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Un cambio extraordinario

Italia vive hoy un momento extraordinario de cambio.No sólo porque termina, arruinado, un viejo sistema de poder desacreditado y corrupto, sino porque algo nuevo empieza a nacer. Hasta los más escépticos, los más reacios, los más hostiles, se ven obligados a admitir que estamos inmersos en un verdadero proceso constituyente. Hoy está cuestionado todo el sistema de relaciones políticas y de poder de este país. Incluso el partido que fue gozne del viejo régimen, la Democracia Cristiana, se ha visto involucrado en la corrupción, junto con toda la antigua clase dirigente del país, que hoy, a los ojos de la opinión pública, ha quedado privada de legitimación democrática.

Los comicios del 21 de noviembre para la elección de alcaldes en algunas grandes ciudades, empezando por Roma, han hecho transparentes los entresijos de este proceso.

Pero también han empezado a poner de manifiesto el dinamismo profundo de una democracia alternativa: el impulso de unos procesos de bipolarización en torno a los cuales deberá recomponerse la vida política democrática, de tal modo que nuestro país pueda ser gobernado desde la perspectiva de una alternancia entre progresistas y conservadores capaz de romper las ataduras que ahora impone una democracia bloqueada. Todo ello hace que la situación actual sea muy abierta, aunque no exenta de riesgos.

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Se multiplican, en esta fase de la vida pública, las maniobras de todos los que quieren defender por cualquier medio los viejos privilegios y ventajas adquiridas, el poder y los intereses corporativos acumulados a la sombra del viejo régimen. Ése es precisamente el objetivo de los neoconservadores y neocentristas. Pero ése es también su límite.

Es decir, no se percibe que no sólo nos encontramos frente a la ruptura del viejo alineamiento político que giraba en torno a la Democracia Cristiana y a sus aliados de gobierno, sino a algo mucho más profundo: al fracaso de un mecanismo que, por una parte, ha golpeado duramente al Estado en tanto en cuanto es regulador y garante de los intereses generales y que, por otra, ha distorsionado el mercado, oprimiendo a las fuerzas del trabajo y la producción. Esto explica por qué el centro ha sufrido un verdadero estallido y por qué Italia ve en peligro su futuro mismo como nación.

He aquí el gran reto al que se enfrentan el PDS, todos los demócratas, y, en suma, las fuerzas dispuestas a la formación y consolidación de un polo progresista y reformador. Lo que en absoluto quiere decir que las fuerzas moderadas se hayan quedado sin papel que desempeñar. Por el contrario, deberán actuar sobre la base de sus propios valores e intereses en pro de un nuevo mapa político. Deberán, en sustancia, escoger entre gobernar el país con el polo reformador o con el conservador.

Quiero citar un episodio ocurrido en estos días. Berlusconi, un empresario con fuerte implantación en la industria de la comunicación, ha anunciado su voluntad de bajar directamente a la arena política y de trabajar por un proyecto neocentrista encaminado a frenar la posibilidad de que fuerzas reformadoras y de progreso lleguen a gobernar el país. En este contexto, ha manifestado su apoyo a la candidatura del neofascista Fini como alcalde de la capital. Este episodio me parece inquietante porque es significativo del empeño con el que, desde ciertos sectores de la sociedad italiana, se intenta no tanto reconstruir un centro como oponerse a una salida democrática y progresista de la crisis italiana por cualquier medio y al precio de cualquier aventura y de las peores compañías.

Por otra parte, algunos observadores europeos de prestigio han escrito después de las elecciones del 21 de noviembre que en Italia ya existe una alianza de progreso que, de alcanzar el Gobierno, puede no sólo impedir el paso a una aventura de derechas o al empuje secesionista y antinacional de la Liga del Norte, sino contribuir de forma importante a la estabilidad democrática.

Esto es posible si se aplica un programa realista y riguroso cuyo lenguaje se dirija incluso a los estamentos moderados.

Tras la quiebra del sistema de poder que ha llevado al país al borde de la bancarrota política, económica y moral, es necesario hacer otra constatación. Sólo la consolidación en el Gobierno de un polo progresista coherente y articulado dentro de la lógica de la alternancia puede estimular la aparición de un polo conservador potencialmente legitimado para gobernar con adhesión plena, convencida, responsable, en el seno unitario de la solidaridad democrática y nacional. Pero precisamente por esto no se puede hacer ninguna concesión al neofascismo o la elección involucionista y antidemocrática de la derecha tradicional.

Éste es el sentido profundo de la intuición política que sustentó la transformación de la que nació el PDS y que nos ha guiado, además de en el compromiso para la unidad de la izquierda, en la construcción de una amplia convergencia democrática de todas las fuerzas de progreso, incluso de las fuerzas católicas moderadas.

Por esta razón, cuando se me ha pedido que indique en pocas palabras -casi como un eslogan- nuestra línea, he dicho: eficacia, orden, seguridad, pero también solidaridad y política de empleo.

Ésta es la idea, simple pero comprometedora, sobre la que desearíamos construir un acuerdo con las fuerzas más ilustradas de la burguesía italiana.

Italia se encuentra en un delicado momento que debe desarrollarse en condiciones de seguridad democrática e institucional. Sentimos profundamente la responsabilidad que en todo ello nos incumbe.

Además del más incisivo proceso de saneamiento financiero del Estado, queremos garantizar el ahorro, contener el coste del dinero y la inflación, poniendo en marcha, entre otras cosas, nuevas políticas económicas e industriales. Dichas políticas, incluso mediante privatizaciones, deberán aumentar la eficacia del sistema económico e industrial, y, sobre todo, sostener el empleo y el desarrollo.

La recuperación necesita una nueva guía, un nuevo y gran compromiso colectivo.

El crecimiento y la integración de los mercados, una gran operación de reforma y descentralización fiscal, exigen un mayor control y regulación por parte de las instituciones públicas y del Estado, una mayor asunción de responsabilidad nacional por parte de las fuerzas progresistas.

Es éste también el criterio que nos inspira en nuestra relación con el Gobierno Ciampi, al que reconocemos haber actuado con honradez al dirigir el país, una vez votada la ley presupuestaría, hacia nuevas elecciones políticas.

Éste es el sentido de nuestra propuesta. Consideramos que no sólo responde a las necesidades de Italia, sino que también está orientada hacia el objetivo de una plena integración europea. No puede sino favorecer un crecimiento democrático de los factores de cohesión económica, social, política, institucional de Europa, empezando por las

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Un cambio extraordinario

es secretario general del Partido Democrático de la Izquierda de Italia.

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