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Propuesta sobre las armas nucleares

Desde agosto de 1949, fecha en que los soviéticos hicieron explotar su primera bomba atómica sobre el desierto del norte de Kazajstán, hasta diciembre de 1991, fecha de la disolución pacífica de la URSS, el mundo se fue acostumbrando a lo que diplomáticamente se denominaba el "equilibrio del terror". Estados Unidos y la URSS desarrollaron arsenales nucleares con los que podrían haberse destruido mutuamente más de 10 veces. El Reino Unido tenía su propio pequeño arsenal, bien coordinado con el de Estados Unidos, y Francia tenía su force de frappe, que permitía que el general De Gaulle y sus sucesores pensaran que Francia seguía siendo una potencia de categoría mundial. Muchos diplomáticos y científicos responsables sabían perfectamente que el equilibrio del terror era un mal sustituto del desarme nuclear, pero hasta el éxito de las negociaciones de finales de los años ochenta entre los presidentes Gorbachov y Reagan (que prosiguieron Gorbachov y Bush) no parecía haber perspectivas reales de desarme nuclear.Sin embargo, justo cuando la URSS y Estados Unidos empezaron a desmantelar sus arsenales nucleares, una de las partes del esperanzador proceso desaparecía, al menos como superpotencia operativa y unificada. Los aviones, los misiles, los depósitos subterráneos de misiles, los suministros de uranio y plutonio enriquecidos, los laboratorios, los equipos científicos y las incontables víctimas de enfermedades causadas por las radiaciones que habían pertenecido a la URSS eran ahora propiedad de las flamantes naciones soberanas de Rusia, Bielorrusia, Ucrania, y Kazajstán. Si se recuerda además que, a partir de 1991, otras naciones, sobre todo China, Israel, Suráfrica, Pakistán y la India, también habían logrado obtener capacidad nuclear, resulta evidente que el desarme nuclear ha pasado de depender básicamente del acuerdo entre dos superpotencias a depender ahora de los múltiples intereses y exigencias de al menos 12 naciones soberanas. Y, si no se hace nada por rectificar las actuales tendencias, dentro de unos cuantos años habrá otra docena de naciones con capacidad nuclear en Oriente Próximo, Asia y América Latina.

A la situación política internacional arriba resumida se añaden otros dos problemas fundamentales, directamente implicados en la proliferación de armas nucleares. Uno es el problema de personal. Hay miles de científicos, ingenieros y técnicos ex soviéticos cuyos fondos de investigación se han suprimido, y que cobran su salario en monedas sometidas a una inflación galopante. Casi todos llevan décadas viviendo en ciudades secretas como Chelyabinsk 40, Tomsk 7, Krasnoyarsk 26 y otros municipios digitales. Les gustaría ver mundo, cobrar en dólares, marcos o yenes y establecer laboratorios para príncipes árabes, austeros ayatolás o presidentes elegidos constitucionalmente. Las cátedras de las universidades europeas y estadounidenses no serán lo bastante numerosas como para impedir que estas damas y caballeros contribuyan, en muchos lugares del planeta, a la elaboración de programas nucleares de los que siempre se dirá, por supuesto, que sólo son para fines pacíficos.

El otro problema de la proliferación está relacionado con el contrabando y con la tan querida economía de mercado. Todos hemos leído en la prensa noticias sobre la detención de ciudadanos de la antigua Unión Soviética que intentaban vender en Europa uranio, plutonio o información técnica relacionada con la energía nuclear. Podemos suponer que esas detenciones sobre las que leemos no son más que la punta del iceberg. También podemos suponer que a lo largo de las fronteras, ahora bastante permeables, entre los Estados ex soviéticos y países como la India, Pakistán, Irán, Irak y Turquía hay un activo tráfico de materiales y tecnología nucleares.

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Aunque tanto el Partido Republicano como el Demócrata parecen desesperados por impedir que la información obtenga confirmación judicial, sabemos que el presidente Bush y un buen número de miembros de su equipo contribuyeron a armar al Irak de Sadam Huseín hasta muy poco antes de la invasión de Kuwait y la gloriosa Tormenta del Desierto que la siguió. Unos 5.000 millones de dólares, que se suponía que eran préstamos para la agricultura, se canalizaron a través de la filial en Atlanta (Estado de Georgia) de un banco italiano, para permitir que Sadam utilizara el dinero para comprar, no trigo y tractores, sino tecnología nuclear.

Por último, está el problema sin resolver de la contaminación radiactiva y la eliminación de residuos nucleares. Sobre este punto, los esfuerzos de todos los Gobiernos por ocultar la verdad han sido incluso más impresionantes que en materia de proliferación. Estados Unidos sólo reconoció los problemas sanitarios y de contaminación en Nevada y en los alrededores de su central nuclear de Harford (Washington), después de años de persistente acción legal por parte de organizaciones antinucleares y de las familias de las personas que habían resultado gravemente afectadas. El desastroso accidente de Chelyabinsk en 1957 y el vertido sistemático, durante décadas, de residuos nucleares en los ríos siberianos y por todo el litoral de la URSS sólo se han admitido después de la caída del paraíso de los trabajadores. Francia prefirió hundir un barco desarmado perteneciente a Greenpeace antes que permitir que nadie controlara la contaminación de la zona de pruebas de su isla del Pacífico. Detrás de la actuación despreciable y desesperada de los diferentes Gobiernos está el hecho de que nadie ha descubierto todavía un método realmente fiable para almacenar, o destruir, las toneladas de residuos nucleares acumulados, que seguirán siendo radiactivos durante varios miles de años.

Por consiguiente, hoy nos enfrentamos -la humanidad en su conjunto- a una situación en la que docenas de países reconocen oficialmente poseer armas nucleares, en la que la proliferación a través de canales tanto oficiales como de mercado negro pronto duplicará el número de participantes en el juego nuclear, en la que respetables empresas multinacionales venden tecnología nuclear dondequiera que exista un mercado y en la que peligrosos residuos nucleares están siendo arrojados a los océanos del mundo o almacenados en contenedores que no durarán los miles de anos que serían realmente necesarios para que los residuos llegaran a ser inocuos.

Ante la presencia de tanto! conflictos inmediatos como los de Sarajevo, Somalia, Georgia, Armenia, Haití, Burundi, Angola, etcétera, puede parecer una tontería, o una ingenuidad, esperar que la atención del mundo vaya a centrarse de repente en un problema más difuso, y aparentemente menos acuciante, como es del desarme nuclear. Como miembro veterano de varias organizaciones que luchan por el desarme nuclear, soy muy consciente de las garantías que ofrecen los realistas. Durante la guerra fría sostenían que el equilibrio del terror en realidad había mantenido la paz, al menos entre las principales potencias. Ahora las revistas de análisis político publican numerosos artículos en los que se aborda la cuestión de la proliferación como un aspecto más de la anacrónica política del equilibrio de poder. Según estas interpretaciones, las bombas paquistaníes e indias no pretenden otra cosa más que ser una advertencia para el vecino difícil; Corea del Norte sólo intenta acabar con su aislamiento llamando la atención del mundo; Ucrania y Kazajstán no tienen más intención que la de recibir unos cuantos miles de millones de dólares más en ayuda económica, etcétera.

Desde mi punto de vista, durante las primeras décadas de los años de la guerra fría, más o menos entre 1950 y 1970, perdimos una oportunidad inestimable de resolver el problema de las armas nucleares, cuando aún no eran más que dos las potencias nucleares importantes. En efecto, ahora el problema es mucho más complejo, aunque no por ello menos peligroso o menos urgente. Hace falta un esfuerzo a escala internacional, comparable a la conferencia de Helsinki sobre derechos humanos, o la conferencia de Madrid que marcó el inicio de las negociaciones entre Israel y sus vecinos que ahora empiezan a dar fruto. Me gustaría sugerir que España, que se ha ganado un respeto internacional sin precedentes por su transición democrática y por su positiva mediación en los conflictos tanto de Oriente Próximo como de América Latina, debería tomar la iniciativa de organizar una conferencia mundial de este tipo.

La tarea inmediata sería conseguir que todas las actuales potencias nucleares se comprometieran seriamente, firmando documentos, a desmantelar sus armas y poner fin a la producción de uranio y plutonio con fines militares. El cumplimiento de estas promesas requeriría el trabajo de miles de científicos y técnicos durante varias décadas, equipos científicos cuya cooperación constituiría realmente (como el Cuerpo de Paz, el Helsinki Watch, Médicos sin Fronteras, etcétera) un ejemplo de cooperación internacional por la paz. A quienes consideran esta propuesta completamente utópica, debo decirles que o el mundo civilizado destruye las armas nucleares o, cuando el equilibrio de poder no funcione como los expertos políticos piensan que debería hacerlo (como en 1914, por ejemplo), las armas nucleares destruirán el mundo civilizado.

Gabriel Jackson es historiador.

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