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DÍA MUNDIAL DEL SIDA

"Nada de culpables ni de víctimas"

Dos personas infectadas que no han desarrollado la enfermedad cuentan cómo lo han asumido

"Lo que no soporto es la ignorancia, porque la gente oye, como yo oía, pero no escucha". Teresa, que prefiere no aparecer con su verdadero nombre, tiene 40 años y hace dos supo se contagió con el virus del sida. "Fue exactamente el día 1 de diciembre", asegura, "así que precisamente hoy hace dos años justos", repite esta mujer menuda y pálida. Y con la misma precisión desgrana fecha a fecha los días que precedieron a la Navidad de aquel año, cuando empezó a sentirse "morir".Fiebre, arcadas secas y un dolor insoportable por todo el cuerpo la llevaron a las urgencias de un hospital. "Lo primero que me descubrieron es que me habían contagiado una cándida y me dieron antibióticos", relata.

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Pero los síntomas no remitían y, entre los análisis, le pidieron que se hiciera la prueba del VIH. "Siéntate, Teresa", le dijo su médico. La prueba había dado positivo. "Me quedé impávida. Me dio igual, como cada vez que me dan una noticia gorda. Cuando salí de allí me fui a trabajar. Entonces, de camino fue cuando empecé a sentir como si me dieran un mazazo a cada paso, aunque seguía sin relacionarlo con lo que acababan de decirme", cuenta.

Y Teresa no puede dejar de pensar en ese 1 de diciembre, porque aquella fue la primera relación sexual de su vida. Hasta entonces había permanecido entregada a cuidar enfermos en una residencia.

Aquel chico al que había conocido unos meses antes había sido heroinómano, aunque ya estaba rehabilitado. "Yo pensaba que podía tener el virus, pero me decía: no puede ser, Teresa, con lo sano que parece... Además, una sola vez no es suficiente".

Cuando le dijeron que era seropositiva, se lo contó. "Yo no tengo el virus del sida, mujer, sólo tengo anticuerpos", le respondió éste. "Tu amigo sólo tiene un nombre: es un asesino", le dijo el médico a Teresa. "Qué quieres que te diga, aquello era una traición muy gorda", susurra.

Sin preservativos

A pesar de todo, Teresa volvió a acostarse con su amigo, antes de dejarlo definitivamente. Y siguieron sin utilizar preservativos. "Él no quería ponérselos, empeñado en que no tenía nada". Su ginecólogo se echó a llorar cuando se lo contó. "Pero, Teresa, ¿no sabes que puedes reinfectarte una y mil veces?" , me repetía.En su trabajo, en una céntrica tienda madrileña, no lo sabe nadie, salvo su jefe, y apenas tres amigas íntimas han compartido sus confidencias. Con su familia no se habla desde hace años. "Yo no le tengo miedo al sida, pero ¿para qué tengo que pregonarlo?", pregunta. "Ni estoy enferma ni me siento enferma".

Teresa tiene apenas un nivel de 180 linfocitos CD4 (el nivel normal son 500) y nadie se explica cómo no ha caído enferma. Se levanta cada día a las seis de la mañana para acudir al trabajo y no para hasta la noche. Su cuerpecillo tenso es un cúmulo de energía. "Claro que mi vida ha cambiado, pero sigo siendo feliz como lo es todo el mundo, a ratos", dice. "Bueno, también hay días grises", reconoce. "Pero entonces me pongo en pie y voy vengo y ya está. Lo que no soy ni seré nunca es una víctima", asegura.

"Ni culpables, ni mucho menos víctimas", afirma. Y esto lo tiene muy claro Cortés Bracero, un músico callejero de 37 años que supo el pasado mes de abril que era seropositivo. Cortés se encoge de hombros en muchas de sus respuestas, intentando alejarse de los tópicos.

"¿Que cómo es mi vida? Pues como la de todo el mundo, yo sé lo mismo que todos sobre lo que pasará mañana", afirma. "Nadie piensa que esto pueda ocurrirle. Yo siempre he tenido muchas parejas y me protegía a veces y otras no", continúa. "Lo único que me duele y mucho es que esto se lo pasas a la gente que quieres por quererles", explica.

Cortés trabaja en el Comité Ciudadano Anti-Sida de Madrid (teléfono 532 10 19). "Lo que me cabrea es la tendencia de la gente a dividirnos en buenos y malos. Y nunca podremos agradecer bastante a los homosexuales y a los drogadictos todo lo que han hecho en la lucha contra el sida", añade.

Junto a Cortés trabajan también en el comité Juan Ignacio Manrique, Pililo, de 21 años, y Ramón Gradé, de 29, ambos estudiantes, como voluntarios. El primero, "por mi compromiso como creyente, como ciudadano y como persona", y el segundo, como parte del servicio social sustitutorio, desde el pasado mes de octubre.

"Personalmente no me afecta en absoluto que la doctrina oficial de la Iglesia sobre el sida y el sexo seguro contradiga lo que nosotros intentamos hacer", explica Manrique.

"Ya no intento convencer a los que se cierran en banda y me esfuerzo por los que sí quieren ayudar y punto". Aunque ambos opinan, como Cortés, que ya no hay tanta discriminación como antes, tanto él como Ramón siguen escuchando en casa cosas del tenor de "hay que ser solidario, pero sin pasarse" o "ten cuidado, a ver si un día de éstos apareces tú con algo raro".

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