Golpe en Rusia
Disuelto e incendiado el Parlamento ruso, presos su presidente y el vicepresidente de la República, prohibidos los partidos políticos de oposición, cerrados los periódicos molestos y bajo censura los gubernamentales, declarado el estado,de excepción con el Ejército en la calle y la policía deteniendo diariamente a miles de "inndocumentados, vagos y borrachos", el orden liberal reina en Moscú.Occidente califica como "rebeldes" a quienes no se sometieron al golpe, el mismo título que el franquismo adjudicó a los opositores al alzamiento. La resistencia activa, que en otras circunstancias y latitudes sería considerado valor cívico, en Rusia se convierte en argumento condenatorio. Es de mal tono recordar el pasado estalinista de Yeltsin; no cabe citar el papel protagonista del antiguo KGB en la operación golpista. Yeltsin suprime las libertades democráticas, pero los presuntos autoritarios son todos aquellos -sean de la tendencia política que fueren- que no comulgan con su proyecto.
Para proteger el inmaduro pueblo ruso de sí mismo, Yeltsin y su equipo se aprestan a elaborar por su cuenta una nueva Constitución que habrá de sustituir a la vigente. La ley electoral también será criatura suya. Bajo la tutela presidencial, los nuevos diputados electos no perderán el tiempo ejerciendo funciones constituyentes. Un socorrido plebiscito y una Cámara hecha a medida serán suficientes para que Occidente vuelva a bendecir al Kremlin.
El modelo de transición salvaje al capitalismo que auspicia el FMI y defiende Yeltsin implica costes dramáticos para el pueblo ruso. Era lógico que provocara resistencias de diverso color: capitalistas moderadas, burocráticas, socialistas... Su implantación requería un régimen autoritario, y Yeltsin lo ha impuesto. El golpe de Moscú muestra adónde conducen los delirios liberales y a qué armas han de recurrir para imponerse. Quizá la democracia rusa no nazca mecánicamente contra Yeltsin, pero lo que sí es seguro es que no podrá emerger mientras su régimen permanezca. Nuevamente se comprueba que el libre mercado y la democracia no andan de la mano; que el liberalismo y la libertad no tienen mucho que ver. También en Rusia-
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