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Madrileños paralelepípedos

Seguro que ustedes ya han reparado en ellos: unos señores calvos con pequeñas e inquisitivas gafas redondas y canosa barba puntiaguda que nos observan por el rabillo del ojo cuando acudimos en masa a las exposiciones de arte, y que luego nos siguen. Fingen ser tan aficionados al arte como nosotros, pero no: en realidad son científicos desembarcados en Madrid en misión confidencial para investigar el síndrome del impermeable.

Y seguro que ya han reparado ustedes igualmente en ese conjunto de síntomas extraños que por alguna razón -esa que investigan- se vienen dando en Madrid con intrigante contumacia. Se producen principalmente entre los deambulantes de las exposiciones de pintura, pero se han dado casos entre los 437 espectadores de teatro que hay en la ciudad, y también, aunque menos, entre la docena de lectores de León Tolstoi.

Los científicos han venido esta temporada porque, como a nadie se le oculta, ha sido particularmente propicia: los madrileños hemos tenido la oportunidad de ver, en pocas semanas, los métodos que utilizaron pintores como Kirchner, Dix o Nolde para conseguir que el fascio les condenara -y de la misma les consagrara- como artistas degenerados. Hemos podido apreciar las delirantes construcvisiones con que los vanguardistas de la revolución rusa quisieron anunciar la nueva de un nuevo mundo antes de sucumbir bajo los prejuicios pequeñoburgueses de Stalin. En el Prado se organizan colas de foto en el periódico para ver los cuadros que a Goya no le aceptaban en su tiempo. En el Reina Sofía hemos visto con nuestros propios ojos los legendarios desnudos que perturbaron tanto a la sociedad de Egon Schiele que le condujeron a la cárcel, por pornógrafo, y podemos ver aún los desafíos con que Bruce Nauman empuja los límites del arte de nuestro tiempo. En la Thyssen se exhiben dibujos de aquellos iluminados que nunca vendían un cuadro, los impresionistas, y en una antológica de fotografía en la Casa de América se comprueba que la furia de Sebastiao Salgado es un género con tradición.

Pues bien: los madrileños lo miramos todo con enorme interés, incluso con emoción, y nada más salir a la calle volvemos a adoptar las formas triangulares, esféricas, cúbicas y paralelepípedas de costumbre. Eso es lo que se llama síndrome del impermeable, aunque ya hay una moción para que se llame de León Felipe pues una anécdota que le ocurrió al poeta republicano en Barranquilla, Colombia, ilustra bien de qué se trata. Invitado a dar una conferencia, el poeta iconoclasta y comecuras soltó el mismo discurso provocador que, días antes, había estado a punto de provocar un problema de orden público en Panamá. Sin embargo, los barranquilleros le escucharon sin mover un músculo, con esa socarronería por la que figuran en el Guinness con el récord mundial del escepticismo, hasta el punto de que el vate se exasperó: "Aquí vosotros nada decís?" les dijo, "'me escucháis como quien oye llover: da asco", y tiró al aire las cuartillas de su conferencia.

Lo que intentan averiguar los sabios que investigan el síndrome es si nuestra impasibilidad ante una belleza que en otros tiempos fue motivo de heroísmos, cárceles, conjuros, bofetadas y revoluciones se debe a un liberalismo muy desarrollado, a un exagerado sentido de la relatividad, a una peculiar forma de empacho o a otras cosas, y en ese caso, a cuáles. Sea como fuere, la prueba para saber si uno está en sindromado es muy sencilla. Responda a las siguientes preguntas: ¿Se le puso a usted alguna vez la piel de gallina delante de un cuadro? ¿Se le humedecieron los ojos? ¿Se sintió usted exaltado? ¿Admiró la condición humana? ¿Se enorgulleció usted de pertenecer a la misma especie que el pintor? Y al poco de salir a la calle ¿volvió a la mezquindad? ¿No mejoró? ¿Le pitó al coche de enfrente? ¿Se alegró de la derrota del equipo rival?

Si ha contestado usted que sí, no hay duda: está usted paralelepizado. Pero no se preocupe: saberlo le ayudará a conservar más tiempo la humedad de los ojos la próxima vez. Si ha contestado usted que no, sobre todo a lo de la piel de gallina, preocúpese. Vaya a ver a un especialista. En el Museo del Prado atienden muchos de reputación mundial.

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