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Ama un poco, roba mucho

Es evidente que sólo era cuestión de tiempo que se desempolvara a los inteligentes y ligeramente aristocráticos británicos que fueron a la guerra civil española y se diera una forma nueva a sus experiencias para una nueva generación de consumidores de cultura en EE UU. La querella de Stephen Spender contra David Leavitt por el plagio de sus memorias de 1940, World within world, en la novela de este último recientemente publicada, While england sleeps, tiene sus raíces en las vueltas y revueltas de lo que resulta elegantemente aceptable en los círculos literarios y cinematográficos posmodernos.Un estilo alternativo a las películas violentas llenas de sangre y modernos artilugios se está haciendo cada vez más popular aquí; películas sobre inteligentes posvictorianos aristocráticos son las que ahora atraen grandes audiencias. Merchante Ivory han tenido un éxito fenomenal con su adaptación de la novela de E. M. Forster Howards End. En esta especie de goteo para saciar la sed de aristocracia, Edith Wharton -lo más aproximado que tenemos los estadounidenses a una escritora británica de clase alta- también está gozando de una nueva ola de popularidad. Aunque la película visualmente atractiva de Martin Scorsese basada en su mejor novela, La edad de la inocencia, parece haberlo captado todo bien salvo su eje emocional -en lugar de tratar de enrevesados aristócratas estadounidenses del siglo XIX se ha colado un toque de Elpadrino-, las audiencias de la costa Este y Oeste han acudido a verla en tropel. Para no ser menos en la aristocratomanía, Marion Mainwaring, una experta en Wharton, ha exhumado la novela inacabada de la misma, Los bucaneros -un manuscrito que Wharton descartó deliberadamente-, y, a tono con la teoría de moda de que tan autor es el lector como el escritor, ha completado el manuscrito por ella. ¡Pobrecita Edith Wharton muerta! El crítico Andrew Delbanco señalaba en The New Republic que lo que el mundo de Wharton valoraba era el tacto; lo que nuestra generación valora es la sinceridad. El tacto del mundo de Wharton no puede equipararse a la sinceridad de nuestro dejar que todo se vea posmodernista.

La sinceridad contra el tacto es lo que hay en el fondo de la furia de Spender contra David Leavitt por saquear tanto su vida como sus memorias; la querella de Spender contra Leavitt por plagio ha convertido repentinamente la guerra civil española en el foco de la batalla literaria más extraña de esta temporada. La lucha comenzó en noviembre, cuando Bernard Knox, al hacer la reseña de la novela de Leavitt While england sleeps descubrió que estaba sacada directamente de World whitin world, de Spender, y así lo señaló en su reseña para The Washington Post.

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Las memorias de Spender repasan su desarrollo personal, literario y político como un joven recién salido de Oxford y perdido en Viena, Alemania, Londres y España en los primeros años de la década de los treinta, cuando el fascismo y el nazismo iniciaban su auge. El y sus compañeros de Oxford -Christopher Isherwood, que más tarde escribió The Berlin stories, y W. S. Auden- estaban profundamente alterados por la retórica nazi y la quema de libros en Alemania; para ellos, la República española fue una antítesis bien recibida al totalitarismo que se extendía por Europa.

Durante esta época de su vida, Spender mantuvo una larga relación homosexual con Jimmy Younger, un británico de la clase obrera. Younger, influido por las ideas políticas de Spender, se unió a las Brigadas Internacionales en España. Rápidamentt se desilusionó del partido comunista; desertó, y posteriormente fue arrestado por los comunistas y llevado a juicio. Spender, sintiéndose moralmente responsable del aprieto de Jiminy, aceptó una -invitación del Partido Comunista Británico para investigar la suerte de la tripulación de un barco ruso hundido por la Armada italiana en las costas de España. A pesar de las súplicas de Spender tanto al cónsul británico como al ministro español de Asuntos Exteriores Álvarez del Bayo, Jimmy fue condenado por deserción; pasó algún tiempo en una prisión española. Finalmente, se le permitió volver a Inglaterra. Pero incluso antes de que Jimmy fuera a la guerra civil, Spender había llegado a la conclusión de que sus verdaderas preferencias sexuales se inclinaban por las mujeres. Spender se había enamorado en Viena de una mujer estadounidense, Elizabeth, una heredera de Chicago que estaba estudiando medicina en Viena y que se había involucrado en el movimiento socialista austriaco.

Al ser entrevistado por David Streitfeld, de The Washington Post, Leavitt admitió bastante lacónicamente que sí, que había utilizado el libro de Spender como inspiración, y que había pensado mencionar a Spender como fuente, pero que el abogado de su editor -Viking Pressle había ordenado que no lo hiciera. Spender, que considera que el libro de Leavitt es un plagio, replicó que si Tolstoi hubiera cogido su vida no le hubiera importado, pero que consideraba esta rendición "ociosa y chapucera... No veo por qué tenía que descargar sus fantasías sexuales en mi juventud... Si quería escribir sobre sus fantasías sexuales, debería haber escrito sobre ellas como suyas, no mías".

En términos legales, la similitud entre ambos libros, más la similitud de ciertas frases clave, es lo suficientemente grande como para que la justicia británica, que es más rigurosa que la de Estados Unidos en lo que respecta al plagio, prohíba que Viking publique la novela hasta que haya un veredicto final. En el relato de Leavitt del mismo material, los graduados de Oxford se convierten en graduados de Cambridge -Isherwood y su The Berlin stories también están presentes en esta versión-, Jiminy, rebautizado como Edward, no sólo es arrestado en España, sino que, para darle un toque picante, termina muriendo en el mar de forma espeluznante en su retorno a Inglaterra. Pero lo que de verdad hace hervir a Spender es que Leavitt convierta sus memorias en una novela pornográfica gay de 1993, en la que la guerra civil española es sólo el telón de fondo para describir sexo duro. Todo se desintegra en una especie de broma de mal gusto. Enuna de sus entrevistas, Leavitt señalaba que estaba preocupado por el sida, que había querido escribir un libro sobre un tema real. Pero el sida, que es una especie de plaga a la que combatir por medio de la ciencia, no tiene nada que ver con la guerra civil española. No son equivalentes morales.

Para mí, la cuestión moral es que Leavitt ha intentado apropiarse de la vida de Spender; unas memorias se juzgan tanto como reflejo de una vida vivida como por sus méritos literarios. Que Leavitt se meta en la piel de Spender y (sin reconocer que eso es lo que está haciendo) le repita como un loro es simplemente un acto de falsa ventriloquía. Un estadounidense de aquí y ahora pretendiendo ser un británico de Oxford en los años treinta, con esa tremenda diferencia de palabra y pensamiento. Irónicamente, Elizabeth, la heredera de Chicago de la que Spender se enamoró en Viena, fue también víctima de un plagio literario similar.

Su verdadero nombre era Muríel Gardiner; fue la verdadera Julia en la que Lillian Hellman basó su novela. Resultó que, en lo que se convirtió en un tremendo escándalo literario, Lillian Hellman había oído simplemente la historia de Muriel Gardiner; nunca la conoció personalmente, pero utilizó la historia para que sus memorias fueran más sabrosas. La apropiación de las vidas de las personas es hoy una cuestión importante, porque las vidas de las personas valen mucho dinero. Puede ser que en el futuro cercano paguemos a la gente para que viva ciertos tipos de vidas, para que cuando los medios de comunicación se queden sin material haya siempre una historia de refresco.

es escritora y periodista estadounidense.

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