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A Belén, pastores

"¿Tiene la mujer haciendo gachas, me hace el favor?". "Y el hombre cagando, dicho sea sin ánimo de ofender y mejorando lo presente?". Cualquiera que no conociese los secretos del Misterio, sus usos y costumbres, se quedaría perplejo al oír estas preguntas habituales en la plaza Mayor, donde, siguiendo la tradición, ha instalado sus casetas el mercadillo de belenes.Los madrileños se apiñan ante las colecciones de pastores, reyes, vírgenes y san josés, niños jesús, la mula y el buey; buscan los personajes que necesitan para completar el Nacimiento, y les campanillea el alma un villancico que allá suena, A Belén pastores, sumiéndoles ya en el cálido ambiente de la Navidad.

Hay también en la plaza papás noel, pero se, venden menos. El madrileño castizo es fiel a la tradición española del Nacimiento y lo instala en casa de acuerdo con sus posibilidades. Ahora se lleva pedir las figuras por centímetros: "¿Le quedan pastores del 21 cargando un cordero?". Son valores convenidos. Los nacimientos no se hacen en un día y lo propio es ir enriqueciéndolos a lo largo de toda una vida, incluso de generación en generación. Por eso importa pedir las figuritas por su talla, para que el belén guarde las lógicas proporciones.

El encanto de los belenes, sin embargo, no está en la lógica sino en el amor con que se montan.

El belén es, por naturaleza, estrafalario en sus proporciones y anacrónico en sus componentes. Allí caben nevadas sobre tórridos desiertos, acorazados surcando ríos, vírgenes más grandes que un caballo percherón, adoradores enturbantados junto a otros empellejados a la vikinga, soldados romanos, obispos con cruz alzada, un sereno del comercio y vecindad, un jefe de estación.

Toda figura vale para poblar el belén, que es una enternecedora manifestación de fe, pero también ocasión propicia para explayar la inventiva de la familia. Y participan desde la abuela, que a lo mejor aporta alguno de sus tesoros -puede ser el Sagrado Corazón de Jesús (en Vos confío)- hasta los niños, cuya fantasía les induce a poner los pastores en pie de guerra y acaban cobrando.

Nada sobra en un belén; mas si ha de ser como Dios manda, tampoco pueden faltar las figuras esenciales, y ésas son las que demandan los madrileños en el mercadillo de la plaza Mayor. La Sagrada Familia y los Reyes Magos constituyen el fundamento del belén, es evidente. Mas hay otras insustituibles: el corro de pastores patidifusos ante el ángel anunciador que aletea en un árbol, la lavandera, la hilandera, la samaritana, la mujer haciendo gachas, el hombre cagando, dicho sea sin ánimo de ofender y mejorando lo presente. Esta figura singular la exponen de espaldas en el mercadillo, para que se vea en plena faena. Algunos tenderetes la tienen agotada porque hay gran demanda. Abundan, en cambio, los pastores de base, y la cabaña nacional, representada por todas sus razas: las gallinas, los cerdos, los bueyes, las ovejitas de Dios.

El ganado a los niños les fascina. Los niños meten en el mostrador las naricillas, después las manos, y los vendedores han de estar tanto para que no les descabalen el puesto.

Los más creciditos prefieren revolver los tenderetes que anuncian Bromas y cachondeo; es decir, aquellos sutiles ingenios ideados por el genio creador del hombre para pegársela a sus semejantes con queso. El surtido es inagotable: escarabajos repulsivos, dentaduras saltarinas, bombas fétidas, caramelos amargos, la mano cortada a cercén, la mano que aprieta, cerillas explosivas, el cordón eterno, máscaras horrísonas, orejas peludas, ojos saltones, bocadillos a la zurraspa, gran cagallón...

El pedo (no se señala a nadie) cuenta con variado repertorio. Hay pedos discretos, pedos insolentes, pedos rumorosos y pedos en do o en fa, según gustos y aficiones. Y los hay aún más sofisticados, como el sueltapedos al sobaquillo, o la novedad de estas navidades, que es el europedo. El vendedor estaba de malas y cuando se le preguntaba en qué consiste el europedo respondía lacónicamente: "Ventosea".

No falta de nada en la plaza Mayor: casitas en versión palestina o castellana, a elegir; los santos inocentes degollados por impía soldadesca; musgo fresco, que hará prados; corcho auténtico que hará montes; espumillón, muérdago, flores de pascua, campanillas y luces de color.

Al caer la tarde un gentío sube por la calle de las Postas, y la plaza Mayor se pone hasta la bandera de chicos y chicas, familias, incluidos los abuelos y los bebés. Algunos visitan el bonito belén que ha instalado el Ayuntamiento, pero la mayoría bulle por los puestos escogiendo materia prima, rocas, pastos, caseríos, epifanías, animales de granja, grey pastoril.

Todo lo cual se convertirá en sierras nevadas por cuyas estribaciones cae papel plata formando un río que surca verdes praderas y lo navega un galeón, su trapío desplegado al viento. Y habrá oteros desde donde enseñorean castillos almenados; y veredas que transitan cabrerizos; y corderitos herbajeando el pegujal; y los Reyes Magos arriscados en la lejanía, pues aún falta un mes para ofrendare al Niño Dios oro, incienso y mirra; y un Sagrado Corazón de Jesús (en Vos confío), que la abuela se ha empeñado en meter en medio y asoma la cabeza por cima las cumbres.

Hiela a la anochecida en la plaza Mayor y apetece reconfortar el cuerpo aterido. Puede ser en La Torre del Oro, que anuncia: "Contra la gripi, caldo Piripi". El madrileño castizo, si es cristiano, toma sorbito y dice: laus Deo. Y no coge la gripi, ni nada, y se siente el ser más feliz de la Tierra.

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