Un incendio en un piso de Carabanchel destapa el abandono de dos niños por su madre 'yonqui'
Cecilia Carreño, de 27 años, bajaba algunas noches al bar Quitapenas a pedir limón para diluir la heroína. Lo hacía al volver de la calle. En casa -un tercer piso sin ascensor de la calle de Sallaberry (Carabanchel)- dejaba solos durante el día a sus dos hijos: David, de seis años, y el pequeño, de nueve meses. El pasado lunes, con la madre fuera, un incendio se desató en la vivienda. David rescató de las llamas a su hermano. Pero el fuego, originado al encender una estufa de butano, sacó a la luz una situación de desamparo, gritos y pobreza. El fiscal de menores ordenó separar a los chicos de la madre. Los niños, que salieron ilesos del fuego, han sido ingresados en un centro de acogida menores.
La madre, detenida y liberada el mismo lunes, declaró que salió por la mañana a "visitar a un familiar" y que dejó a los niños en compañía del hombre con el que convive, Santos Rubio, un peruano de 31 años, que trabaja por la zona como repartidor de pizzas.Cecilia Carreño, sin trabajo conocido, alquiló el piso y sus pocos muebles en septiembre pasado. Los vecinos la describen como una mujer alta y morena, con mal genio. Por las noches, los gritos sacudían frecuentemente el inmueble.
"¡Hijo de puta, a ver si le dices de una vez al casero que nos pague la reparación de la electricidad!", recuerda un inquilino, haberle oído chillar a Cecilia. El destinatario era Santos Rubio, padre del niño pequeño. Un hombre que llegaba en su Vespino negra de reparto, que siempre saludaba en la escalera.
Sin llaves de la casa, las broncas le dejaban muchas noches en el rellano. A Santos Rubio, implicado por su compañera, la policía le detuvo por la calle en la mañana de ayer. Tras prestar declaración fue puesto en libertad.
Tardes de soledad
Los niños, según fuentes cercanas a la investigación, se quedaban muchos días solos. Así ocurrió el pasado lunes. En la vivienda, ubicada en la última planta del número 18 de la calle de Sallaberry, hacía frío. David decidió encender la estufa de gas butano. La llama prendió el sofá de la entrada del piso. El fuego se desató.
David, sin teléfono y ante el avance de las llamas, recogió a su hermano de una habitación -el piso tiene dos- y le sacó al rellano. A gritos llamó al vecino de planta.
Cuando éste salió, le envió a buscar ayuda escaleras abajo y dio cobijo en su casa al pequeño, que gateaba por el rellano. El vecino tiró algunos cubos de agua y avisó a la Policía Municipal. El humo y el fuego le tiraron atrás.
Los agentes acudieron en pocos minutos con los bomberos. Ante las sospechas de desamparo, recogieron a los niños, que no sufrieron quemaduras. Tras una hora, las llamas fueron sofocadas. La cocina, el aseo y el salón quedaron dañados.
Los hechos fueron comunicados al Grupo de Menores de la Brigada de la Policía Judicial de Madrid (Grume). La investigación confirmó las sospechas de la Policía Municipal: la madre abandonaba a los críos durante largos, periodos de tiempo.
Ese mismo día se había marchado a primera hora de la mañana y ni siquiera les había dejado de comer. El estado físico de los menores, según informó la Jefatura Superior de Policía, delataba el abandono en que vivían.
Pañales mojados
Los pañales del crío de nueve meses estaban mojados y sin cambiar. Ambos hermanos iban descalzos. El mayor apenas acudía al colegio. Algunas tardes bajaba al bar -póster de camionero, borrachos en la barra- a comprarle tabaco rubio a su madre.
Ella es muy poco sociable. Nunca se la veía pasear a los niños y el mayor tampoco iba al colegio. Los problemas económicos les apretaban", comentó un vecino, quien afirmó que la madre estaba a punto de marcharse de casa por falta de dinero.
El pequeño piso permanecía ayer cerrado. En el descansillo, iluminado por una bombilla, aún se apreciaban rastros del incendio. Este periódico trató sin éxito de recabar la versión del padre y de la madre. A 10 metros de la vivienda, en el bar Quitapenas, no se hablaba de otra cosa.
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