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El Este europeo: ¿Amenaza para España

Mientras los mercados de los países desarrollados se saturan, afirma el articulista, en el resto del mundo se abren nuevas posibilidades de demanda que las locomotoras occidentales de la economía mundial parecen ya incapaces de generar

El fin del siglo está siendo testigo de la saturación de los mercados capitalistas tradicionales, como son Estados Unidos, Europa y Japón. Al mismo tiempo, en el resto del mundo está surgiendo una clase media, en el sentido amplio, con capacidad económica creciente como para poder empezar a comprar los productos que ofrece el sobredimensionado aparato productivo de los países avanzados. Los ciudadanos de los gigantes China e India, de Asia en general, de una parte de América Latina o Europa central y.. oriental, ávidos de consumir, representan, una innegable oportunidad de demanda (cifrada en más de 800 millones de potenciales consumidores). `Demanda que las tradicionales locomotoras occidentales de la economía mundial parecen ya incapaces degenerar.Sin embargo, si esta nueva clase media mundial tiene capacidad de comprar es porque tiene capacidad de producir, y no sólo bienes básicos de baja tecnología, sino productos de alta tecnología con calidad suficiente y costes salariales muy bajos.

Ésta es la contrapartida a la oportunidad que abre su demanda: estos países son una seria amenaza competitiva como ya lo están poniendo de manifiesto los dragones asiáticos.

En el caso concreto de nuestros vecinos más próximos, los llamados países del Este, la caída del sistema comunista ha abierto por completo el horizonte europeo. Los antiguos enemigos en la guerra fría han, dado paso a un mercado potencial de más de 1,00 millones de consumidores, que puede llegar a ser de más de 300 si incluimos a los habitantes de la antigua URSS.

Si a la perspectiva de posibles compradores añadimos que compartimos un espacio, una cultura y una historia, que poseen una cierta tradición industrial y que ofrecen salarios muy bajos, la pregunta para los empresarios occidentales es muy clara: ¿interesa desplazar las inversiones de la vieja Europa capitalista hacia estas jóvenes economías de mercado?

El tiempo transcurrido desde el derrumbe de su sistema político y económico nos dice que n o es fácil la construcción de una democracia y de una economía de mercado a partir de los escombros del viejo sistema comunista. Desde el punto de vista político, la inestabilidad el manifiesta. Odios y nacionalismos desatados, viejos burócratas conversos luchando por el poder, enormes dificultades legislativas y jurídicas. Y desde el punto de vista económico, la situación no es mucho mejor. El sistema de economía planificada ha dejado de funcionar antes de que pueda hacerlo la economía de mercado.

La libertad de precios y la privatización son las dos medidas principales del proceso de transición y las que han puesto más claramente de manifiesto las ineficacias del sístema comunista. Una y otra medida han demostrado la inviabilidad de muchas empresas, que a sus productos anticuados y poco atractivos añaden mala calidad y costes excesivos debido a su incapacidad de gestión.La consecuencia inmediata, ha sido una caída dramática de su producto interior bruto que aporta algo nuevo en estos países, el paro, que en algunos casos supera ya el 10%. El panorama, en general, no es muy esperanzador. Sin embargo, cabe distinguir dos grupos de países: de una parte Polonia, Hungría y las repúblicas checa y eslovaca, a los que habría que añadir Eslovenia. En todos ellos se aprecia una cierta mejora: desaceleración de la caída de la producción, moderación de la inflación,, además de que sus exportaciones hacia Europa occidental, son ya significativas y crecientes. De otra parte, los países en los que aún no se ha estabilizado el contexto macroeconómico: se trata de las repúblicas de la antigua Unión Soviética, Bulgaria, Albania y Rumania. En ellos, a los problemas generales se une una mayor inestabilidad política, y como consecuencia se acusa aún más una insuficiente financiación exterior.Mención especial merece el caso de la ex República Democrática Alemana, donde el choque ha sido aún más brusco. Ni siquiera la inyección de marcos alemanes occidentales ha conseguido reanimar su actividad. La necesidad de alcanzar rápidamente niveles de competitividad equiparables a los occidentales y el deseo social de disfrutar del mismo nivel de vida que sus compatriotas del oeste ha tenido un efecto contraproducente en la actividad y en el desempleo.

A corto plazo, sólo los países del primer grupo presentan, en cuanto a mercado; un cierto interés; pero a medio y sobre todo a largo plazo el potencial es enorme. Si a esto añadimos los costes salariales (entre dos y tres dólares por hora trabajada, cuando en España es de 15, en Francia es de 18 y en Alemania de 27) podemos comprender las líneas de reflexión de las grandes empresas occidentales.

No obstante, es evidente que estas empresas deben evaluar algo más que el coste del factor trabajo a la hora de decidir una, inversión en un país. Factores como las infraestructuras, el tejido industrial proveedor, la cultura empresarial, el nivel de formación y moral de trabajo de sus operarios y el coste de la obtención de la calidad exigida pueden tener una repercusión crucial en la viabilidad de un proyecto. A estos factores de carácter técnico habría que añadir, como es lógico, otros, como la estabilidad política y la existencia de un marco legal claro y seguro Pese a las incertidumbres que rodean a la inversión en estos países, las multinacionales del automóvil no han perdido de vista el largo plazo y han comenzado a establecer cabezas de puente en la forma de joint venture con los fabricantes locales o mediante la adquisición del control de los mismos preferentemente. Las grandes inversiones son de momento menos evidentes y tendrán que esperar a que se reabsorban los excedentes de capacidad que actualmente se sufren.

Renault, por ejemplo, ha apostado por Eslovenia, la república más occidental de la antigua Yugoslavia, que goza de condiciones casi excepcionales, estabilidad política y la cultura industrial más próxima a la de los países occidentales. El problema se planteará cuando llegue el momento de decidir nuevas implantaciones. La ventaja de los países occidentales, como es el caso de España, se basa en su estabilidad, su tradición empresarial y sus infraestructuras consolidadas, pero debemos ser conscientes de que dicha ventaja puede verse rápidamente reducida si no reaccionamos a tiempo.

Si bien es cierto que la cultura empresarial española se ha desarrollado mucho en los últimos años, principalmente estimulada por nuestra incorporación en la CE, también es innegable que fuera de las grandes multinacionales aún queda por hacer una gran labor: racionafización de los procesos, apertura de mercados, internacionalización, etcétera.

No debernos olvidar que el activo más importante de un país es su capital humano. Es imprescindible contar con una fuerza de trabajo de calidad y flexible. La formación profesional y la Universidad española deben ser capaces de dar los profesionales que la empresa necesita. Por otra parte, es preciso suavizar las rigideces del mercado laboral español, que nos coloca en una situación desventajosa frente a Europa.

La existencia de un tejido industrial competitivo, a lo largo de toda la cadena de valor de un producto, es fundamental para atraer inversiones. Desgraciadamente, este tejido ha sufrido un grave deterioro durante los últimos años de peseta sobrevalorada. Su regeneración debe ser un eje prioritario de la política industrial si queremos conservar el valor añadido de lo producido en nuestro país y mejorar nuestra posición en el concierto económico europeo.

En conclusión, pese a las dificultades que atraviesan actualmente nuestros vecinos del Este, es claro que tenemos ante nosotros una oportunidad por el lado de la demanda, pero también una amenaza por el lado de la oferta. A corto plazo, los países occidentales, incluida España, aún pueden hacer valer su ventaja competitiva ganada durante décadas. Sin embargo, si quieren mantener su atractivo en sectores de interés estratégico, como es el caso del automóvil, no deben olvidar que en el este de Europa intentan ansiosos tomar el relevo.

Juan Antonio Moral es presidente-director general de Fasa-Renault.

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