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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Jugar con fuego

LA COALICON entre los dos partidos nacionalistas catalanes, Convergencia y Unió, pasa por un momento delicado. Los senadores de Unió no secundaron el voto favorable de sus socios a la modificación del reglamento del Senado y lo hicieron, precisamente, por considerar insuficiente el tratamiento que se da al uso de las lenguas de las autonomías históricas en la Cámara alta. Con este gesto, los hombres de Unió aplicaban a un caso práctico la progresiva política de singularización que encabeza su líder, Duran Lleida, con respecto a su partenaire nacionalista. Al margen de su convicción sobre la exigüedad de la reforma votada, la elección del momento por parte de Unió demuestra un cálculo barroco. Su desaire a Convergéncia no corregía el resultado de la votación, ya que los votos del PSOE, del PP y de la propia Convergencia garantizaban la aprobición del reglamento, pero mostraba su discrepancia en un asunto especialmente simbólico, el rango institucional del catalán, con lo que, de hecho, culpaba a Convergencia de no ser más exigente en el capítulo de las demandas nacionalistas.El episodio protagonizado por Unió no, es sólo elemento de una estrategia orientada a no quedar demasiado diluidos en la coalición liderada por Pujol ante una eventual necesidad de recolectar votos en solitario en futuros comicios. También es un episodio más de la nada soterrada pugna entre Unió y el grupo parlamentario que encabeza Miquel Roca. Menos sensible qué Roca al necesario compromiso con los socialistas para garantizar la gobernabilidad del país, o, como mínimo, partidariád0 un regateo más profundo, no debió de disgustar en Unió el célebre hachazo dé sus parientes democristianos del PNY cuando. afirmaron que Convergencia era "el brazo, armado", del PSOE. Esta pugna se rastreó durante la crisis interna de Convergencia, en la que Unió4 fiel a Pujol, fue chivo expiatorio para que las réplicas y dúplicas entre Pujol y Roca -distantes en su estrategia española- no fueran a una personalización irreversible. Esta situación podía resultar cómoda para Pujol al colocarle como árbitro. Cómoda mientras todos obedezcan a sus propósitos. El martes no fue así y esto complica el discurso de Pujol ante Felipe González. Éste puede dudar de que el líder catalán garantice ya sin fisuras los 17 votos que tanto necesita. De concluir el actual conflicto en una fractura de la coalición se daría una preocupante dificultad en la gobernabilidad de España, a la que, paradójicamente, Pujol no quiso contribuir desde una coalición alegando que los problemas internos del PSOE no garantizaban un socio, estable.

Una hipotética ruptura también tendría repercusiones en la política catalana, al dejar en una minoría parlamentaria a Convergencia, que la conduciría a una aproximación hacia los socialistas, lo que favorecería a quienes defienden la tesis de un más claro entendimiento con el socialismo español, es decir, a Roca. A Pujol, por ello, no le interesa romper la coalición al precio de perder una mayoría absoluta en Cataluña -muy cómoda para su gestión.

Unió ha jugado con fuego para reforzar su imagen de partido autónomo y evidenciar las dificultades de entendimiento con Roca, que conducen reiteradamente al arbitraje de Pujol. Las desavenencias matrimoniales entre Convergéncia y Unió son una prueba más de que el proyecto nacionalista no es único. En el seno de CiU, como mínimo, hay tres. Y todo ello en un horizonte sucesorio, a medio plazo, para el que tal vez el número uno de Unió crea estar mejor situado que el número dos de Convergéncia. Dicho sea con la sutileza que caracteriza a ambos.

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