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Firmas balcánicas

Croacia y el Estado de Yugoslavia formado por Serbia y Montenegro han firmado en Ginebra un acuerdo para "iniciar el proceso- de normalización de sus relaciones". Éste prevé la apertura de "oficinas de representación" en sus respectivas capitales para facilitar los contactos bilaterales. Hay quien ya ha visto en ello el reconocimiento mutuo, el establecimiento de relaciones diplomáticas e incluso una alianza político-militar entre estos dos Estados para acabar con la guerra en Bosnia e imponer un reparto coordinado del territorio de este Estado.En realidad, este acuerdo es poco más que una mera repetición de uno ya firmado en octubre de 1992 por el presidente croata, Franjo Tudjman, y el entonces presidente yugoslavo, Dobrica Cosic. Después de aquella firma los choques militares continuaron. Las bombas serbias, incluido algún misil tierra-tierra, llegaron hasta los suburbios de Zagreb. Parece, por tanto, prudente no exagerar el efecto de unas firmas que en los Balcanes sólo tienen el valor de la estratagema.

Peroltambién es cierto que tanto Tudjman como Milosevic tienen hoy más interés que en el pasado en coordinar sus acciones, al menos a corto plazo. Estos acuerdos, como toda una serie de encuentros públicos o secretos habidos en los últimos dos años entre los presidentes Tudjman y Milosevic, tienen por objeto buscar una estrategia común en Bosnia. Esta adquiere mayor relevancia ahora que las víctimas de esta operación de tenaza, la población bosnia y el ejército leal al Gobierno de Sarajevo, cansados ya de esperar ayuda internacional, se han lanzado a una ofensiva al principio desesperada, pero ya muy sólidamente respaldada por considerables éxitos militares.Con la aceptación por parte de la comunidad internacional del principio de división étnica del Estado bosnio y el firme control serbio sobre dos tercios del territorio del Estado bosnio, Milosevic ha logrado sus objetivos bélicos. Ahora su máxima prioridad está en el levantamiento del embargo que ha sumido a Serbia y Montenegro en una situación de caos social, miseria y hambruna. Tudjman, por su parte, necesita paliar la catástrofe militar y política que ha supuesto su estrategia de división de Bosnia. Ésta solo reafirma en sus tesis a los rebeldes serbios que mantienen ocupado un tercio de Croacia. Pero Tudjman es incapaz de enmienda. Su obsesión por proseguir con su lucha contra la fantasmal amenaza islámica le ha llevado a enviar amplios contingentes de su ejército regular a luchar en suelo del Estado vecino. Esto justificaría plenamente que Croacia se vea sometida a sanciones internacionales similares a las aplicadas a, Serbia. Pero, además, no ha podido cambiar así la suerte de una guerra entre croatas y bosnios de mayoría musulmana, cuyos pirincipales causantes son el presidente croata y sus adláteres herzegovinos. Ahora firma un acuerdo en el que no ha podido siquiera arrancar a Milosevic un reconocimiento para la soberanía croata en sus fronteras oficiales. Mientras Milosevic aprovecha con maestría la debilidad de sus adversarios, Tudjman sólo sabe caer en la propia debilidad por vía de la arrogancia.

El acuerdo se firma sin tener en cuenta a los principales factores del conflicto en el actual momento: el ejército leal a Sarajevo, dispuesto a seguir luchando; las fuerzas serbias en la Krajina que, instigadas a la rebelión contra Zagreb por Belgrado, se negarán a ser vendidas ahora por Milosevic a Tudjman; los croatas dálmatas y bosnios, víctimas de la estulticia política y estratégica de Tudjínan; y finalmente la descomposición generalizada en el escenario bélico de los bandos, serbio, croata y bosnio provocada por la agitación nacionalista, la aceptación del principio de división étnica -segregación- por parte del mundo civilizado y por la propia dinámica de la guerra. El resultado de todo esto será, nadie lo dude, más guerra.

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