La Santa Alianza
Texto íntegro de la carta dirigida a Felipe González por Julio Anguita, coordinador general de Izquierda Unida
La gravísima situación de postración y decadencia económica, social, política, cultural y moral por la que atraviesa nuestro país me obliga a dirigirme a usted, en carta abierta, sin esperar de su inédita cortesía hacia Izquierda Unida la respuesta a la que anteriormente le envié el pasado 20 de septiembre.Yo no sé si el grupo parlamentario denominado socialista reaccionará ante la tropelía que suponen las medidas aprobadas con el eufemístico nombre de reformas del mercado laboral y esa reacción le lleve a rescatar, con una mínima capacidad de dignidad y coherencia, la estrecha relación que debe haber entre los conceptos y las palabras.
Desde el momento actual, y con la perspectiva que dan los años y los acontecimientos ocurridos en los mismos, causa asombro constatar que quien recibió tanto apoyo político lo haya ido dilapidando y usando en contra de quienes una y otra vez le auparon, con su voto, a las funciones de gobierno.
Al día siguiente de la huelga general del 14 de diciembre de 1988 manifesté públicamente que se le brindaba a usted una ocasión de oro para ponerse al frente de toda aquella energía que se había manifestado y, apoyado en ella, rectificar y superar los obstáculos económicos y políticos que impedían una acción de gobierno justa y solidaria. No fue así; cedió algo aparentemente y, pasado un tiempo, continuó aplicando una política económica en abierta contraposición con las necesidades del país, la historia de su formación política, las promesas electorales y lo que los tiempos demandaban.
Bajo la bandera de la palabra modernidad, usted acometía un proceso de reconversión industrial, y sin una perspectiva de reindustrialización, más allá del Libro Blanco de 1984, propició la sistemática destrucción del tejido productivo de nuestro país, sin más contrapartida que el llamamiento al mundo internacional de las finanzas para que se apresurase a invertir en este nuevo Eldorado de negocios fáciles y rentabilidades oscuras.
La modernidad, señor González, consiste en conseguir una sociedad en la que se plasmen los derechos humanos: el derecho al trabajo, el derecho a la salud, el derecho a la educación, la democracia, la igualdad efectiva entre el hombre y la mujer, etcétera. Ese objetivo político de auténtica modernidad tiene en nuestro país una concreción legal de obligado cumplimiento: la Constitución de 1978. La modernidad, señor González, es, desde el Renacimiento, centralidad humana, y no sumisión de la sociedad a los instrumentos económicos.
La reforma del mercado laboral que usted intenta aplicar obliga a cambiar contenidos de legislación laboral defendidos, pactados y aprobados en los difíciles años de consolidación del sistema democrático. Es decir, se tienen que introducir modificaciones en uno de los ejes que han vertebrado el consenso necesario en una horas difíciles para España.
Es cierto que nuestro país atraviesa por momentos difíciles, pero esta afirmación exige preguntarse, en nombre del rigor, sobre las causas y sobre los responsables. Y aquí, señor González, no caben lucubraciones ni juegos de mano de mala magia circense, sino asumir que 11 años de política económica injusta y errática están en el origen y en la base de los problemas que hoy nos acucian. La pertinaz insistencia, la reiteración en seguir aplicando hasta sus más duras consecuencias dicha política, me hacen deducir que, en esta hora de problemas, usted y su política son, precisamente, el mayor problema.
Usted ha hecho de la economía sinónimo de PIB, especulación y pelotazo. Usted está propiciando que nuestra Constitución quede en una simple y protocolaria efeméride en el aniversario de su aprobación por parte del pueblo español. Usted ha ido narcotizando y matando, lentamente, la ilusión de un pueblo que reiterada y repetidamente le ha ido apoyando elección tras elección. Usted ha transformado la espontaneidad y la viveza de la sociedad española en tierra quemada por mor de subproductos culturales y de un lenguaje político entre el galimatías, el lugar común y las promesas sistemáticamente incumplidas. Usted ha hecho una política económica y social que los poderes económicos no se hubiesen atrevido a hacer a través de otra intermediación. Usted, en definitiva, ha ido colaborando a que una idea tan grande, tan limpia y tan necesaria como el socialismo pueda ser visualizada como un prêt-à-porter del consumo político.
Señor González: cada uno en el sitio que le corresponde, porque libremente ha optado por situarse en él. Los planes, proyectos, fundamentos políticos y código de valores en los que se asienta su política económica y social le hacen alinearse con los señores Ciampi, Balladur, Kohl, Major, etcétera. Con todos ellos comparte usted una línea de acción política caracterizada por tres ejes: la privatización de lo público, la destrucción del Estado de bienestar y el debilitamiento de los sindicatos.
Es cierto que también estamos inmersos en una crisis global. Una crisis que, además de los elementos clásicos, presenta contenidos nuevos que nos sitúan ante un cambio de perspectiva y ante la necesidad de abordar los problemas con soluciones nuevas. Y ahí están las propuestas sobre reparto del empleo, sobre el desarrollo sostenible, sobre la sustitución del PIB por el índice de desarrollo humano, sobre un nuevo orden económico intemacional, sobre la solidaridad, etcétera. Sin embargo, y he aquí la contradicción que les delata a usted y a sus socios europeos, pretenden abordar problemas nuevos con medidas propias del siglo XIX.
Usted ha propiciado y sostenido una auténtica subversión de los valores. La creación de riqueza productiva, la laboriosidad, la previsión y la planificación, la cultura liberadora, etcétera, han sido sustituidas por el diseño de una sociedad en la que la guerra por la conquista del mercado se justifica en aras del éxito conseguido.
Señor González: ni la historia se acaba, ni el mundo se para, ni los disparates permanecen mucho tiempo sin que nadie se los cuestione y se enfrente a ellos. Huelgas en Italia, huelgas en Francia, huelgas en Bélgica, anuncio de una huelga general en España y pesimismo sobre la salida de esta crisis.
Todo indica que algo se está moviendo en Europa contra las políticas conservadoras. Y esa imagen de movilización general, de propuestas alternativas y de futuro, y, por ende, valientes y dignas, contrastan con la imagen que usted y sus colegas europeos están dando.
Era el año 1815; los monarcas más reaccionarios de Europa y sus primeros ministros se constituyeron en Santa Alianza. El objetivo de la misma era claro: acabar con todo vestigio del pensamiento nacido en la revolución de 1789 y, de paso, eliminar toda resistencia a sus regímenes despóticos.
Los años han pasado y frente al despertar de los trabajadores, de los colectivos oprimidos y de las ideas liberadoras que no asumen esa barbarie consistente en supeditar las sociedades a los instrumentos económicos, usted y sus colegas aparecen como una nueva Santa Alianza que al grito de mercado, PIB y competitividad pretende establecer patrones económicos y valores sociales ya superados por la historia.
En aquella Santa Alianza de 1815 desempeñó un papel fundamental Clemente Lotario, príncipe de Metternich. Usted, señor González, con la fe del neófito recién convertido a estos valores, comienza a tomar formas, actitudes y protagonismos que le van acercando a la imagen del político austriaco. El problema es que lo que en él fue algo consustancial con su origen y trayectoria de siempre, en el caso de usted ha tenido que hacerse a través, de un proceso que le ha permitido, con cierta soltura y ante los atónitos ojos de los trabajadores, cambiar de bando.
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