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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Terremoto en Rusia

CONSTERNACIÓN Y miedo son los sentimientos dominantes en todo el mundo ante los resultados de las elecciones generales celebradas en Rusia. No es para menos. El presidente Yeltsin, sobre el que Occidente -ahora se ve que de manera imprudente- depositó todas sus esperanzas, ha sufrido un terrible revés. Aunque su constitución ha sido aprobada por una limitada mayoría de los votantes, el resultado de la elección al Parlamento supone un voto de castigo contra Yeltsin. Los rusos tenían que emitir un doble voto: por un lado, aprobar o no la Constitución superpresidencialista preparada por el equipo de Yeltsin; por otro, elegir a los diputados para la Duma (congreso) y para el Consejo de la Federación (senado). Los resultados aún son provisionales pero no por eso menos estremecedores.Un partido, el Liberal Democrático (PLD) de Vladimir Zhirinovski, de abierta tendencia fascista, nacionalista y expansionista, ha obtenido cerca del 25% de los votos, que le convierten en el primer partido del país. Opción Rusia, el partido de Gaidar que contó con el apoyo presidencial, ha sido doblado por los neofacistas y apenas supera al Partido Comunista. El Partido Agrario, tan estatalista, intervencionista y antioccidental como el PLD, logra un 8% y la Unión de Mujeres el 8%. El bloque reformista de Yavlinski se queda en el 6%. Aunque existen diferencias de matiz, puede decirse que una sólida mayoría absoluta del electorado ha votado contra Yeltsin.

No se trata de caer en el alarmismo. Rusia es una potencia y lo seguirá siendo pese a los niveles tercermundistas de vida que su población padece y padecerá en un futuro previsible. Su peso y su conciencia histórica hacen muy difícil que, sea cual sea la correlación de fuerzas en el nuevo Parlamento, Rusia caiga en aventurerismos típicos de países pequeños con dirigentes de la misma tendencia que los ahora vencedores en Moscú. Pero estas elecciones constituyen una profunda decepción para cuantos albergaron la ilusión de que Rusia pudiera, tras la caída del régimen comunista, dar un gran salto en su propio desarrollo para alcanzar un orden político, económico y social homologable al de Europa occidental.

Los resultados menos sorprendentes han sido los del referéndum sobre la Constitución, porque ya se sabía que Yeltsin tendría enormes dificultades para que fuese aprobada. De hecho, lo ha logrado por los pelos: con un 53% de participación, el 56% de los electores ha votado en sentido positivo. Ello supone que sólo unos 35 millones de rusos (sobre los 107 millones con derecho a voto) han dicho sí. Es, pues, una Constitución que nace sobre una base social muy endeble. Ha merecido la indiferencia, el desprecio o el repudio de la inmensa mayoría del país.

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Zhirinovski, el triunfador del domingo, se presentó contra Yeltsin a las elecciones presidenciales rusas de 1991, y ya entonces, con su agitación antisemita y contra los pueblos no rusos de la Federación, obtuvo un resultado apreciable, pero que se situaba en tomo al 7%. En los años sucesivos ha logrado progresar de manera vertiginosa, a medida que la situación se ha hecho más catastrófica, con un empeoramiento económico para las grandes masas, la multiplicación de la criminalidad en las grandes ciudades y unas luchas políticas en la cumbre cada vez más enconadas (hasta el asalto militar contra el viejo Parlamento). Todo ello en un clima de creciente desesperación, sin perspectivas claras de futuro y sin unas condiciones de existencia mínimamente aceptables para la gran mayoría.

Hay que recordar las profundas tradiciones reaccionarias ancladas en la historia rusa. La Rusia zarista ha sido siempre símbolo de reacción y de opresión en Europa, el enemigo número uno de las corrientes liberales. Cuando en 1917 triunfó la revolución, a la vieja autocracia monárquica le sucedió la nueva autocracia comunista, sin que nunca se llegaran a introducir hábitos autónomos de pensamiento en un pueblo acostumbrado a obedecer a un jefe lejano situado por encima de la sociedad. Existen pues unas raíces muy antiguas en las que puede apoyarse hoy la ideología y la propaganda de un extremista como Zhirinovski.

Otro factor que influye de modo mucho más directo es el fracaso de la etapa de "democratización" que ha seguido al desmoronamiento del comunismo. En los casi nueve años transcurridos desde que Gorbachov inició la perestroika, los demócratas rusos se han dedicado principalmnte a luchar unos contra otros; esos enfrentamientos sucesivos, al margen de la victoria temporal de uno o de otro, han tenido como principal efecto asquear a los rusos de la democracia.

La última década de este siglo está provocando muchos sobresaltos. Uno de los peores imaginables sería que Rusia cayera en manos de una alianza de fascistas y comunistas que combinaran la gestión totalitaria de la miseria en el interior con intentonas expansionistas fuera de sus fronteras. Por desgracia, este escenario de pesadilla es hoy menos descabellado.

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