¿Es posible una solución 'light'?
La resolución de la crisis de Banesto no será gratis, ni para el accionista ni para el contribuyente. Se trata de uno de los más grandes naufragios en la historia de la banca española. ¿El mayor?. Habrá que esperar al detalle de las cifras oficiales precisas que ofrecerán hoy en el Congreso Pedro Solbes y Luis Angel Rojo. Hasta ahora sabemos que el problema se cuantifica en más de 500.000 millones de pesetas. ¿Es el agujero estricto?. ¿O más bien la necesidad de inyección de dinero fresco?La diferencia no es baladí. Las otras dos grandes crisis bancarias fueron las de Banca Catalana y Rumasa. En Catalana el desequilibrio ascendía a 139.000 millones: la reflotación necesitó un apoyo de 344.000 millones, en buena medida públicos, y que en parte se recuperaron. El agujero del grupo Rumasa fue de 230.000 millones, y el coste total del cierre/ reflotación ascendió a 767.000 millones. A falta de versión oficial detallada, todo indica que la cifra de 500.000 millones corresponde a las necesidades de dotaciones y saneamientos. Respaldadas en buena parte por los recursos propios (reservas más capital), que ascienden a 350.000 millones, ampliables quizá si se añaden conceptos como el de la deuda subordinada o la posibilidad de plusvalías latentes: en suma, Banesto tiene más con que responder que lo que tenían otras entidades. En ese sentido, si bien gigantesca, la de Banesto no sería, por volumen, la crisis más grande de la historia de la banca española, aunque lo fuera por su significación histórica y su peso actual en el sistema bancario. Es uno de los bancos de cabecera del país, que administra cinco billones de pesetas.
¿Cómo se reflota un banco? Con gestión. Y con dinero. ¿Quién ha puesto los recursos necesarios para superar las crisis? Todos los precedentes han seguido un esquema de dos patas: sacrificio privado y ayuda pública. El sacrificio privado pivota sobre la reducción del precio de las acciones, con la filosofía de que quien está a las maduras (dividendo si hay excedente) debe estar a las duras (reducción o pérdida completa del patrimonio cuando éste ha menguado o desaparecido). Y, acto seguido, recomposición de los fondos propios del banco mediante una ampliación de capital (el acordeón es justamente eso, reducir y ampliar inmediatamente capital), y una recua de ayudas públicas y mixtas, es decir, del Banco de España y del Fondo de Garantía de Depósitos (que sufraga a medias la banca privada). Directas e indirectas: créditos a largo plazo sin interés o a tipos blandos, exención de la obligación de cumplir coeficientes, compra de activos a buen precio...
Ahora bien, ese esquema es modulable. Puede incluir microcirugía o amputaciones, apoyo público suave o conexión directa a la manguera del Tesoro. La autoridad monetaria apuesta por una solución light, la menos traumática posible para la entidad y para la marca España en las bolsas extranjeras. Quiere creer que "con un buen equipo gestor, que sabe de banca, hay margen para reflotar" sin excesivas muletas. Quizá una modesta reducción del valor de las acciones, algún aval público, la presión intangible para mantener la confianza del público... ¿Habrá suficiente con ello?
Sólo si no basta, habrá que ir a mayores. Mayor ayuda pública -para evitar la quiebra de confianza en el sistema, que ayer aguantó bastante bien-, y en contrapartida, superiores sacrificios de los accionistas. Y de los administradores. A largo plazo, eso conduciría al adelgazamiento del banco para que otro más sólido pudiera absorberlo (de momento, ningún candidato muestra entusiasmos por esta opción) o su fraccionamiento. Lo primero es difícil, porque Banesto seguirá siendo previsiblemente un banco muy grande, difícil de digerir. Lo segundo es complejo. El mercado español está sobresaturado de oficinas, los márgenes han caído, la morosidad aumenta, la competencia se ha encrespado. Y a diferencia de los primeros años ochenta, las perspectivas de relanzamiento económico general -y, por tanto, de aumento del crédito sano, de la materia bancable- no están a la vuelta de la esquina. La de Banesto no será quizá la crisis más dramática. Pero sí, muy probablemente, la más difícil de manejar.
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