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Guía de perdicion

Moralistas, psicólogos y educadores de variado pelaje subrayan con entusiasmo que la obligación principal de los hombres acaso también de las mujeres- es encontrarse a sí mismos. Pero nadie se encuentra si no está previamente per dido, de igual modo que nadie se convierte en jamón sin haber sido antes un cerdo. En consecuencia, perderse es una de las pocas cosas serias que se puede hacer en este mundo. Pero no resulta tan fácil como pregonan algunos. Madrid, sin embargo, proporciona excelentes oportunidades para el extravío. Esta es la única urbe que ha erigido un monumento al líder indiscutible de los perdidos y los perdedores, Belcebú, o sea, el Ángel Caído, el, del Retiro. Esto es un signo del sincretismo madrileño; aquí puede llegar a estatua el mismo demonio.Por temor al qué dirán, o porque no tienen tiempo, o por

Madrid es la Única, urbe que ha erigido un monumento al líder de los perdidos, el Angel Caído pereza, o por un decoro mal entendido, mucha gente nunca acaba de perderse del todo y se pasa la vida entre Pinto y Valdemoro. Con dos dedos de frente, algo de ambición y un poco de voluntad, quien se lo proponga puede ir despistando pequeñas cosas gradualmente hasta conseguir imtalarse en paradero desconocido.La perdición no acostumbra a venir de golpe. Cualquier pacato ciudadano tiene ocasión de ejercitarse en el crímen matando dos pájaros de un tiro -el tiempo y el gusanillo- en los infinitos bares de la capital. Tras el doble e impune asesinato, ya está capacitado para ir olvidándose de la vergüenza. Existen múltiples métodos para lograrlo; los karaokes, por ejemplo, brindan una oportunidad magnífica a los tímidos. Un escritor de cuyo nombre no sería discreto hablar, acuciado por el rubor, pero con ganas de sacar los pies de las alforjas, acude con frecuencia a alejar la circunspección en un karaoke. En menos de tres meses ha conseguido convertirse en un desvergonzado ejemplar.

Una vez extraviada la vergüenza, hay que despojarse de los buenos modales y la compostura. Para eso están puestos el Bernabéu, el Calderón y la Monumental de Las Ventas (es decir, los árbitros de balompié y los picadores de la fiesta nacional). En los espectáculos de masas se transforma en grosero cualquier pelanas sin noción de fútbol, ni de toros, ni de ordinariez.

Por fin, ya sin vergüenza, el avisado alumno está preparado para perderse en el Rastro con todo cinismo, sin temor a pasar por estúpido u olvidadizo. A partir de ahí, el reencuentro con uno mismo está cantado.

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