La máquina destructora
Washington es una máquina de triturar personas. Durante el primer año en la Casa Blanca, Bill Clinton ha tenido varias oportunidades de descubrir la capacidad de destrucción del triángulo formado por los medios de comunicación, la clase, política y los grupos de presión. El almirante Bobby Inman, al renunciar el martes a su candidatura como secretario de Defensa, habló de "moderno, macartismo" y denunció, entre el asombro y el posterior rechazo de la mayor parte de políticos y periodistas, una supuesta conjura contra su nombramiento del líder republicano del Senado y de un afamado columnista. Inman lleva 30 años en la Administración, sabe cómo se funciona dentro del beltway -el cinturón que rodea el Distrito de Columbia, pero también la expresión con la que el resto del país se refiere a la jungla política de la capital- y no estaba dispuesto a someterse al proceso de crucifixión pública que entraña un nombramiento.Ha habido quien ha tomado decisiones más drásticas: "Aquí, destrozar la vida de los demás se considera un deporte", escribió Vincent Foster, poco antes de suicidarse, el pasado 20 de julio, en un caso todavía sin aclarar.
Foster, número dos del gabinete jurídico de la Casa Blanca, amigo de Bill Clinton y socio de Hillary en Little Rock, había Sido, atacado sin piedad por el The Wall Street Journal, que le tachaba de incompetente. Como abogado, se hizo cargo de la liquidación de los intereses de los Clinton en el proyecto. Whitewater, el escándalo financiero que ahora planea sobre la Casa Blanca. Otro recién llegado, Georges Stephanopoulos, portavoz de Clinton en la campaña presidencial, tuvo que abandonar su puesto de portavoz de la Casa Blanca por los roces continuos con los tiburones de los medios de comunicación en Washington. Lani Guinier, la abogada que sufrió el fuego cruzado de la. prensa conservadora cuando fue nombrada para ocuparse de los derechos humanos en el Departamento de Justicia (la Casa Blanca retiró el nombramiento sin permitirle defenderse en el Senado) cree que la novedad con respecto a la tradicional dureza de la vida política norteamericana es que la discusión no aborda ideas o méritos: "Se ataca la reputación de la gente", dijo a The Washington Post, "o se les despacha con frases hechas".
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