero sin ninguna libertad efectiva a cambio.
Los rebeldes, claro está, no se oponen a la modernidad: se oponen a que se les excluya de ella. Como no les dejan integrarse con plenos derechos en el modelo liberal, que es el bueno, optan por el populismo marxista, que siempre fue la vía modernizadora de quienes no pueden permitirse otra.
Hay virreyes quizá peores: los de aquí, los de nuestros medios de comunicación que, mientras calculan el adelanto que han de pedir por el próximo libro o la tertulia radiofónica que puede serles más rentable, gritan "¡viva Zapata!" con la boca llena.
Ante el Tratado de Libre Comercio (TLC) todo fueron recelos o denuncias; ante la posible senderización de México, sólo parabienes retóricos. Celebrar la desesperación militarizada como un renacer de la verdadera izquierda es confundir el alarido del escaldado con un ensayo de Pavarotti. Pero ya se sabe que en Latinoamérica lo que les va es guerrilla y dignísimos comandantes barbudos; a nosotros, en cambio, que no nos toquen el burgués Estado del bienestar... ¿Cuándo acabará de una puñetera vez el virreinato de las Américas?
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