La paradoja de la autodeterminacion vasca
Es muy explicable el interés que en España, y sobre todo entre los vascos, ha despertado el acuerdo a que llegaron, el 15 de diciembre último, los jefes de Gobierno del Reino Unido y de la República de Irlanda. Pues, por más que algunos lo nieguen, hay un evidente paralelismo entre el caso irlandés y el caso vasco. Paralelismo político, no geométrico. La geometría es una ciencia exacta, mientras que en la política reina la relatividad. Se trata, pues, de un paralelismo relativo; pero muy real.El acuerdo, en el que se prevé un referéndum para que el Ulster decida si se incorpora o no al Eire, es algo así como si el presidente González y el lehendakari Ardanza hubiesen convenido que se celebre el plebiscito para que Navarra decida si se incorpora o no a la comunidad autónoma hermana. (Ya hace 60 años, Manuel de Irujo escribía a José Antonio de Aguirre diciéndole: "Éste es nuestro Ulster", aunque no se refería a la totalidad de Navarra, sino a su parte meridional, la que queda al sur del Carrascal). Pero al nacionalismo radical irlandés lo que le interesa no es la autodeterminación del Ulster en este punto concreto, sino la unidad de Irlanda; y sabe que, si la consulta popular se celebra a corto o medio plazo, el Ulster optará por seguir formando parte del Reino Un¡do. A sus ojos, esta región es inseparable del resto de su isla y carece de voluntad política propia independientemente de la nación irlandesa, cuya voluntad como tal nación es la única que cuenta. Del mismo modo, lo que le interesa al nacionalismo radical vasco es la unidad de Vasconia, no la autodeterminación de Navarra en este punto concreto, en el cual la única voluntad que, a sus ojos, cuenta es la del conjunto de la nación vasca. Y a su vez no ignora que si el referéndum se celebrase, no ya dentro de 30 o 40 años (pues nadie sabe lo que, podría pasar entonces), sino dentro de un plazo breve, o relativamente breve, la gran mayoría de, los votantes sería contraria a la incorporación. (Se me dirá que, con arreglo a la disposición transitoria 4ª de la Constitución, para que el plebiscito tenga lugar en Navarra es necesario que así lo acuerden las Cortes o Parlamento Foral de esta comunidad; mas para ello bastaría que el PSOE diese a los miembros socialistas de la Cámara -y éstos la cumpliesen- la consigna de votar a favor de su celebración sin apoyar por ello la tesis de la incorporación, e incluso para dar una prueba más de que la mayoría de los ciudadanos navarros no la desea). Sólo que en Navarra se trata de autonomía, no de independencia. Y es ahí donde está, precisamente, el busilis de la cuestión. Porque el jefe del Gobierno británico ha aceptado el principio de la secesión eventual, pacífica y democrática, de una porción del Reino. Unido (el cual tendría entonces que cambiar por otro distinto su nombre actual de "Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte"), mientras que el presidente González ha dicho que el PSOE no apoyaría una enmienda de nuestra Constitución en virtud de la cual pudiera alguna vez segregarse una porción de España.
Bien sabemos lo que es la versatilidad política, y para comprobarlo no hace falta recordar que el PSOE prometió sacamos de la Alianza Atlántica y luego nos ancló en ella; sin salirnos del tema de la autodeterminación, los socialistas vascos la. solicitaban antes de que se elaborase la Constitución hoy vigente; el Parlamento de Vitoria aprobó en 1990 una moción afirmando el derecho del pueblo vasco a autodeterminarse, con los votos -entre otros- de Euskadiko Ezkerra, sin excluir los parlamentarios de este partido que hoy, están en el PSOE, que entonces compatibilizaban su autodeterminismo con la aprobación explícita (no el mero acatamiento) de la Constitución española, y los cuales, que yo sepa, no han dado marcha atrás en cuanto a la autodeterminación se refiere; todavía en 1977, los socialistas navarros eran favorables (pronto dejaron de serlo) a la formación de una sola comunidad autónoma con las Vascongadas, etcétera. Pero es cierto que, si hoy aceptase la autodeterminación, González cometería un suicidio político.
Porque, en realidad, no se trata de saber lo que los vascos desean o dejan de desear, sino que se trata de una cuestión de principio; y en lo tocante a principios, los nacionalistas son muy puntillosos. De modo semejante a los vascos y los irlandeses con sus naciones o nacionalidades respectivas, los nacionalistas españoles -que son legión- no admiten que, en tratándose de unidad nacional, los pueblos de España puedan tener cada cual su voluntad propia, distinta de la del conjunto del pueblo español. Lo cual nos lleva a la siguiente paradoja.
Fieles a su principio, los nacionalistas vascos piden que se reconozca el derecho de autodeterminación; pero, naturalmente, no piensan (con la salvedad de una minoría de insensatos) ejercitarlo mientras no tengan -y saben que, por ahora al menos, no la tienen- una probabilidad razonable de obtener la mayoría en un eventual referéndum, excepto quizá en Guipúzcoa; y que en el supuesto -por hoy, meramente teórico- de que la obtuvieran también en Vizcaya, sería disparatado pagar el tremendo precio de abrir un foso entre éstas por un lado, y Álava y Navarra por el otro. Mientras tanto, el nacionalismo español se niega en redondo, para salvar su principio, a reconocer un derecho que, si se convocase al pueblo vasco para ejercitarlo, no tendría como resultado (ni en la actualidad ni en un futuro previsible) la tan abominada segregación. La unidad de España es -me parece- bastante más fuerte de lo que piensan quienes se creen sus más denodados defensores, por lo que la prueba de la autodeterminación habría de ser un reto democrático (no concesión ni claudicación) a los secesionistas, tanto violentos como pacíficos, los cuales tendrían que encontrar un pretexto para no recoger el guante: único modo de evitar ser derrotados.
Pero que nadie se inquiete. Ese reto no se lanzará, pues a corto plazo se aducirá (y con razón) que es intempestivo crear innecesariamente tensiones y problemas adicionales en periodo de inestabilidad política aguda y de profunda depresión económica, y a corto, medio y largo plazo se invocarán sacrosantos principios constitucionales dictados por ideólogos nacionales, para quienes la política es (como para los ideólogos del nacionalismo contrarío), ya que no una ciencia exacta, sí una teología dogmática.
¡Envidiables británicos, tan pragmáticos que ni siquiera necesitan enmendar textos constitucionales porque nunca se tomaron la molestia de redactar una Constitución!
es escritor.
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