Un monacato de locura
Dominicos y benedictinos reivindican para los monjes sus extravagantes orígenes
Se han convertido en élite. Como los monjes de Silos, que han entrado a formar parte de la galaxia de Julio Iglesias por colocar en la lista de superventas su doble compacto de cantos gregorianos. Han sido premiados con un disco de platino. El sistema los ha fagocitado reconociendo sus méritos seculares. Es el paradigma de la actual vida monacal, expuesta por dominicos y benedictinos durante el VI Congreso Justicia y Paz, organizado por la Orden de los Predicadores, que concluyó ayer en Madrid. Representantes de ambas órdenes reivindicaron la vuelta de los monjes a los orígenes, cuando eran tildados de locos, durante el tercer milenio. Esto es, que los monjes dejen de formar parte de las élites para situarse en los márgenes del sistema, huyendo, como en sus orígenes de la Iglesia mundanizada.Lo dijo Lluís Duch, monje de la abadía de Montserrat, y abundó en ello Felicísimo Martínez, teólogo dominico. La deshistorización de los monasterios, dijo Duch, se ha concretado, por ejemplo, "en un inaceptable elistismo y en la despreocupación ética". La vida monástica, añadió, se ha clericalizado, como la propia sociedad, donde la institucionalización fagocita "cualquier iniciativa laica". Por ello reivindicó la recuperación de la laicidad para la vida monástica, donde el monje no tenga poderes sacramentales, que acaban secularizando.
Cortarse la oreja
Felicísimo Martínez, en un lenguaje más coloquial, fue rotundo: "El monje del futuro debe ser más laico y menos secularizado". Es decir, no ha de ambicionar el sacerdocio una forma, en definitiva, de tener poder. Han de recuperar sus orígenes, indicó. "Los monjes se resistieron durante mucho tiempo a ser asimilados en el orden sacerdotal", señaló. Incluso recordó estratagemas utilizadas por algunos monjes para eludir la ordenación: "Algún monje se cortó una oreja para tener un impedimento". Los congresistas rompieron a reír; incluso asintieron. Pero callaron cuando espetó: "¿Qué pasaría si nosotros, frailes ordenados, renunciáramos a nuestros poderes sacramentales?" . "Muchos monjes corremos en pos de parroquias, y muchas monjas, en pos de vicarías parroquiales. Así se sacerdotaliza el monaquismo", diagnosticó. Y pierde la esencia de sus orígenes fundacionales.Por ello reivindicó la vuelta a la locura original de sus órdenes: "El monje del futuro debe ser más extravagante o más a anormal". Antes, recordó, los monjes primitivos permanecían subidos a las columnas, permanecían siempre de pie, sin acostarse, caminaban a cuatro patas y se alimentaban de hierbas. Era, señaló, una estrategia en busca de la libertad. "Ahora somos tan normales que sólo provocamos la indiferencia", precisó. A renglón seguido apostó por "la extravagancia monástica, que significa, sobre todo, vagar o caminar por la periferia del sistema, al margen e incluso en contra de la institución y la ley, al margen de las normas y los convencionalismos del sisteina". "Quizá", aventuró, "el monje del futuro debe parecerse un poco, en su misión, al loco y al beodo: descubrir al ser humano su verdad más honda".
También ha de ser, a su juicio, "más liminal -periférico-" y "más político sin dejar de ser místico" porque, "cuando la ciudad está ardiendo, la contemplación en el desierto puede ser una comodidad". O sea, un monje, para Felicísimo, de la Orden de los Predicadores, sin monasterio ni hábito.
Lluís Duch, por el contrario, y como buen benedictino, apuesta por el mantenimiento de los monasterios "como lugar de estabilidad" en tiempos de movilidad. Pero eso sí, despojados del poder, que provoca "lucha de clases entre los propios monjes" y que siempre acaba siendo secularizante.
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