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Tribuna:ESCENAS DEL MADRID CASTIZO
Tribuna
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Pobres de pedir

Las iglesias eran de monumental fábrica y solemnes nervaduras, elevaban al cielo esbeltos campanarios en cuya cúpula anidaban cigüeñas, cobijaban devota feligresía venerando al Señor expuesto, tenían en el atrio pobres de pedir y a la trasera mujeres de la vida, con algún rufián revuelto por allí poniéndolas firmes. A veces, el rufián pertenecía a la españolísima institución de los pluriemplados y hacía doblete; es decir, que ejercía de pobre por delante, de chulo por detrás, lo cual se apunta sin ninguna intención. De esas iglesias ya van quedando menos en Madrid. Muchos templos son edificios de moderna funcionalidad o se integran paredaños a los bloques de viviendas, y es raro el que dispone de jardín o callejón extramuros por donde puedan ejercer su oficio las rabizas bravas de amargura infinita. En cambio, los pobres de pedir continúan donde solían.No hay iglesia sin pobre practicando la mendicidad en el atrio, y si acude a ella numeroso público, serán varios, que establecen, previsores, el numerus clausus, al objeto de evitar la excesiva competencia y conciertan equipos para distribuir el trabajo en jornadas de mañana y tarde. Normalmente, esta organización se estructura a palos: quien los da es el rufián aquel cuya hegemonía permanece virginal e indiscutida en estos procelosos fondos de la actividad ciudadana y la dedicación gallofera de su gente le reporta sustanciosos beneficios.

Las recaudaciones son muy dispares y dependen de la religiosidad de los barrios. El pobre de pedir de la parroquia de San Ginés, en la calle del Arenal -por ejemplo-, se queja de que la vecindad va poco a misa y su aspiración es conseguir un puesto en la puerta de la iglesia del Carmen, en la cercana calle del mismo nombre esquina a la Salud, donde hay siempre lleno hasta la bandera. Pero éstos, a su vez, quisieran acceder al majestuoso atrio de la iglesia de la Concepción, emporio soñado de la mendicidad madrileña. Emergente ancha, alta y blanca por la acera de los pares de la calle de Goya, justo en el corazón del barrio de Salamanca, allí la feligresía es acomodada, sus limosnas opíparas, y, además, los pobres de pedir que sientan plaza en el atrio cuentan con el influjo de la lujosa cafetería California 47, en la acera de enfrente, donde los propios feligreses acuden a desayunar, si son de misa temprana, y si tardía, a entretener la ociosidad y regalarse el cuerpo con un rico aperitivo.

Uno de los pobres de pedir que ganaron puesto fijo junto a esta cafetería, e implora arrodillado la caridad para conmover las conciencias, se enfurece si no le dan limosna y protesta a gritos: "¡Mucho ir a misa y luego no os acordáis de los pobres! ¡Qué poca vergüenza!". Como no pierde de vista a nadie y está al tanto de todo, reconoce a los que ya entregaron su óbolo en la puerta de la Concepción, y pues semejante discriminación le parece injusta, cuando pasan va y les pega la bronca.

Entre los pobres de pedir suele haber conflictos, fruto de los celos o las envidias, y pueden acabar a tortas si un fiel que acostumbra a darles limosna un buen día se la da a otro. La mendicidad se rige por unas reglas sagradas. Algunos devotos de misa diaria tienen su pobre fijo, pero, a su vez, este pobre fijo tiene al devoto como bien patrimonial y nadie debe interferir sus relaciones mercantiles. Algunos llevan la exclusividad a extremos intolerables, provocando la indignación de sus colegas. Hace poco, una fiel canadiense le regaló a su pobre particular, que llaman Ángel, un cheque por 350.000 pesetas, con indicación de que entregara parte a los restantes miembros de la plantilla. A verlo, el soprendido beneficiarle hizo honor a su nombre, extendió las alas y fue y voló. El colegio el( licenciados en tender la mano le busca por Madrid y varios de ello,, se han unido al novenario de las beatas para que interceda la Virgen y lo encuentren.

"No irá muy lejos", opine Baldomero, que es metalúrgico manco y filósofo, y tiene concedida plaza de pobre de pedir era puerta de California 47. "Ni 350.000 pesetas ni más que cayeran es dinero para un pobre el( pedir", dice, y apoya su sentencioso parecer con reveladora casuística: "¿Ve aquél?" (y aquél, barbudo de mil agrios amaneceres, malcarado, andrajoso y mugriento, les hacía la temblona a los viandantes salmodiando: "Deme algo por caridad, señorito, que tengo hambre"). "Pues a ése", informaba Baldomero, "un individuo le puso en los pulsos medio millón, uno encima de otro, y a los tres días ya estaba de vuelta, pues se lo había gastado en juergas". "Vino y mujeres", subrayamos, teniéndolo por supuesto. "Mujeres, sí; vino, no: whisky irlandés, que a los pobres nos gusta lo bueno".

Atrios y cafeterías

Los mendigos que bordonean junto a California 47 se meten en la cafetería si les da por ahí, no a pedir, sino a tomar un tentempié. Los del atrio de la iglesia paran en un bar de la calle de al lado, donde son parroquianos. De alguna forma dominan la zona. Mas no están solos. Pedigüeños de toda laya les han invadido el territorio. En sólo ese tramo de calle, el que media entre Núñez de Balboa y Castelló, se reúne el cogollito de la cofradía de la mendicidad, pero también uno que rasca el violín destemplando melodías; otro que bufa desaforado la gaita gallega y deja sorda media vecindad; una señora que dice que le han robado el monedero y necesita para un taxi; unos dinámicos muchachos que solicitan la firma y el DNI en solidaridad con los enfermos del sida; extraño grupo juvenil que acosa a los viandantes proponiéndoles se sometan a una en cuesta y al efecto pretende meter los en un microbús; mesa de ultraderechistas que mercadean libros, fotos, insignias, llaveros y complementos diversos con sus símbolos y sus rollos; vendedores de pañuelos sólo a 20 duros, oiga; sagaz reportero con graba dora que entrevista transeúntes incautos sobre temas de actualidad -"¿Debería Estados Unidos intervenir en Bosnia?", pongamos por caso- y al terminar solícita un préstamo para pagar la pensión o, alternativamente, para un café; tomadores del dos, que casi viene a ser lo mismo, si bien actúan a la chita callando, sin dar la lata, y Dios habrá de premiarles por eso."Esto ya no es lo que era", comenta Baldomero, a quien una máquina del taller le cercenó el brazo izquierdo, le consoló el infortunio una monja a quien se echó de novia, y ahora, rotas aquellas apasionadas relaciones, se dedica a la mendicidad para completar la parva pensión. Baldomero es un profesional, y lo mismo que les sucede a los pobres de pedir de su grado y vocación, añora pasadas épocas. Como dice el pobre de San Ginés: "Antes venía mucha gente a misa, pero con las malas costumbres y el creciente ateísmo sólo se acercan por aquí cuatro beatas y unos cuantos jubilados que, además, no tienen un duro. ¡No sé a dónde vamos a ir a parar!".

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