El cura de los inmigrantes
Macario Villalón es el responsable de la delegación diocesana de ayuda al extranjero del sur de la región
Se aleja de la imagen moderna de los nuevos curas, "con alzacuellos y seguidores de la doctrina oficial que emana del Vaticano". Tildado por muchos como rojo, "algo que ya no se lleva", Macario Villalón se ha convertido desde el pasado mes de septiembre en el cura de los inmigrantes del sur de la región madrileña.Es el responsable de la delegación diocesana de inmigrantes de ASTI (Asociación de Solidaridad con los Trabajadores Inmigrantes) en Getafe. Todos los días, de lunes a viernes y de nueve de la mañana "hasta que nos dejan, que suelen ser las tres de la tarde", recibe la visita de extranjeros.
Su misión es resolver los problemas que se le plantean en el quehacer cotidiano a un inmigrante. Algo que quieren conseguir "creando centros en todos los municipios". De momento, Alcorcón, Getafe, Móstoles, Fuenlabrada y Parla ya los tienen.
En Getafe trabaja con una asistente social, un abogado y una secretaria marroquí "que domina a la perfección el francés y su lengua de origen". Para sacar adelante el proyecto, el equipo necesita una inyección económica anual de 10 millones de pesetas. Vana ilusión. De momento, por aquello de la crisis, tienen que apañarse con la mitad, "hasta donde lleguemos".
A sus 42 años, Macario asegura que lo de "soy cura y me acuesto a las ocho" no va con él. Aparte de atender sus obligaciones en la parroquia Virgen del Alba de Alcorcón y llevar la delegación diocesana de Getafe, anda liado en proyectos de ayuda a marginados y en la plataforma ciudadana Prohospital de Alcorcón.
El resto del tiempo lo gasta este cura del sur en buscar financiación y apoyos para el proyecto de los inmigrantes.
Desde el pasado mes de septiembre se han gastado casi dos millones de pesetas en sufragar las finanzas de los inmigrantes. "Las 16.960 pesetas de la renovación del pasaporte siempre las damos", explica Villalón. "Para lo demás investigamos la situación de cada cual". En tan sólo tres meses de funcionamiento han tenido una buena aceptación. "Noviembre ha sido el mes en el que más gente hemos atendido, con 105 casos", dice orgulloso.
Macario Villalón pertenece a la sociedad del Verbo Divino. A los 24 años abandonó su Zamora natal y fue seminarista en Pamplona: "Era el chófer de Gabriel Urralburu [ex presidente de la Diputación Foral de Navarra]". Eran otros tiempos de lucha por la democracia. Marchó a Brasil y allí conoció la miseria y el problema de la inmigración de primera mano.
La ciudad de Sâo Paulo (10 millones de habitantes) se convirtió en su residencia. Trabajaba en una fábrica de más de 3.000 obreros y que carecía de un sindicato que les agrupase. "Daba charlas y hacíamos grupos de reflexión sobre el sindicalismo". Le costó varias amenazas de muerte. "Las condiciones eran infrahumanas, estaban sobreexplotados. La mayoría eran pobres, negros y esclavos", recuerda ahora.
El primer sindicato
En 1983 cambió de santo. De Sâo Paulo pasó al distrito madrileño de San Blas, "en la calle de México". Y de allí, a impartir clases de religión en el colegio Maravillas del barrio de Prosperidad, pero se dio cuenta de que el ambiente de "clase alta" no era el suyo. "Me cantaban el Cara el sol en clase", dice entre risas.
Volvió a sus orígenes como educador de calle en la parroquia de San Carlos Borromeo, de Entrevías, con su amigo el párroco Enrique de Castro. Hasta que llegó a Alcorcón. Hubiera vuelto a Brasil si no hubiera sido por el proyecto de ayuda a los inmigrantes. "Nos recomiendan no estar más de 10 años en el mismo sitio para que no nos quememos".
Hace tres años, siete después de abandonar Brasil, recibió la noticia de que se había creado el primer sindicato en la fábrica en la que él estuvo en Sâo Paulo. Al día siguiente de crearse el sindicato todo el comité de empresa fue despedido. "Pero los trabajadores tomaron la precaución de registrarlo unos días antes para que, con la ley en la mano, no pudieran echarles". Su doctrina no cayó en saco roto. Para cuando deje encaminados los centros de ayuda al inmigrante sólo piensa en una cosa: volver.
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