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Tribuna
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Alegato

El avance del plan general era un Madrid de colores, un folleto donde se prometía que Madrid iba a tornarse habitable, unas urnas con maquetas de grandes barrios y árboles pequeños pero numerosos. Luego supe que la altura prevista para ciertos barrios había sido elevada después de hacer la maqueta, que el suelo era casi siempre una mercancía y aumentaba su valor en la medida en que soportaba proyectos más insolidarios. Pero en cada plan, al menos, se formulan las aspiraciones de la ciudad y pensé que en éste, nuevamente, quedaría constancia de lo que no se cumplió, y me dije que quienes, trabajando en el plan, hubieran ideado proyectos positivos, redes de metro ligero, apacibles recorridos peatonales, tendrían luego una prueba, un pedazo de materia: también la capa del héroe muerto o su espada han ganado victorias.Se me dijo que podía presentar alegaciones -hasta el 15 de diciembre el plazo sigue abierto-, esto es, expresar una opinión, aportar sugerencias. Recordé entonces el hermoso libro Las quimeras del gato, de Eduardo Alonso, y tomé prestado el nombre de un capítulo: "Sed como gatos", se aconsejaba en él, y algunos párrafos después: "Independientes, marcad vuestro territorio con la seguridad de vuestro deseo: así os reconocerán". Escribo ahora esta alegación/ alegato sobre las aceras.

Hace más de veinte años un amigo era un niño que disfrutaba cuando sus padres le llevaban en coche por la calle de Serrano, amplia, resplandeciente y veloz como una carretera. Sin embargo hoy, en los ojos de un gato, he visto una ciudad que desaparece tragada por el ancho cada vez mayor de los carriles de automóviles. Del contestador de este periódico cito un mensaje: "En la calle de Costa Rica han acortado las aceras y han talado los árboles. Están convirtiendo la calle en una autopista". He imaginado un bosque de bolardos ni siquiera torcidos, como ahora, vacilantes, sino arrancados de cuajo. El viario, oí decir -llaman viario a las calzadas para el tráfico rodado, no a los sitios para los viandantes-, es un agujero negro adonde van a parar aceras y rincones, el hábito de pasear y todas las tardes de domingo. Alego y pregunto por qué cuando la prudencia exige limitar las emisiones de CO2, las de ruido y el gasto desproporcionado de energía, en vez de privilegiar al peatón convierten en arcenes sus aceras, y al salir del portal el asfalto te cubre los zapatos como el agua, y es una pesadilla, y no puedes despertar.

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