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Colaboracionistas con los días contados

El palestino Ahmed Famarshe tiene 40 años y los días contados. Su vida depende de la protección que de momento le provee el Estado israelí, pero él confía más en la velocidad con la que pueda recurrir a su metralleta Uzi cuando le llegue la hora de ajustar cuentas con sus compatriotas.Famarshe es uno de los aproximadamente 5.000 colaboracionistas árabes para quienes la autonomía palestina conlleva una sentencia a muerte. Al entrar en vigor la autonomía palestina mañana en Gaza y Jericó, la posibilidad de revanchas comienza a adquirir forma. Famarshe, que vive en esta aldea construida a las puertas de un cuartel del Ejército israelí, lo sabe mejor que nadie.

"Cuando la Organización para la Liberación de Palestina se haga cargo de los territorios nos colgarán a todos", dice. "Por ello hemos pedido la nacionalidad israelí. Cuando se marchen los soldados, nos iremos con ellos", agrega. Al menos eso es lo que espera.

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Famarshe es el líder de la comunidad de colaboracionistas de Fahme (CisJordania), el equivalente de una leprosería medieval y de donde nadie se atreve a salir, salvo en compañía de las tropas israelíes. Por las callejuelas corretean inocentemente niños sobre quienes puede caer la venganza palestina. "Aquí vivimos 76 colaboracionistas con sus familias. El jefe soy yo y no me arrepiento de lo que he hecho", dice Famarshe. "No tuve más opción que pasarme al enemigo", agrega con una mueca sombría.

La historia de Famarshe es sólo uno de los capítulos de la traición en la lucha palestina. Este hombre dice que fue guerrillero del Frente Democrático para la Liberación de Palestina, la facción marxista dirigida por Nayef Hawatmeh con sede en Damasco.

"Luché con ahínco por la causa. Durante 14 años construí bombas sin discutir órdenes. Un día me encargaron que colocara una bomba en un mercado de Netanya, en 1988. Cuando fui a estudiar el terreno me di cuenta de que iba a cometer una matanza de civiles y rehusé participar en el atentado. A partir de ese día me comenzaron a llamar traidor", recuerda. En Yaabed, su vecina aldea natal, comenzaron a aparecer las pintadas. Luego, las amenazas por teléfono, y finalmente los activistas le quemaron el coche. "Mira", dice mostrando una cicatriz en la frente. "Me dieron un hachazo, entraron a mi casa, le prendieron fuego y raptaron a mi hijo Wasim, de nueve años".

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Ese día recurrió al Ejército israelí. "Les dije: si rescatáis a mi hijo os entrego los nombres de mis cómplices. Les pareció un buen precio. Sin vacilar señalé a 25 camaradas. No sé qué fue de ellos ni me interesa", dice Famarshe.

"Lo que importa es que me den el pasaporte israelí para poder entrar en Israel. Si me quedo soy hombre muerto", dice.

Desde el estallido de la rebelión palestina en los territorios ocupados, hace seis años, militantes palestinos han matado a 771 árabes acusados de ser delatores.

En Yaabed, los exvecinos de Famarshe dicen que la suerte de los colaboracionistas de Fahme está ya echada. "A estos traidores les llegará pronto la hora. Su traición es imperdonable. Muchos de nuestros hijos han muerto o han sido enviados a prisión tan sólo por su culpa" dice el anciano propietario de una tienda de abarrotes. "Y están soñando si creen que Israel los protegerá para siempre. Los israelíes lo saben mejor que nadie: el que traiciona una vez traicionará siempre".

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