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Un 5-0 en colores

Carlos Arribas

El final del espectáculo fue sonido, sólo sonido. Las 100.000 gargantas del Camp Nou entonando el himno del Barça. Ese acto coral, bastante infrecuente -normalmente el himno sólo se oye al comienzo de los encuentros-, llegó tras 90 minutos -más los que añadió el árbitro- de otro espectáculo, éste de luz, sonido y color. Butragueño puede tener razón, puede decir que el ambiente no le impresionó, que los ha vivido parecidos muchas veces, que no sintió congoja al saltar al césped del Camp Nou. Pero al Buitre le pueden replicar en voz muy alta desde la otra banda. Los azulgrana, los jugadores, técnicos y directivos del Barcelona, le pueden decir que no, que no se acongojaron, pero que se emocionaron de tal forma que disputaron todo el partido en una nube. Le pueden decir que el gigantesco mosaico de 60.000 banderolas -gentileza del Sport y los Almogávers- les hizo sentir un nudo en la garganta. Que tanta banderita azul, grana, amarilla, roja, la bandera gigantesca con el Blaugrana al vent, transformó el campo."Ha sido un 5-0 como el del 17 de febrero de 1973, como el 0-5 de Cruyff en el Bernabéu", decían después en el vestuario los jugadores. "Pero éste ha sido mejor, ha sido en color". Hace 20 anos, en efecto, Televisión Española retransmitió el 0-5, pero en blanco y negro. Y la memoria de los culés ya lo tenía en color sepia, casi era una antigüedad. "Espero que el próximo 5-0 no se retrase tanto", decía con cierta melancolía Johan CruyfÍ. A uno de los mejores jugadores de la historia le preocupaba ser suplido en la memoria colectiva. Puede decir que cuando se recuerda el 0-5 los padres hablan a sus hijos del Barga de Cruyff, no del de Michels, y que dentro de otros 20 años les hablarán del Barça de Romario.

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Sentimiento

Pero los autores de la historia -el público, los jugadores- no piensan en los libros, en las 20.000 repeticiones televisadas. Ni siquiera piensan. En los momentos de magia sólo sienten. Y por el corazón les pasan motivos de todo tipo.

Los más de 100.000 aficionados que casi llenaron el Camp Nou fueron con ganas de expresarse. Y los primeros 45 minutos no dieron razón -exceptuando el grito de alivio colectivo que sucedió al primer gol de Romario- más que para el exabrupto. Cualquier hecho era buena razón para el insulto al Madrid. Que si Michel tocaba un balón, que si Buyo hacía la parada de la noche, que si Hierro se pasaba con sus tacos. Daba igual, todo se resolvía en bronca.

Ése, sin embargo, no era su papel. Para recordarles a los madridistas su vuelta frustrada de la Supercopa no habían pagado la entrada. El público del Camp Nou no sabe intimidar. Sabe disfrutar y entronizar a sus héroes, no envilecer a los enemigos. Por eso el segundo tiempo fue el grande, el del encaje de bolillos. Y los espectadores hicieron saber una vez más que el público es más antiguo aún que el fútbol.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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