Tomás Marco, en los dominios de la intuición
Se reunió el domingo en la Academia de San Fernando una representación cuantiosa de la profesión musical española para asistir al ingreso de Tomás Marco y escuchar la lectura estatutaria de su discurso de ingreso. También para conocer la ultimísima composición del académico, ayer enfant terrible, incluso frente a la generación que le precedió y con la que luego hizo bloque, como recordaría Cristóbal Halffter en sus palabras.La partitura en cuestión es un dúo para violines, titulado Academia harmónica, que fue admirablemente interpretado por Polina Kotliarskaia y Francisco Comesaña. Se trata de una página un tanto diversa a otras del largo catálogo de Marco, aunque quizá podamos ver algún antecedente en el Hoquetus para dos clarinetes, dedicado a Jesús Villa-Rojo en 1973.
Marco es una inteligencia en acción y un hombre culto que planta las raíces de su estética en terrenos de cultura urbanística, científica, matemática y esotérica; que explica su voluntad de dar con soluciones que afecten a lo sensorial y cita, con la soltura de quien es buen lector, a los clásicos y a los autores de hoy mismo.
Todo ello está muy bien y otorga a la personalidad del músico muy determinados perfiles. Suele suceder, sin embargo, que cuando escuchamos su música recibimos la impresión cierta de que obedece, fundamentalmente, a la intuición, que el mismo Marco se atreve hoy sin miedo a denominar inspiración, ese concepto que parecía aparcado.
No otra cosa advierto en su Academia harmónica, en la que hay que tomar los dos conceptos desde la óptica particular de su autor. Se trata de una sucesión de breves piezas en número de siete: cifra mágica de las musas y de los pecados capitales, guarismo que alimentó la pequeña superstición de Manuel de Falla. Siete, en fin, es un planteamiento inicial del orden fibonacciano.
Como el discurso versaba sobre la razón y la magia en música, la suite comienza con el Speculum Leonardi y termina con el Speculim Paracelsi, esto es, el máximo orden frente a la fantasía experimental, mágica y alquimista. El compositor escucha su propia voz de músico y transita por vías de variabilidad, apuntada polifonía y medido equilibrio. Todo ello desde esa libertad de espíritu que elogiara Heine y, quizá, fiel al postulado de Víctor Hugo: el arte otorga alas y no molesta. Todo lo contrario: Marco siempre interesa y divierte, lo que nunca será despreciable condición.
Babelia
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