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El dilema de las elecciones

Los últimos acontecimientos en Polonia y en Rusia hacen que muchos periodistas me formulen la siguiente pregunta: "General, le atacan sus adversarios políticos por haber implantado la ley marcial en Polonia en diciembre de 1981, aunque, en definitiva, esta medida contribuyó a que toda Europa central y oriental entrase en el camino de la democracia. El presidente ruso, Borís Yeltsin, mientras, cuenta casi siempre con el apoyo de la opinión mundial, a pesar de que al implantar el estado de excepción y al disolver el Sóviet Supremo había vulnerado la Constitución, permitido el derramamiento de sangre, así como la violación de numerosos derechos humanos ¿A qué se debe la diferencia entre estas apreciaciones?".O bien, otra pregunta actual: "¿Cómo es posible que en Polonia, al cabo de cuatro años de Gobiernos forma os su dos por partidos surgidos del sindicato Solidaridad, hayan podido ganar las elecciones los ex comunistas, cuando, en Rusia, agrupaciones llamadas de la misma manera son perseguidas e ilegalizadas porque se consideran nocivas para la continuación de las reformas democráticas?".

En las entrevistas que he concedido últimamente, que fueron bastantes, se me han planteado estas preguntas o parecidas. Las contesto basándome en mi propia experiencia, a veces amarga, y también en las bien conocidas tesis del sociólogo Max Weber, quien hace ya 100 años afirmó que el político, por lo general, no elige entre el bien y el mal, porque ésta sería una elección evidente, sino entre un mal menor y un mal mayor. Así fue, precisamente, en diciembre de 1981.

Nuestra ley marcial no vulneraba la Constitución. Ha de reconocerse que limitaba los derechos humanos y trajo como resultado. algunas víctimas mortales, pero protegió al Estado de lo peor: de la descomposición total, de la catástrofe económica, de la lucha fratricida, de una intervención exterior y, en consecuencia, de una incalculable conmoción mundial. Al mismo tiempo, la ley marcial creó condiciones para entrar -paso a paso- en el camino de las reformas políticas, económicas y sociales. Al cabo de siete años, estas reformas nos llevaron a las negociaciones de la mesa redonda entre el poder y la oposición y a la plena transformación del sistema. No sólo en Polonia, porque hoy día ya nadie pone en cuestión que los acontecimientos que se habían producido en Polonia en 1981 constituyeron el impulso y un modelo para las transformaciones que más tarde se extenderían a toda Europa central y oriental y hasta a Rusia.

Cabe preguntarse si el desarrollo de la situación en Rusia será parecido a lo que ya se ha producido en Polonia, en la República Checa o en Hungría. Confío en que será así, porque las leyes del desarrollo histórico conducen tarde o temprano a la libertad y la democracia. Sólo hay que meditar sobre el precio que debe pagar cada hombre, y sobre todo cada dirigente, por la elección de los métodos adecuados para conseguir una meta determinada. Las normas morales, aceptadas generalmente, hacen rechazar la opinión de que "el fin justifica los medios". ¿Se podrán, sin embargo, aplicar los criterios generalmente aceptados al caso de Rusia, un país gobernado durante siglos con métodos principalmente autoritarios, un país en el que la democracia acaba de nacer? ¿O quizás sería mejor acogerse a la divisa inglesa "wait and see" ("esperar y ver") y dejar a los propios rusos que hagan la evaluación de los acontecimientos recientes? Por lo menos hasta que éstos no ejerzan una influencia negativa en la suerte de otros países.

Los temores en este sentido pueden surgir por dos razones. En primer lugar, el estado de excepción fortaleció en Moscú la posición del Ejército, descontento con las soluciones que hasta ahora se habían ido aplicando al ámbito político-militar. En segundo lugar, el propio presidente Yeltsin advierte un peligro para el Estado democrático en las excesivamente fuertes agrupaciones de extrema derecha y nacionalistas. El futuro, o quizás ya las elecciones del próximo mes de diciembre, demostrarán si estos peligros son reales o no.De esta manera, he llegado a la comparación de los así llamados poscomunistas en Polonia y en Europa central con aquellos más criticados, los rusos. Creo que los temores de Yeltsin se refieren a aquel sector de la sociedad rusa que había estado sacando provecho del sistema comunista. Entre ellos se encuentran también, seguramente, las personas que ven con amargura la descomposición de la gran Unión Soviética, una potencia que co-decidía la suerte del mundo. El descalabro de la URSS afectó su sentimiento de seguridad, su orgullo, su mal concebida grandeza. No sabemos si estos grupos son numerosos. Sabemos, por otro lado, que las malas condiciones de vida originan reacciones nacionalistas y chovinistas.

Estos fenómenos no se dan ni en Polonia ni en ningún otro país del antiguo bloque del socialismo real. No digo que no haya personas que echen en falta el antiguo régimen. Pero no cuenta en absoluto. Son trogloditas políticos.

El momento actual que vive Polonia, la República Checa o Hungría se ve plasmado por unas condiciones históricas, nacionales y económicas diferentes a las que tienen lugar en Rusia. Polonia, por ejemplo, incluso en la época más sombría de su socialismo real, era tratada en Moscú como una isla de la herejía. En los chistes se decía que era "el barracón más alegre de todo el campo" [comunista. Nota del traductor].

Las elecciones del pasado mes de septiembre en Polonia no las han ganado, pues, unos "ex comunistas" deseosos de restaurar el antiguo régimen político y económico. En cambio, es cierto que un importante éxito electoral lo obtuvo una izquierda cuyo programa es igual al de los partidos socialdemócratas del mundo occidental. En este programa se hallan el respeto a la democracia, las libertades cívicas, la continuación de las reformas que consoliden la economía de mercado y que aproximen el país a los estándares de la CE.

Los analistas de la situación interna de Polonia, pues, no deberían prestar atención a los epítetos ("ex comunistas"), sino a las circunstancias en las que se pro dujo tan importante desplazamiento de los votos hacia la izquierda. La verdad es que la mayoría de los votantes no optó por el retorno del antiguo sistema, sino contra los pesares excesivos que la gente sufre durante el pro ceso de transición. Los electores se pronunciaron también a favor del respeto a su pasado común, a su trabajo, por mantener las con quistas sociales, por reducir el de sempleo y la miseria que afecta a casi la tercera parte de la población. Fue, pues, una elección exenta de dilemas abstractos. Hablando en términos más generales: las elecciones polacas son una prueba de una maduración rápida de la conciencia democrática en un país en el que antes existió el sistema de socialismo real. Fueron una muestra de la normalidad, la misma que puede existir en cualquier Estado democrático. Pues no hay nada de extraordinario en el hecho de que en España los socialistas se mantengan en el poder, que en Suecia lo pierdan y que lo recuperen en Grecia. El cambio polaco es algo parecido. Confío en que Rusia también alcanzará este grado de normalidad.

Wojciech Jaruzelski fue presidente de Polonia.

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