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TLC, el día siguiente

La aprobación del Tratado de Libre Comercio (TLC) de América del Norte por la Cámara Baja de EE UU es un triunfo para Bill Clinton. El presidente norteamericano hubiese carecido por completo de credibilidad si al día siguiente de la derrota del TLC se presenta como un proteccionista sin argumentos frente a los proteccionistas asiáticos reunidos en Seattle.La señal enviada por una derrota del TLC al GATT y a la continuidad y éxito de la Ronda Uruguay hubiese sido igualmente nociva: EE UU, en palabras del propio Clinton, habría decidido escurrir en vez de competir.

Y finalmente, América Latina habría entendido el fracaso de Clinton como un fracaso para acelerar la integración económica del continente. Estados Unidos no debe olvidar que en América Latina tiene el mercado de exportación que más rápidamente crece en todo el mundo. En 1991, las exportaciones de EE UU a América Latina aumentaron en un l8%; en el resto del mundo, en sólo un 5,3%. Tan sólo en los primeros tres meses de 1992, las exportaciones norteamericanas aumentaron en un 4,4% mundialmente. Pero en Latinoamérica y el Caribe, el incremento fue de un 32,5% con relación al mismo periodo en 1991.

Asia, Europa y América Latina hubiesen llegado a la misma conclusión: Washington es un gigante herido. La guerra fría no sólo la perdió la Unión Soviética. También la perdió EE UU. La prueba: la incapacidad norteamericana de trabajar en el mundo, con el mundo, ya no como una superpotencia militar, aunque ciertamente como un primero entre iguales; ya no en la desastrosamente estéril carrera armamentista, sino en las urgentes tareas de la posguerra fría. La cooperación económica. La reducción del abismo Norte-Sur. La respuesta a los desafíos de un mundo interdependiente, a las revoluciones en la información, la tecnología, los servicios. Pero también la respuesta a la consecuente, y muy dolorosa, pérdida de empleos tradicionales, junto con la necesidad urgente de entrenar, imaginar, vigorizar de nuevo la posición del trabajador en la nueva -la tercera- revolución industrial.

El nombre no importa. Es la sociedad poscapitalista y de conocimiento de Peter F. Drucker. Es la red global de Robert Reich. Es la tercera ola de Alvin Toffler. Es una economía global, basada en la información y generando valor más que cantidad. Como arguye el controvertido español de la Volkswagen López de Arriortúa, una nación que no se une a la revolución se queda a la vera del camino. Es lo que le pasó a España cuando el Reino Unido inventó la máquina de vapor en 1750. Es lo que le pasó a Rusia cuando EE UU inventó la fabricación en serie en 1913. Sólo perderán empleos, dice López, quienes se queden atrás.

México ha decidido no quedarse atrás. Criticado por poner todos los huevos en la misma canasta, el presidente Carlos Salinas apostó la casa y ganó. Cuando se apuesta tanto y se gana, se gana en grande. Salinas ha ganado en grande. Pero sus problemas no han desaparecido. Es cierto: sus reformas económicas, su partido político -el PRI- y seguramente su candidato y el de su partido a las elecciones presidenciales de 1994 salen fortalecidos de la batalla por el TLC.

No obstante, en el nuevo mundo posterior a la guerra fría, que es un mundo de información instantánea, la victoria tiene su precio para un país tradicionalmente aislado donde literal y metafóricamente, e¡ que la hace la paga. ¿Puede el sistema político mexicano ampararse en la impunidad mientras lo escudriñan las cámaras de televisión del Primer Mundo? Salinas ha encabezado una revolución económica en México, basada en la confianza en el mercado, en un Estado más fuerte mientras menos pesado y medidas macroeconómicas que han controlado la inflación y aumentado las reservas.

La microeconomía, sin embargo, sigue capturada en el círculo vicioso del subdesarrollo: los pobres no salen de la pobreza, los ricos concentran cada vez más riqueza. Llevar los beneficios del mercado a los millones de mexicanos marginados y desheredados: hacerlo va a requerir no sólo una segunda revolución económica, sino una primaria, y auténtica, revolución política.

En un país como México, "democracia" significa, ciertamente, elecciones limpias, instituciones electorales independientes, credibilidad en los resultados y rápida comunicación de los mismos. Pero también significa acceso a los medios de información, seguridad personal, justicia; significa el fortalecimiento de los poderes legislativo y judicial frente al poder del Ejecutivo.

El presidente Salinas tiene la urgente tarea de preparar elecciones democráticas y creíbles en 1994. Su sucesor, sea quien sea y del partido que sea, tiene la obligación igualmente urgente de abrirle las puertas a la revolución política. Un fracaso democrático será debidamente notado por el Primer Mundo, al cual México, en alas del TLC, quiere pertenecer. El retraso democrático, a partir de hoy, le costará a México más que nunca. Costará prestigio, credibilidad, inversión, mercados, auténtica modernización. Por el momento, México, en términos democráticos, no pasa ni de panzazo. Merece apenas un cinco de calificación. En agosto de 1994 deberá merecer, por lo menos, un ocho.

Hoy, sin embargo, provenientes de tradiciones distintas, marcados por una enorme asimetría de poder, pero con contribuciones culturales también enormes que hacer, tanto México como EE UU han indicado su deseo de unirse al mundo. Un mundo que, después de la destrucción de la guerra fría, requiere una vasta reconstrucción. No será fácil. Es bueno saber que México y EE UU serán activos participantes en la tarea infinitamente difícil de crear un orden internacional humano, modesto pero viable.

Carlos Fuentes es escritor mexicano.

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