El espectáculo reflejo fielmente a los moradores del metro
El experimento del programa Danza en el Metro, del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid, culminó ayer con un éxito que ha sobrepasado todas las previsiones, según han declarado sus organizadores. En total participaron una treintena de bailarines, coreógrafos y músicos en directo, que en muchos casos fueron seguidos de estación en estación por un público variopinto mayoritariamente joven.Las actividades coreográficas se realizaron puntualmente y sin contratiempos en las estaciones de Atocha-Renfe, Plaza de España, Argüelles, Oporto, Avenida de América, Nuñez de Balboa y Sol, por donde pasaron cinco de los seis grupos participantes. Los integrantes de los conjuntos Antonia Andreu y Bailarines, Fuga, Sable Danza, Carl Paris, Olga Mesa y África Morris residen y trabajan todos en Madrid.
La palma fue para la siempre contestataria Antonia Andreu con su chiste de vestir a los bailarines con uniformes de trabajadores del metro. No pocas expresiones de azoro hubo al ver anteayer en Atocha-Renfe cómo seis empleados a coro saltaban sin parar: "¿No será una huelga, verdad?".
Solamente en Argüelles hubo alguna que otra protesta airada por el cambio de andén como punto de partida de los trenes, y donde también una agria señora despistada dijo: "¡Que se vayan a bailar a su país! El metro no es para estas gaitas". Alguien de la profesión le respondió: "Son casi todos españoles, señora".
Una fiesta
Para muchos, los tres días fueron una fiesta; hasta una vendedora de pins aumentó sus ventas, mientras dos mormones aprovecharon el revuelo para abrir el tenderete plegable y mostrar sus biblias. Los vendedores ambulantes de paraguas, ropa y bisutería, mayormente africanos, procuraron mantenerse al margen de la algarabía y algunos fueron desplazados.
Minutos antes de comenzar la actuación en Núñez de Balboa, las caras menos felices fueron las de un grupo boliviano, amablemente desalojado por guardias jurados uniformados del pasillo donde alegraban el trayecto a golpe de tambor y soplido de quena.
Allí llamó la atención la utilización que hizo Olga Mesa de las cintas transportadoras, y donde mostró ingenio y humor con su músico callejero, en ocasiones llevado a hombros por Pep Ramis mientras tocaba un ruinoso clarinete. Olga Mesa dice: "Al músico lo encontré precisamente en el metro. Es búlgaro y se llama Hassan". En su creación había alusión directa a las propinas con piezas de una peseta repartidas por el pasamanos mecánico. Uno de sus bailarines, con el cráneo rapado, se arrastraba por el pasillo evolucionando en estado de catarsis. Una señora arqueó sentimentalmente las cejas: "¡Pobrecillo, es tan joven! La utilización de andenes y vestíbulos por parte de los coreógrafos trajo de cabeza a los trabajadores del metro, que trataban de reconducir a los transeúntes de la red.
En algunos sitios, el impacto fue mayor que en otros, y donde hubo cierta confusión fue en Plaza de España, al situarse el baile justo en el punto de más trasiego, donde una señora con guantes, vestida de plástico rosado y con pamela de la que colgaban racimos de uva sintéticos, pregonaba sus pesares micrófono en mano.
En Argüelles prendió la idea de Antonio Palazón al retratar al vagabundo con el tetrabrik de vino barato y al emigrante que vende algunas solitarias cajetillas de cigarrillos; este último personaje fue soberbiamente retratado por el joven bailarín Joaquín López. Los comentarios no se hicieron esperar: "Eso lo vemos todos los días aquí mismo", lo que puede corresponder a la intención naturalista del creador.
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