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Tribuna:
Tribuna
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Grrr

Cuando pienso en el lío que tuvimos armado en España con el asunto de la OTAN hasta que la cuestión se zanjó con el traumático referéndum de marras y contemplo el lastimero estado en que se encuentra hoy la Alianza, me hago cruces.¿Tanta cosa para esto? Nadie tiene la culpa, claro: se cayeron los muros, se nos acabó el enemigo de verdad y nos quedamos agarrados de la brocha. ¿Con quién pelearnos ya? No quedaba nadie lo suficientemente grande para plantarnos cara y decirnos: "Blanigan, como te muevas, yo también te líquido".

La doctrina que nuestros bravos líderes llamaron de destrucción mutua garantizada (como empiece uno, los demás nos vamos a poner tontos a mandar bombas atómicas a todos lados y así no quedamos ninguno) era una paparrucha. A la hora de la verdad, el fin de la guerra fría demostró que lo que contaba no era el enfrentamiento universal -que nadie iba a empezar- sino las guerritas chiquitinas, como esa tontería que tenemos armada en Bosnia, que hasta 1989 cada uno escondía en su propio patio mientras el otro apartaba pudorosamente la mirada (Hungría en 1956, Chile en 1973). La OTAN siempre había evitado la guerra y nunca había sido capaz de imponer la paz.

Y ahora que hay que separar contendientes, la OTAN no sirve. No sabe más que esgrimir misiles. Tampoco sirven los demás, pero al menos no amenazan en vano. Por, no atreverse, la OTAN ni se atreve a admitir a los antiguos enemigos; no sabría qué hacer con ellos.

Porque su existencia se justifica sólo en tanto en cuanto hay por ahí enfrente algún loco con armamento atómico. Ahí sí sabemos qué hacer: enseñar los dientes. Los otánicos están encantados con que Zhirinovski diga que tiene la bomba atómica y que está dispuesto a usarla. Grr, no te muevas Blanigan.

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