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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dilema irlandés

CABE PREGUNTARSE si, en la cuestión de las negociaciones secretas con el IRA, el Gobierno conservador británico ha traicionado su mandato o simplemente ha hecho lo que debía. En principio, los contactos encaminados a la pacificación de Irlanda del Norte deben mantenerse. La aceptación de la negociación, una vez que el IRA planteó la posibilidad de abandonar la violencia, no es objetable; lo es, en todo caso, el empecinamiento en negarlo. Durante años, y hasta hace pocos días, Londres ha tachado de falsedad cualquier noticia sobre contactos con el IRA. Lo hacía probablemente por miedo a enajenárselos si se hacía público que habían sido ellos, los propios terroristas, quienes habían planteado la ¡niciativa. Pero si no era necesario explicar los términos en, que se producían las conversaciones, era ridículo seguir negando que estaban teniendo lugar. ¿Cómo no va un Gobierno a negociar con un grupo de terroristas la rendición condicional cuando este grupo anuncia el fin de la lucha armada y pide consejo sobre cómo hacerlo? Y esto es precisamente la que se desprende de los mensajes enviados por el IRA durante el mes de febrero pasado y hechos públicos ahora, no sin considerable escándalo.

Al estallar la crisis parlamentaria hace unos días como consecuencia de la revelación de los documentos sobre los contactos con el IRA, un ex ministro británico para el Ulster puso el grano de sensatez que era necesario en todo este asunto: "Habría sido criminalmente demencial no responder". Y añadió que los terroristas saben que el Gobierno no seguirá si no se produce antes su abandono unilateral e inequívoco de la violencia.

Ocurre, por otro lado, que el proceso político norirlandés es extremadamente complejo. No sólo lo es su planteamiento histórico. Lo es asimismo el entramado puesto en pie para resolverlo: conversaciones a tres bandas propiciadas por los Gobiernos de Londres y Dublín, negociaciones secretas entre católicos, contactos de los terroristas con el Gobierno del Reino Unido.

Desde el punto de vista de la violencia, como es típico en situaciones en las que operan terroristas, cada oferta de suspensión de hostilidades avanzada por ellos es seguida casi sistemáticamente por un acto violento. Debe recordarse que se trata siempre con grupos armados extremadamente volátiles en los que el odio y la locura actúan al menos con tanta frecuencia como el realismo. A la oferta de paz de febrero por el IRA siguieron, en marzo, un atentado con bomba en el que murieron dos niños y un ataque de represalia por los Unionistas protestantes en el que murieron cinco católicos. En abril, el comienzo de conversaciones secretas entre Gerry Adams, líder del partido Sinn Fein -la rama política del IRA-, y John Hume, jefe de la facción moderada de los católicos norirlandeses, fue seguido por una impresionante ola de atentados en la que destaca la bomba colocada en la City londinense con efectos devastadores. En octubre, el anuncio de que había conversaciones entre Adams y Hume desencadenó una nueva serie de atentados (especialmente las nueve muertes producidas por una bomba del IRA en Belfast). Poco más tarde, el anuncio hecho por John Major y el primer ministro irlandés, Albert Reynolds, de que revivían las negociaciones fue seguido de la muerte de siete católicos en un bar del Ulster a manos de los Unionistas.

En todo este asunto hay un bando que arriesga la marginación y, de paso, le complica la existencia al Gobierno conservador: el protestante Partido Unionista del Ulster. Han sido ellos quienes han destapado la cuestión de los contactos secretos, probablemente para dar aviso de que no iban a permitir que les dejaran fuera del proceso de paz. Sus nueve diputados en la Cámara de los Comunes son esenciales para la estabilidad del Gobierno conservador. Pero el bando protestante es sobre todo fundamental para el futuro del Ulster, una paz que intuyen no puede obrar más que en perjuicio suyo, es decir, en la paulatina integración de las nueve provincias en la República del sur. Para evitar el daño saben que deben darse dos condiciones previas: no quedar al margen de una negociación y recibir de Dublín la garantía de que dispondrán de la capacidad de veto sobre cualquier cambio político a lo largo de todo el proceso.

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