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Centenares de personas asisten al entierro de Federica Montseny en Toulouse

ENVIADO ESPECIAL, El féretro de Federica Montseny recorrió ayer poco antes de las 10 de la mañana los 500 metros que separan la que fue su casa del panteón en el que descansa a hombros de un grupo de anarquistas. Detrás la bandera rojinegra, y la familia acompañada por la ministra española de Sanidad, Angeles Amador. Delante y más atrás centenares de militantes, simpatizantes y amigos.Toulouse (Francia), 9 de la mañana. Decenas de personas deambulan, silenciosas, por una estrecha calle del barrio de Saint Cyprien. Se saludan y dan la bienvenida a nuevas caras que van engrosando el grupo. Esperan todos a que salga la comitiva que ha de llevar a Federica Montseny a su última morada.

Frente a la casa hay una furgoneta estacionada. Está llena de ramos de flores que más tarde serán depositados sobre la tumba. Minutos antes de las 9.30, llegan un par de coches de policía y otro oficial con la bandera española. En él viaja la ministra de Sanidad, Ángeles Amador, que acude al entierro de la mujer que la precedió en el cargo hace casi 60 años.

Al filo de las 10, sale la comitiva. Chisporrotean las cámaras fotográficas y la gente se aparta, para dar paso al féretro, que avanza con lentitud. En pocos instantes dobla, la esquina y entra en el cementerio. Se para, ante la tumba que acoge los restos del compañero de Federica Montseny, Germinal Esgleas y de la hija de ambos, Blanca, fallecida en 1977, cuando tenía 35 años.

El silencio aumenta. "Fue una mujer de profundas convicciones" dice en un breve parlamento Ángeles Amador. Y añade que su presencia es un homenaje a Federica Montseny que ya está en la historia de España.

José Luis Rua, director de la publicación CNT, toma la palabra: evoca la figura de la fallecida, su ejemplo de lucha, lamenta el presente de un mundo que ella se empeñó en cambiar sin conseguirlo del todo y afirma que obreros, campesinos y estudiantes guardarán silencio por su muerte. Evoca también a la compañera, firme en la crítica, seguro apoyo en las dificultades. Y la despide con la expresión anarquista "Salud" que los asistentes corean al unísono.

El acto ha terminado pero los asistentes se resisten a marcharse. La ministra comenta para las cámaras la figura de Federica Montseny, su preocupación por los menos favorecidos y la modernidad de sus propuestas de hace 60 años.

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Ni una calle

Rua habla con algunos camaradas de hace unos años cuando un grupo de profesores de la Universidad de Granada intentó que Montseny fuera nombrada doctora honoris causa: "Nos pidió que no siguieramos, que no le gustaban los actos protocolarios". Sólo aceptó, explica su secretaria María Anguera de Batet que dieran su nombre a un hospital en Vallecas. Y uno de sus amigos de siempre recuerda que en España nadie le ha puesto su nombre a una calle.Los anarquistas han acogido bien la presencia de la ministra. "Hemos respetado la voluntad de la familia", dicen, "y tampoco vamos a olvidar que la propia Federica fue también ministra". Echan en falta, sin embargo, una representación por pequeña y simbólica que fuera, del Gobierno de la Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona.

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